La declaración ante la Asamblea de la ONU del presidente de Colombia, Gustavo Petro, en la que defiende la cocaína, la compara con el carbón y el petróleo, y desecha sus terribles efectos sobre la salud pública -«solo causa mínimas muertes por sobredosis y más por las mezcla que provoca su clandestinidad dictaminada (sic)», ha dicho- es la constatación de que en la izquierda todo es lo que parece porque no trata de disimularlo.
Esta veneración de la cocaína no debe sorprender a nadie. No hay que olvidar que Petro, al que el expresidente Pastrana llamó «caballo de Troya del narcotráfico», formaba parte del grupo terrorista M-19 cuando tomó por asalto en los años 80 el Palacio de Justicia de Bogotá con el objetivo de quemar los expedientes de los narcotraficantes y de asesinar a los magistrados que pretendían extraditar a los jefes de los carteles de la droga, ni que promovió la legalización de las drogas al declarar, por ejemplo, que le parecía ‘una estupidez’ mantener la marihuana en la clandestinidad.
Petro trata de replicar el modelo de Nicolás Maduro, jefe del Cartel de los Soles, que ha puesto al Ejército venezolano al servicio del narcotráfico. Para ello ya ha iniciado los ataques a la propiedad privada y está creando milicias, tal y como hoy nos cuenta Nitu Pérez Osuna, bases del sistema venezolano de muerte y ruina. Pero necesita la legitimación del narcotráfico. Su declaración ante la comunidad internacional solo ratifica el culto que él y quienes conforman esa colosal multinacional del crimen llamada Foro de Sao Paulo deben al producto que les llevó al poder.