La primera dama de Colombia, Verónica Alcocer, se reunió el martes en Caracas con el dictador venezolano Nicolás Maduro y su esposa, Cilia Flores. El objetivo de la visita, risible desde todo punto de vista, fue el de establecer alianzas en el plano de la cultura, con miras a “afianzar el trabajo conjunto entre ambos países”.
Así, Alcocer visitó el Centro Nacional de Acción Social por la Música, una institución inscrita dentro del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela, creado por los gobiernos democráticos durante la década los setenta en el país sudamericano y politizado durante los últimos años por el régimen chavista, al punto de ser publicitado mundialmente como una iniciativa cultural cristalizada durante la llamada Revolución Bolivariana.
La idea, según las informaciones de prensa emitidas por el Gobierno colombiano, es la de buscar replicar tal modelo de instrucción musical en Colombia para potenciar el desarrollo de los niños del país.
La anfitriona de Alcocer en Caracas, Cilia Flores, se ha mantenido durante años como una suerte de poder en la sombra dentro del régimen chavista, luego de haber sido presidente de la Asamblea Nacional -el Poder Legislativo local-, Procuradora General de la Nación y directiva principal de la formación gobernante, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Su papel, roles más roles menos, se asemeja al que actualmente tiene Rosario Murillo dentro de la dictadura que encabeza su esposo Daniel Ortega en Nicaragua.
El último escándalo protagonizado por la “primera combatiente” -como también se tiende a denominarla dentro de las filas bolivarianas- derivó de la aprehensión de sus dos sobrinos, Francisco Flores de Freitas y Efraín Antonio Campo Flores, por autoridades estadounidenses en noviembre de 2015.
Todo ello debido al involucramiento de los dos jóvenes en una acción en la que se pretendía introducir 800 kilogramos de cocaína a territorio norteamericano. Los sobrinos Flores fueron enjuiciados y condenados en Estados Unidos, pero recientemente fueron canjeados por presos políticos estadounidenses que el régimen de Maduro tenía secuestrados, pudiendo así volver a Venezuela.
Una operación de blanqueo en desarrollo
La visita de la primera dama colombiana a Caracas no puede desvincularse de la operación de blanqueo en la que Gustavo Petro se ha involucrado desde que llegó al poder, buscando un lavado de cara para el régimen de Maduro en la región y en el mundo. Vale recordar que, apenas arribó a la Casa de Nariño, el mandatario izquierdista colombiano restableció relaciones con su vecino, reconociendo a la dictadura chavista como un Gobierno legítimo.
Desde entonces Petro se ha revelado como un poderoso cabildero a favor de la permanencia de la tiranía venezolana en el poder, habiendo solicitado incluso que se desmonten las sanciones económicas internacionales contra el chavismo y la eliminación de las listas de la Justicia estadounidense que incluyen a altos jerarcas del régimen en el organigrama de una corporación criminal que es encabezada por el propio Maduro. Incluso, hasta ahora Petro ha visitado personalmente Caracas ya en dos oportunidades, mientras su par venezolano -quizá por las restricciones derivadas de su tirante situación judicial en el ámbito internacional- aún no ha viajado a Colombia.