ILIANA LAVASTIDA,
Cuando se reporta la muerte por asesinato de un periodista, todos reaccionamos y no se trata de que la vida de un periodista interese más que la de cualquier otra persona, la connotación que alcanza la noticia está dada porque tras los ataques que acaban con la vida de periodistas están siempre las fuerzas que comprometen la salud de las sociedades y las democracias: por lo general, políticos y empresarios corruptos o el crimen organizado o la combinación de intereses políticos y crimen organizado, que es aún más peligroso.
El caso que nos convoca hoy, la ejecución en un acto público de Fernando Villavicencio quien era candidato presidencial en Ecuador obliga a que hagamos un alto y observemos hasta dónde pueden escalar y llegar las fuerzas que se oponen y tratan de silenciar las verdades dichas por un periodista, que como solemos definir, nos corresponde fungir como una especie de fiscales de nuestro entorno y las sociedades.
A Villavicencio lo asesinaron en Ecuador por decir verdades, por desafiar y denunciar a los corruptos, por oponerse abiertamente a las corriente de pensamiento representada en el expresidente de ese país, Rafael Correa, que siendo un prófugo de la justicia y viviendo en exilio, al parecer aún tiene poderes de control sobre el partido al que pertenece que a su vez, es una de las facciones del sistema transcontinental identificado como corriente del socialismo del siglo XXI o como lo ha identificado el doctor Carlos Sánchez Berzain, director del Instituto Interamericano para la Democracia, la transnacional criminal del castrochavismo, que a toda costa se resiste a desaparecer.
A Villavicencio le apagaron la voz, quitándole la vida, pero hay otras formas de apagar las voces de los periodistas o al menos intentarlo.
En Cuba, de donde mencionaré algunos ejemplos ilustrativos, no puedo citar expresamente la ejecución a tiros de un periodista por no comulgar con el aparato propagandístico del régimen, pero sí otras formas de silenciarlos como son el acoso incesante y las amenazas hasta conseguir que muchos – una gran mayoría en estos momentos de los que ejercen de forma independiente- opten por exiliarse para garantizar su seguridad y las de sus familias, como es el caso del reportero Abraham Jiménez Enoa, quien aun después de radicarse en Barcelona hace poco más de un año, caminando por las calles de esa región de España, hace unos días, fue increpado por unos hombres que en tono amenazante lo saludaron para advertirle: “Abraham, sabemos dónde estás y dónde vives”.
También puedo citar los casos de quienes cumplen prisión, como el del periodista Lázaro Yuri Valle Roca convicto en una cárcel de máxima seguridad porque se niega a abandonar el país; igual los casos de los que son constantemente despojados de los medios con los que ejercen: computadoras, teléfonos, equipos de grabación, que reciben de donaciones, como Rolando Rodríguez Lobaina, fundador de la productora de audiovisuales Palen que Visión en el oriente de Cuba. Además, no puedo dejar de mencionar a los que son sometidos a largos arrestos domiciliarios y constantes detenciones exprés como es el caso de la periodista Camila Acosta, cuyo {ultimo arresto lo padeció en junio pasado, previo a la conmemoración del alzamiento en Cuba del 11 de julio. Acosta se ha visto obligada a cambiar de domicilio seis veces en un año, porque la policía política fuerza a los dueños del lugar donde viva rentada a que la desalojen.
Son apena ejemplos, y esto en Cuba sucede ante los ojos del mundo porque como todos sabemos, ese país permanece bajo dictadura hace 64 años; es la dictadura madre de otras que existen en el continente y también la génesis de muchos de los conflictos en países donde hay fuerzas políticas afines al régimen de La Habana; pero, lo que vemos hoy que sucede en Ecuador, otros países de Latinoamérica como México -donde mueren periodista asesinados frecuentemente-, otros sitios del mundo, e incluso aquí en EEUU, el país de la libertad de expresión, donde hay quienes desconocen e irrespetan el valor de nuestro oficio como garante de la democracia y las libertades, merece que hagamos un alto y no vacilemos cuando haya que hacer denuncias contra todo lo que constituya un peligro o agresión para el periodismo y quienes lo ejercemos.