Luis Lacalle Pou, del conservador Partido Nacional (o Blanco), tomó posesión como presidente de Uruguay el 1 de marzo, solo unos días antes de que la Organización Mundial de la Salud elevara a pandemia la emergencia internacional por coronavirus. Sin apenas tiempo para hacerse con las riendas de la situación, el nuevo Gobierno ha demostrado ser el más efectivo de América en el control de la crisis: las cifras se reducen a 1.536 infectados y 43 muertos, según los datos de este miércoles. Si esos números son ya realmente bajos, destacan aún más cuando se tiene en cuenta la porosa frontera que Uruguay tiene con Brasil, el segundo país con más muertos por Covid-19 del mundo tras Estados Unidos, y la cercanía de la conurbación de Buenos Aires, especialmente afectada.
Este logro hace que quienes desde fuera simpatizaron con las presidencias del Frente Amplio de José Mujica y Tabaré Vázquez deban mirar al menos con indulgencia al presidente Lacalle, que gobierna mediante una coalición de su partido con el Partido Colorado (liberal), Cabildo Abierto (nacionalista) y otras dos pequeñas formaciones.
Transición después del Frente Amplio
Esto ha contribuido a que la transición de un gobierno de izquierda, con antiguos elementos guerrilleros, a uno de derecha o centroderecha –la primera de este género en el país, tras 15 años de Frente Amplio; el anterior mandatario del Partido Nacional fue el padre del actual presidente (1990-1995)– haya sido especialmente suave. Esto contrasta con otras actuaciones de la izquierda latinoamericana cuando ha sido apeada del poder, como Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia, o la deriva dictatorial de Maduro.
Para Leonardo Martín, director del Centro de Estudios de las Sociedades Abiertas Contemporáneas (Cescos), un «think tank» con sede en Montevideo, el hecho de que esa transición haya ido «muy bien» es justamente el elemento político más significativo de los seis meses de presidencia de Lacalle Pou (en Uruguay se le suele denominar con los dos apellidos, para distinguirlo de su padre, Luis Alberto Lacalle). Considera que el «desafío» no era tanto el traspaso mismo del poder, como «el comportamiento» que tendría la izquierda fuera de él.
«Lacalle Pou ha demostrado estar a la altura no solo de la presidencia, sino de una situación inédita e imprevisible como, obviamente, ha sido la aparición de una pandemia en las primeras semanas de su mandato. No ha perdido la calma, no ha sobreactuado, pero ha tenido firmeza», dice Martín.
La gestión de la pandemia por parte del nuevo Gobierno, aplaudida internacionalmente, ha «fortalecido» al presidente, pero no está claro si ha debilitado a la oposición, pues tras un periodo de letargo, derivado del obligado distanciamiento social, la central obrera PIT-CNT está desarrollando una creciente actividad en la calle, según destaca el director de Cescos. «Lacalle Pou y su Gobierno tienen clara la existencia de un futuro socioeconómico muy difícil, aun en un escenario donde la pandemia demuestre ser enfrentada con eficiencia y transparencia», asegura.
Realineamiento hemisférico
En cuanto a política exterior, cabría también un balance positivo del primer semestre de mandato. Algunas excentricidades de Jair Bolsonaro y las abiertas diferencias ideológicas con Alberto Fernández podían haber conducido a Lacalle a alguna polémica o crisis diplomática con Brasil o Argentina que, sin embargo, ha logrado evitar.
El giro de Uruguay en la política hemisférica, en comparación con el anterior Gobierno del Frente Amplio, se ha llevado a cabo sin estridencias. Uruguay se ha sumado al grupo de países de la región más opuestos al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, al tiempo que rápidamente se ha alineado con Washington también en otros aspectos.
En este sentido, Lacalle ha asegurado el apoyo a la elección del candidato de Donald Trump a presidir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el estadounidense Mauricio Claver-Carone, contra el que otros países están maniobrando, aunque de momento sin contar con la mayoría necesaria para hacer descarrillar esa designación.
Dimisión del canciller
Entre los aspectos negativos de lo que va de mandato de Lacalle habría que señalar la evolución económica, pero la crisis es generalizada y no ha afectado especialmente a Uruguay, país que, como aduce Leonardo Martín, «ha salido al mercado de capitales y ha podido tomar deuda a tasas históricamente bajas».
También otro aspecto negativo, que podía haber desestabilizado al Gobierno –la renuncia del canciller, Ernesto Talvi, del Partido Colorado, con apenas cuatro meses en el cargo– ha quedado algo mitigado por las aparentes motivaciones personales y no ideológicas que estarían tras la decisión. Martín la atribuye a la «muy poca experiencia en la política partidaria y el consecuente desconocimiento de mecanismos tácitos de comportamiento».
Fuente: ABC Internacional