Argentina tendría que estar discutiendo el plan de gobierno del próximo turno, ya que la gestión que inicie su mandato en 2023 enfrentará los desafíos ineludibles que evitaron tanto Mauricio Macri como Alberto Fernández. Sin embargo, mientras la oposición se limita a la discusión sobre las candidaturas, el peronismo le vende a la opinión pública una nueva guerra. Sea de verdad, mentira, definitiva o transitoria, la sociedad argentina debería mirar para otro lado y no dejarse arrastrar por la eterna trampa justicialista de las luchas entre las facciones de un mismo partido. Cada vez que se matan entre ellos terminan acaparando todo el poder, por lo que no hay que olvidar las palabras del mismo Juan Domingo Perón que decía que ellos son como los gatos: “Cuando todos piensan que nos estamos peleando, en realidad nos estamos reproduciendo”.
A tres años de gestión del Frente de Todos, que Cristina Fernández de Kirchner inventó, diseñó y llevó al poder, el cristinismo hoy juega a ser oposición. En los actos públicos cantan “vamos a volver” y “Cristina presidenta”. La vicepresidente se presta al juego y dice que ella va a hacer todo lo posible para que el pueblo vuelva a vivir con “alegría”. Mientras tanto, crecen las dudas sobre una eventual candidatura.
Pero el que dejó de lado todas las sutilezas fue su hijo, Máximo Kirchner. En su último discurso, el diputado (que abandonó la presidencia del bloque oficialista), cuestionó a los “aventureros” que se sirven de las estructuras políticas colectivas, para luego manejarse de forma individualista en el poder. ¿De quién habla? Del presidente Alberto Fernández, claro, al que acusó hasta de «poner cara de víctima». Es que el jefe de Estado dijo que quería participar de una eventual primaria, para competir por la reelección, pero, la realidad es que el kirchnerismo lo quiere fuera de juego. No quiere competir, sino que el mandatario se vaya a su casa, ni bien termine su mandato.
El que salió con la camiseta del fallido “albertismo” fue otro Fernández. Aníbal, el ministro de Seguridad. Sin medias tintas, como acostumbra, el funcionario dijo que “ellos” (haciendo referencia al kirchnerismo) ya no participan de la gestión y que se han desentendido del gobierno. Con respecto a las palabras de Máximo, y parafraseando como siempre a Perón, el mandatario argentino aseguró que cuando un “compañero” agrede a otro, “deja de ser peronista”. Será que ninguno es peronista al fin y al cabo, ya que viven en la guerra del fuego amigo.
Durante estos últimos años, de lo que para muchos fue el peor gobierno de la historia, la opinión pública y los analistas políticos repararon demasiado sobre las internas, así como las idas y vueltas del Frente de Todos. Las especulaciones sobre el quiebre final, los amagues de las renuncias de los ministros, la relación entre Alberto y Cristina y todas estas cuestiones. Mientras tanto, en el peronismo se pelean, se amigan, se asocian, firman treguas y siguen condenando al país a un desastre que no deja de profundizarse. Aunque las ansias de muchos por ver al justicialismo terminado los superen, probablemente, en sintonía con ese objetivo, lo mejor que podría hacerse es ignorarlos. Como a un monstruo de una película de terror, que pierde el poder cuando su víctima deja de temerle, sería interesante ver lo que sucede con el peronismo, si Argentina deja de darle vueltas a su alrededor.