Si uno recorre cualquier día las noticias, encontrará que hay un hilo conductor o denominador común detrás de todos los desastres que a simple vista parecen ser inconexos o independientes. La decadencia social argentina es total y se expresa de todas las maneras posibles, aunque aparezca de forma más evidente en los casos de corrupción o clientelismo político.
Por estas horas, dos familias se encuentran velando a dos personas que son solo una muestra de la triste degradación cultural de este país. Ambos casos generan tanta indignación como tristeza. Lamentablemente, también resignación. Es que, cuando uno percibe un mínimo del trasfondo de toda esta problemática, se da cuenta que esto no se arregla ni con una elección ni con un buen gobierno. Y Argentina parece que no puede darse ni siquiera eso. El tejido social de este territorio está quebrado, destruido. Llevó décadas llegar hasta este punto y tardaría otras tantas en recuperarse. El problema es que no hay miras ni siquiera de comenzar el proceso de reconstrucción, ya que la mayor parte de la dirigencia parece no mostrar intenciones de avanzar en la dirección correcta. Algunos por ignorancia y problemas conceptuales y otros por aferrarse a sus propios intereses.
Mañana la selección argentina juega la semifinal de la copa del mundo con Croacia y casi todo un país está ilusionado y pendiente del resultado. Casi. Una familia está de luto y para ellos, desafortunadamente, Catar 2022 estará siempre relacionado a una profunda tragedia.
En Zárate, provincia de Buenos Aires, hay una heladería llamada “Real”, que hoy tiene las persianas bajas. Los clientes aseguran que es una de las mejores de la zona. Su propietario está muerto. ¿Qué le pasó? Falleció de un infarto, luego que un grupo de inadaptados destruyera y saqueara el negocio que con tanto trabajo pudo construir. Los hechos y circunstancias para mencionar detrás de esa tragedia son varios. Primero, vale hacer un paréntesis para resaltar algo vinculado con todo esto, que también sirve como para analizar el nivel de descomposición social y decadencia de Argentina.
El McDonald’s del obelisco es tristemente célebre por varios hechos de vandalismo inexplicables vinculados a sucesos deportivos en Buenos Aires. Cada vez que hay un partido de fútbol de trascendencia como un superclásico o una final, el local tiene que cerrar las puertas para evitar destrozos. Es que, en varias oportunidades, la ira o la felicidad de una turba de descerebrados envalentonados por la cobardía del numeroso colectivo ha destruido el local sin ninguna razón.
Aunque es cierto que los energúmenos responsables de aquellas atrocidades son una minoría, esos episodios generan una onda expansiva que nos afecta a todos, que en mayor o menor medida somos responsables en parte de la decadencia general que vivimos como país. ¿Por qué? Porque lo normalizamos, lo aceptamos y hasta nos reímos de los memes en las redes sociales que hacen bromas al respecto. Claro que las responsabilidades son diferentes, pero que estos fenómenos, cuando llegan a las mayorías, terminen siendo más una cuestión cómica que indignante habla de una sociedad enferma.
Volviendo a una de las dos tragedias que me afectaron emocionalmente esta mañana, allí en Zárate, unos incalificables (que no merecen ni siquiera ser denominados “personas”) convocaron en las redes sociales a destruir la heladería Real en los festejos de la selección, como se hace con la famosa hamburguesería céntrica. “Que sea nuestro McDonald’s del obelisco”. “Va a terminar como tiene que terminar. Destruida como debe ser, es una empresa capitalista”, publicó hace menos de una semana en Twitter un infeliz que debería rendir cuentas en la justicia muy pronto.
Como él quería, ganó el equipo nacional, una turba se juntó a “festejar” en la esquina del comercio que terminó destruido, como la familia del dueño fallecido que padecía de una enfermedad cardíaca en el corazón que no le aguantó ante semejante y barbárica injusticia.
De nuevo, el círculo de los infradotados que generan la tragedia es menor. Pero, como ocurre con cada circunstancia similar, de a poco comienza a percibirse la gravedad del daño institucionalizado en Argentina. Muchos clientes y vecinos de la heladería, cuando viralizaron los comentarios del instigador en cuestión, hicieron una triste defensa de la víctima. Lamentablemente, no pocas personas salieron a “aclarar” que el comercio era un pequeño emprendimiento familiar y no una “empresa capitalista”. Aunque sea incómodo de hacer esta reflexión ante este trágico acontecimiento, en este descargo también hay vestigios de esta problemática que tanto nos afecta.
Las ideas tienen consecuencias políticas y la política consecuencias económicas y sociales. Claro que estas personas que lamentaron el fallecimiento del pequeño comerciante también son víctimas. Pero a la vez, hay que decirlo, forman parte del engranaje del círculo vicioso que los hace también victimarios. Ellos han sido moldeados por una educación y una cultura colectivista y antimercado, que terminan votando por las opciones electorales populistas que, cuando se perpetúan en el poder, terminan siendo responsables de estas desgracias. El clientelismo, la pobreza, la corrupción política y judicial y la miseria económica y social, no justifican, pero sí explican el caldo de cultivo que produce todos estos elementos antisociales.
