IBÉYISE PACHECO,
Podrán tratar desesperadamente de torcer la verdad con montajes construidos con costosos recursos tecnológicos; sudará -aún más- Diosdado Cabello la gota gorda; reforzarán las amenazas; los castigos se harán más desalmados; a sectores completos los castigarán sin servicios, sin bonos, sin promesas. Podrán patalear anunciando que la Unión Europea no podrá entrar. ¿Y? Para ellos ya todo está mal.
Mucho han cambiado las cosas para pesar de la dictadura. Territorios hasta hace poco insospechadamente opositores como el barrio El Cementerio, o el barrio El León en La Vega recibieron con afecto a Edmundo González Urrutia quien fue abrazado por mujeres desesperadas, agobiadas de pobreza, junto a hombres indignados, humillados que han sido utilizados por el régimen. El valor es que sí, lo dicen ellos, los más necesitados: yo voto contra Maduro.
A menos de dos meses del proceso electoral esa tendencia, como diría la fallecida Tibisay Lucena, se presenta irreversible. Claro que el régimen, entiéndase con ello Nicolás Maduro y la élite de privilegiados en torno a Miraflores, aún no se resigna y está lejos de admitir que no puede evitar su derrota. Y aunque la impopularidad es muy fuerte, son varias las cartas tramposas, ilegales a las que Maduro puede apelar en su miedo y desesperación.
La diferencia es que en esta ocasión la oposición está haciendo política y está dispuesta a negociar, volviendo de uso cotidiano una palabra satanizada hasta hace poco: transición, y con ella un vital asunto debatido en mesas internacionales: la justicia transicional. Pero primero es lo primero.
Poca amplitud cabe en la cabeza de unos corruptos populistas con miedo de enfrentar la justicia desprotegidos del poder. Sin embargo, hasta el más negacionista de ellos admite en privado y con pesar, que la calle, ahora que se asoman a ella nuevamente, los quiere sacar del gobierno y que es mejor tomar previsiones.
El asunto los divide. Unos creen que deben negociar, salvarse a tiempo y despedirse de la mejor manera posible, y otros sienten que no tienen escapatoria, que su villanía llegó demasiado lejos y que mantenerse a la fuerza es la única salida. ¿El régimen puede sostenerse de esa manera? Depende de cómo se vea.
Maduro y sus cómplices se venían soportando relativamente cómodos en el cumplimiento de dos condiciones: por un lado, una oposición dividida cometiendo errores, y por el otro la represión, la imposición del terror con una justicia bandolera operando impunemente para perseguir, extorsionar, torturar y encarcelar a inocentes. Todo a cambio de convertir a Venezuela en territorio entregado a los brazos del crimen organizado.
Esa es la síntesis de la desgracia venezolana durante los últimos 11 años del madurismo. Todo bajo una férrea mordaza que anuló la libertad de información, bloqueó los medios de comunicación, persiguió a periodistas, se apropió de las empresas del medio y las entregó a personajes corruptos. Pero hasta la mordaza tiene sus limitaciones, así que el boca a boca, la mensajería privada a través de teléfonos móviles y por supuesto las redes sociales, han permitido burlar la dictadura.
Ese hastío de la mayoría de los venezolanos que exige con urgencia el regreso a la institucionalidad, retomar un mínimo de bienestar, de seguridad, de respeto a la ley, por un lado, se ha juntado a un liderazgo opositor que finalmente ha aprendido de sus errores, ha dado muestras de compromiso con el país por hacer las cosas bien y muestra una decisión firme de mantenerse unido por encima de las diferencias.
Queda entonces organizarse con eficiencia, porque ciertamente las elecciones se ganan en las urnas y en garantizar que se respete el resultado. Para lo primero es enorme el trabajo por hacer considerando que el régimen se ha garantizado el control del CNE; por eso es clave la asistencia de los miembros de mesa, así como decisiva es su permanencia durante todo el conteo hasta el final. Ya luego, viene lo que a la gente le cuesta creer: que se respete el resultado. Un acuerdo para ello es imprescindible.
¿Es optimista esa visión? Posiblemente. Pero también parecía optimista que el régimen permitiera la organización de las elecciones primarias y que avanzara la candidatura de Edmundo González Urrutia. ¿Por qué cedió la dictadura? Porque antes le había funcionado fracturar la unidad.
Está claro que la unidad ha hecho fracasar los planes de Maduro.
Estando aún lejos una posible victoria, también estamos más cerca que nunca de lograrla.
El ejército militante de los partidos políticos debe sumarse para cumplir el objetivo. La organización debe hacerse con la misma diligencia puesta de manifiesto para apoyar a María Corina Machado y a Edmundo González en las actividades emprendidas.
También es importante mantener comunicación con instituciones que están viendo caer el castillo de naipes y que procuran un mecanismo de salvación. A ellos hay que escucharlos.
Y el mundo está atento. La posible continuidad del régimen en el poder potenciaría un serio problema migratorio al aumentar la cifra de venezolanos que huyen espantados de su territorio. Y eso es lo que sucedería si Maduro se impone: la estampida.