jueves, diciembre 26, 2024
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La que no se despega

El compromiso del canal de televisión MegaTv con su comunidad y con su audiencia es, sobre todas las cosas, un compromiso a prueba de balas, que va más allá de las elucubraciones del momento, los vaticinios de desgracias de unos cuantos y las predicciones de fracaso que ciertos presuntos expertos insisten en ver en el futuro de esta empresa.

Quienes juegan en redes sociales a sabios y pitonisas no tiene en cuenta el valor principal de MegaTV: su caudal humano, y es que son precisamente, sus trabajadores los que consiguen que ‘la Mega’, como popularmente se identifica, esté entre las preferencias del mundo hispano en todas las latitudes del planeta.

Nunca brillaron más estos hombres y mujeres que durante los terribles meses de la pandemia, diezmados en recursos y personal. Llorando la muerte de algunos y temerosos de contagiarse, siguieron respetando su compromiso de informar y su labor periodística. Ni un solo día les fallaron al canal, a su audiencia, a su honor.

La Mega son ellos: las escasas 5 personas que se encargan y literalmente corren con los tres noticieros de la estación, los consagrados tres camarógrafos que cubren las calles y compiten con las grandes cadenas, los técnicos del estudio que en un desafío a sus capacidades realizan hasta tres funciones a la vez sin que se note en pantalla, o los editores que siguen trabajando frente a sus monitores entre cabezazos de sueño e infinitos termos de café.

Aciertan los críticos al asegurar que de puertas adentro solo hay cuatro gatos, pero no les quepa duda de que son cuatro gatos enamorados de lo que hacen, son una familia de cuatro gatos valientes, que siguen vivos a pesar de las malas intenciones de muchos y de los pronósticos de desgracias que se anuncian desde hace bastante tiempo, porque ese odio no es de ahora.

Uno de los supuestos expertos en los derroteros de la Mega asegura que siguen vivos solo por el capricho de un patrocinador, de uno solo de los anunciantes, una empresa con suficiente dinero como para mantenerlos respirando artificialmente cuando ya nadie cuenta con ellos.

Ese anunciante es realmente un cliente importante de la Mega, pero no el único. El crítico de marras debería pasar un día, tan solo 24 horas, con el departamento de Ventas del canal, para que entendiera de dónde viene la gasolina que mueve a este sueño. La pequeña tropa de vendedores que cada día sale a dar la batalla, soy testigo de que no descansan y que consiguen clientes y socios dispuestos a compartir este sueño. El supuesto experto perdería el resuello intentando seguirles el paso de los vendedores.

La Mega se ha impuesto y lo ha conseguido también por la actitud valiente de sus ejecutivos, que no han dudado en cubrir guerras desde Ucrania, conflictos migratorios desde las selvas centroamericanas, cumbres iberoamericanas, elecciones en Colombia, huracanes en Puerto Rico y en Estados Unidos.

Los ejecutivos de Mega además mantienen su compromiso con Cuba, Venezuela, Nicaragua y toda Latinoamérica y sienten el corazón de la empresa latiendo desde Hialeah hasta el más recóndito lugar donde un hispano tenga un problema, una necesidad.

No hay élite en la Mega, todos trabajan con todos. Se mueven juntos los departamentos, los talentos, el personal de administración, hasta la recepcionista; una señora que abrió la puerta desde el primer día y que sigue allí, adorada por todos y adorando a todos.

Ese espíritu de la Mega le augura el mejor de los futuros, no importa si son ciertas las transacciones que estos gurúes anuncian o si hay cambios de administración, o vienen nuevos ejecutivos.

La Mega no se despega, sigue y seguirá fiel a su legado, reciente pero profundo y si hoy es un activo deseado por algún empresario o activos financieros, es precisamente por su valor como medio informativo, por sus trabajadores, porque de puertas adentro somos familia, y de puertas afuera también lo somos.

Ningún frustrado crítico de redes sociales, ningún gritón de poca ralea va a conseguir que nos descarrilemos.

La Mega se queda, no tengan dudas.

Fuente: Diario las Américas

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