Este fin de semana, en medio de los cortes de luz, en varias esquinas de Buenos Aires se dejó ver otro fenómeno que, si bien parece desvinculado a todo esto, en el fondo tiene bastante que ver. Se trata de la clase media piquetera. Aunque no enciendan neumáticos, y salgan con las cacerolas de estética antikirchnerista, los vecinos porteños adoptaron como propio los métodos extorsivos e injustos de los piqueteros de las “organizaciones sociales” que cortan rutas y avenidas exigiendo más subsidios y fondos públicos. A pesar de no estar pidiendo prebendas, y solamente reclamar que vuelva la energía en medio de las altas temperaturas de estos días, los conductores de los vehículos y pasajeros del transporte público no tienen porque sufrir estas consecuencias. Lamentablemente, como es tan común ver a piqueteros y sindicatos cortar las principales arterias de la ciudad, de a poco se va siendo igualmente de usual ver a siete u ocho vecinos de clase media interrumpiendo el tráfico de una avenida, porque se quedaron sin luz o agua.
Además de la injusticia de complicarle la vida a una persona, que por ahí viene del conurbano a trabajar de mucama en una casa estos porteños indignados, la desconexión del ámbito de las ideas políticas con las consecuencias en la vida diaria vuelve a decir presente en este caso. Argentina, como no tiene reservas en el Banco Central, también languidece de energía y de todo lo vinculado a la intervención estatal. ¿Qué espera la gente? ¿Qué funcionen correctamente los servicios con empresas estatales o con privadas con el sistema de precios absolutamente roto? El desastre de las compañías públicas ya había quedado en evidencia antes de la década del noventa que, a pesar de sus defectos, con las privatizaciones y precios libres pasamos diez años, por ejemplo, sin cortes de luz. Con la llegada del kirchnerismo se estatizaron algunas empresas y se regularon el precio de otras en manos de privados, subsidiando las tarifas al consumidor y arreglando la diferencia con los empresarios de los sectores para que sigan abasteciendo el servicio.
El que piense que este escenario es compatible con la inversión y con la provisión de un servicio decente, que lo piense dos veces. Pero no. Lejos de una mínima introspección, muchos vecinos de Buenos Aires, ante lo inevitable del sistema energético actual, decide agarrar la cacerola y salir a la calle a joderle la vida al prójimo causando desastres de tráfico. Por estas horas, la preocupación generalizada es quedarse sin luz durante el partido de mañana. Deberían recordar que toda esta degradación que sufrimos, cuando sigue su rumbo y no se revierte, llega a tragedias peores que perderse la semifinal del mundial. ¿Cuántos ancianos y enfermos perdieron la vida en Venezuela por los cortes de luz que los dejaron sin su asistencia en medio de los colapsos energéticos? Digo, pregunto… No está mal esperar una alegría con la selección, pero podríamos mirar un poco más donde estamos parados.
Finalmente, si alguien llegó hasta aquí, la noticia que me ha dejado apesadumbrado esta mañana, y que hizo que todo parezca poca cosa al lado de esto, fue la muerte de una niña de dos años en una inmunda circunstancia que también muestra en la cloaca en que vivimos ya en Argentina. La nena falleció, víctima de un disparo en el rostro, luego de una serie de incidentes que ya son absolutamente usuales en este país. Esta tragedia ocurrió en la provincia de Córdoba, luego que un ladrón de 16 años le arrebatara el celular a una mujer, la abuela de Franchesca, el angelito en cuestión. Según las informaciones del caso, la víctima del robo, luego de la sustracción del teléfono, comenzó a insultar al ladrón. Como respuesta y venganza al “agravio” recibido por el delincuente, el menor decidió tirotear la casa donde se encontraba la persona a la que le había robado. Uno de los disparos ingresó en el pómulo de la niña, generándole la muerte.
Esto es hoy Argentina. Un país donde un teléfono celular es sinónimo de un preciado botín por malvivientes que se sienten en la impunidad de balear una casa, solamente porque la víctima atinó a decirle un insulto a la persona que la estaba robando. El primer debate que se abre es sobre los 16 años del asesino, el dolo, la culpa, la puerta giratoria de la cárcel y todo lo que ya estamos acostumbrados a escuchar. Pero esto es solamente la última consecuencia de la decadencia social argentina general. ¿Es un tema político? Sí. ¿Es un tema cultural? Sí ¿Es un tema de inseguridad? También. Lo cierto es que, como dijimos, esto no se arregla con una elección, con el código penal o cambiando las autoridades. La salida es tan complicada y compleja que la verdad es que no tengo idea por donde se empieza. Probablemente, viendo la responsabilidad de cada uno y comenzando a ser más intransigente con lo todo lo que hay que serlo. Aunque sea una discusión, cuando dejamos pasar por alto las aberraciones que terminan contribuyendo al desastre general.
Pero hoy no puedo pensar en eso. Pienso en lo que debe estar pensando una abuela, que debe estar repitiendo en su cabeza la consecuencia que tuvo insultar al ladrón que la estaba robando: el fallecimiento de su nieta, la hija de su hijo. Todo por un celular. Una familia toda rota para siempre. Rota como Argentina. Pero mañana juega la selección y eso para la mayoría es lo más importante. Triste el panorama cuando, por acción u omisión, la mayoría tiene mucha culpa en lo que nos pasa. Y mirar para otro lado ante lo que vemos todos los días es tener algo de culpa.