ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
Intento no enfadarme nunca porque no se me va de la cabeza el aviso del poeta Luis Rosales: «La cólera nos suele convertir en un espantapájaros». Pero, viendo los pájaros de cuenta que hay por aquí, confieso que me cuesta no empezar a mover las manos como un molinillo. La última ocasión, está siendo por la reforma del artículo 49 de la Constitución.
La idea, en principio, es cambiar la palabra «disminuido» por «discapacitado». Estos cambios de nomenclatura, sin una transformación profunda en la sociedad y en las conciencias, no sirven de nada. Simone Weil decía que para cambiar hay que poner pesos distintos en las balanzas y no trucar el puntero. ¿Van a dejar de abortarse por razones eugenésicas los niños con alguna enfermedad, se les llamen como se les llame? Porque ésa es la discriminación más brutal.
No obstante, me parece muy bien que las asociaciones tengan ilusión por un legítimo cambio de nombre, y no veo por qué no concedérselo. El problema es que a ese cambio de nombre se le ha añadido una inquietante coletilla. Se dará prioridad «particularmente a las necesidades específicas de las mujeres y los menores con discapacidad». Estamos hablando de establecer divisiones distintas entre los disminuidos, dejando a los hombres en el último lugar. Y, ojo, a los menores por detrás de las mujeres. Y no hablamos, como ha matizado, con el sentido común que le caracteriza, Rafael Sánchez Saus, de hombres sanos que podrían aplicarse la norma caballeresca de los naufragios: «Las mujeres y los niños primero». Entre personas con problemas, sólo deberían primar criterios médicos o asistenciales, y en absoluto sexuales.
Me asombra que, como mínimo, los padres de hijos varones con hándicaps de este tipo no hayan puesto el grito en el cielo. Ni las laminadas asociaciones de defensa de la Constitución, pues es evidente el choque frontal con el artículo 14 y su exigencia de igualdad entre españoles por razón de sexo. Aquí tenemos mi primer aspaviento.
Pero el segundo es todavía más espasmódico y me acerca más al espantapájaros de Rosales. El argumento de Vox para oponerse a esta reforma constitucional ha sido éste de defender la igualdad entre disminuidos sean del sexo que sean. Es una preocupación latente y creciente en la sociedad española, donde el 44% de los hombres y el 32% de las mujeres, según el CIS, consideran que existe discriminación de los varones. Y, sin embargo, en la información que se da de este particular se obvia el razonamiento de Vox. Se dice que el partido de Abascal se niega a votar a favor de la ilusión de los disminuidos por ser llamados de ese modo que les gusta más y es más sensible. Se transmite la idea de un partido sin compasión que rechaza sumarse a un consenso humanitario que, por fin, se ha alcanzado entre todos (incluyendo a Bildu) en una sociedad cansada de confrontación.
Me parece gravísimo. Porque falsea los términos de una polémica política legítima para dejar a un partido a los pies de la opinión pública. Marcándolo. Lo que implica usar esta cuestión para espurios motivos de estrategia política que no tienen nada que ver con los derechos de este colectivo en cuestión.
Y además se hurta al pueblo soberano un debate esencial de nuestro tiempo. ¿Se está subvirtiendo poco a poco, en todos los frentes, la igualdad esencial entre ciudadanos de sexo femenino y masculino? Todos somos iguales ante la ley pero unas son más iguales que otros. Si escamoteas las razones de Vox, también silencias un debate que debería estar planteándose con toda seriedad.