MARÍA DURÁN,
Vivir con rabia es fatalito. Se te pone cara de estar chupando limones desde muy joven, a lo Irene Montero. Y un rictus con una frente arrugada que no se arregla ya ni con bótox. La rabia sólo está justificada en momentos muy concretos, cuando hay que sacar fuerzas de la flaqueza y es la única manera: en un ataque físico o cuando un novio te cansa tanto y se da tan poco por aludido que sólo se te ocurre decirle las mayores barbaridades para que te deje en paz a perpetuidad, por poner sólo un par de ejemplos. Rabia fundada era la de Shakira con Piqué… al principio. Capaz de hacerle una peineta en un partido de los niños. Si dura más de lo debido, el rabioso empieza a parecer en público el amargadillo que probablemente es. Aunque llore o aunque facture.
A mi, al principio, las mentiras de Pedro Sánchez me producían, más que rabia, verdadera ira. Cinco años después me he acostumbrado y lo que intento es verle tratando de engañarme en mi cara lo menos posible. Prefiero leerle las trolas, que así controlo mejor las emociones. Por eso no se me ocurrió verlo esta semana entrevistado en El Hormiguero. Aparición con la que ha conseguido, según he visto en redes sociales, exacerbar la rabia de mi entorno. Yo en cuestiones de este hombre, estoy ya de vacaciones. El propio Sánchez es otro rabioso continuo. A todos los que no lo adoramos cual charo dispuesta a aplaudirle entre el público a cambio de un bocadillo, nos dedica su más absoluto desprecio. Y no se molesta en disimularlo ni en precampaña.
Y luego, además de la rabia, está la rabieta. Esa es indigna y ridícula siempre, y, desgraciadamente, demasiado común. Rabieta es lo de Federico Jiménez Losantos cada mañana, enfadado con Vox porque no le obedece y con todos los que tenemos mejores cosas que hacer que colocarnos en fila de a uno y pegarle un par de besos a una foto de Isabel Díaz Ayuso. Retrató de maravilla sus obsesiones la semana pasada su antes amigo y tertuliano Hermann Tertsch, con un tuit en el que se preguntaba si para ser miembro de determinada secta había que ser consciente de que se era, o bastaba con que lo supiera Federico. Hermann debe ser de los míos, que sabiendo Federico que somos de la secta, a nosotros aún no nos ha llegado nada que se pueda interpretar ni como invitación.
Rabieta es el falso ataque de dignidad cuando Pablo Iglesias y su coleta se fueron de la SER el año pasado porque Rocío Monasterio no se dejaba insultar a su gusto. Rabieta fue lo de María Guardiola tras entregarle la presidencia del Parlamento de Extremadura a la izquierda y darse cuenta de que no sabe matemáticas, insultando a los únicos que pueden hacerla presidenta. Y rabieta tiene el progrerío con la elección de Llanos Massó como presidenta del Parlamento valenciano, acusándola de “ultracatólica”. El día que se enteren de que eso no existe, a ver qué hacen.
Vox suele ser el objeto de la rabieta de unos y otros, cosa que a mi, si fuera uno de sus líderes, no haría más que llenarme de orgullo y satisfacción. Ahora nos toca un mes en el que los miembros del lobby lgtbi tendrán una rabieta diaria contra todos los que no lo somos, no nos gusta salir a la calle en pelota picada, y, por tanto, no celebramos el orgullo, pero espero que la rabieta progre dure mucho tiempo después del 23J. Total, ya que tenemos que verlos lloriquear cada día de nuestra vida por sus opresiones y faltas de derechos imaginarias, que por una vez la rabieta esté justificada.