Luis Beltrán Guerra,
En Buenos Aires, la editorial Dunken ha publicado el libro ¿Papeles?, Algunos menos serios que otros, de la autoría del escribidor del “ensayo” de hoy. En dos prólogos, uno de Beatrice Rangel, titulado “Papeles que retratan el alma” y el otro de Álvaro Benavides la Grecca, “La lucha incansable de un demócrata (mención realmente desmedida en lo que a mí respecta)”, no deja de resaltarse el pesimismo de lo que solemos escribir, en razón de lo cual imploramos que Dios juzgue nuestra “desesperanza”, y tanto en notas pasadas como en las de hoy con respecto a tan espinosa problemática, que cuesta ser optimista.
El primer problema del transigir en la política es su dualidad, pues en algunos casos es de índole personal (deferir de un líder, gobernante o guía), pero en otros, se alude a las fórmulas de cómo conducir a los pueblos y con cuál sentido y propósito. Se alude, en lo tocante al asunto, a la idea de “la maximización mutua entre derechos y deberes” con respecto a gobernantes y gobernados, planteándose no solo como conveniente, sino, más bien con carácter imperativo, ya que de lo contrario resultaría cuesta arriba que los humanos nos entendamos espontáneamente.
Caeríamos, opuestamente, como, también, se escucha, en “el camino de la fuerza y hasta de comportamientos no del todo aceptables, por no decir, fraudulentos”. En palabras más usuales “los gobiernos serán más eficientes en la medida en que su asimetría con los gobernados no exista, supuesto en rigor irreal, pero con posibilidades de que sea lo más tolerable posible”. Y esto último, ha de tenerse en cuenta, es lo que coadyuvaría a calificar al régimen como bueno y hasta excepcional. Pero, también, como peor. La determinante, en la medida en que” la reciprocidad” sea más sincera.
El análisis obliga a puntualizar las razones por las cuales a la mayoría de los gobiernos no se les califica como buenos y a algunos planteamientos ha de prestarse atención: 1. Las bondades de un determinado país para gobernarse bien, ausentes en la casi totalidad de los supuestos y con respecto a los cuales “el arte y ciencia de gobernar” termina estrellándose, dada la lógica incoherencia por “la falta de reciprocidad” entre quienes ejercen el poder y los administrados, cuya reacción se expresa en el sufragio, si a este se permite, a las implosiones populares y hasta castrenses. Y 2. La otra hipótesis sería la de aquellas naciones que desde su fundación, conquista y preparación de sus gentes confluyeron en una serie de reglas, entre ellas, una constitución y leyes que pasaron a integrar un ordenamiento normativo, con la vocación, número uno, de observarse y dos adecuarse mediante enmiendas y reformas a las necesidades que se fueran confrontando.
La marca identificatoria de estas naciones es la vocación a la observancia de lo estatuido, ausente o por lo menos vulnerable en el primer grupo a que hemos hecho referencia.
Ha de entenderse que en este análisis se admite que las dificultades para alcanzar una adecuada “reciprocidad”, pasan por el abismo entre ricos, menos ricos y pobres, menos y más, esto es, algunos con más necesidades por satisfacer que otros. Es un fenómeno que se denuncia en titulares de obras de profesores destacados y mucho más en las explicaciones que ofrecen. Empecemos por el libro titulado “El Hambre”, de Martín Caparrós, 2014: “Un informe reciente dice que casi la mitad -el 46 %- de la riqueza del mundo está en manos del 1 % de sus habitantes. El resto queda para el resto”. Y prosigamos con el Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, título “La gran brecha”, 2017, El problema del 1 %: “Las desigualdades no dejan de crecer en Estados Unidos desde hace decenios. No voy a repasar todas las pruebas, salvo para decir que la brecha es amplia cuando nos fijamos en los ingresos anuales y más amplia aún si nos fijamos en el patrimonio, es decir, en el capital acumulado y otros bienes”.
En sus páginas Luis F. López-Calva y Nora Lustig, por su parte, dejan asentado “La América Latina siempre llama la atención por su alta y persistente desigualdad. Con un coeficiente de Gini de 0.53 a mediados del decenio del 2000, la América Latina era 18 % más desigual que África Subsahariana, 36 % más desigual que Asia y 65 % más desigual que los países avanzados”. Sin embargo, en criterio de los dos analistas la desigualdad en Suramérica disminuyó en 12 de los 17 países a un ritmo de 1.1 %.
Ha de advertirse, no obstante, que a pesar de ese presunto crecimiento, “la ecuación de la reciprocidad entre gobierno y pueblo” pareciera que no produjo consecuencias del todo favorables. Es el continente, donde más bien, “la solidaridad” por parte de las autoridades designadas o electas y los sufragantes pareciera no tener vigencia, reflejando más bien: 1. Regímenes políticos formalmente democráticos, pero no tan así si se les analiza sustancialmente, 2. Dictaduras disfrazadas de democracia y 3. Hasta fascistas si se les examina objetivamente.
El profesor de Harvard, Samuel Huntington, en el resumen de su libro ¿Quiénes somos?, expresa “Creo que uno de los grandes éxitos (quizás el mayor) de Estados Unidos ha sido la medida en que ha logrado eliminar los componentes raciales y étnicos que han ocupado históricamente un lugar central en su identidad y se ha convertido en una sociedad multiétnica y multinacional en la que los individuos son juzgados según sus méritos”. Y concluye: “Estados Unidos seguirá siendo Estados Unidos, lo que conozco y amo”. Sin llegar a la pretensión de que “los estadounidenses (los americanos del norte)” conviven en “una democracia perfecta”, lo que significa caer en “la imaginería”, es imperativo dejar asentado que es una de las más desarrolladas del globo. Pero sí es imperativo expresarse de que en ella se tiene claro “la necesidad impostergable del dar y recibir de parte de los ciudadanos y el Estado”.
En palabras más técnicas “el desarrollo de una nación poderosa, la justicia ha de hacerse al principio de la reciprocidad”, elemental en la humanidad. Y entendida en un sentido etimológico simple, estos es, “correspondencia mutua de una persona o cosa con otra. Y un poco más allá “correlación, reciprocación, interrelación, intercambio y permuta entre gobiernos y gobernados, el Estado y sus ciudadanos.
Si pensáramos en la incertidumbre que reina en Venezuela, no puede dejarse de lado el escenario más próximo, con ocasión de elecciones presidenciales en pocas semanas y un poco más allá las de los integrantes del poder legislativo y tal vez, indirectamente, la de los magistrados de las altas instancias judiciales. Copiemos a José G. Betancourt Rangel, de la Universidad Católica Andrés Bello, de Caracas, en el elogiable trabajo “El proyecto de dem en Venezuela ante la amenaza pretoriana: Un problema sin solución”. El experto, después de un largo, pero interesante análisis, concluye: “El siglo XX venezolano puede catalogarse como el del experimento democratizador, el cual ha estado determinado por constantes procesos de transición iniciados tras la muerte del Gral. Juan Vicente Gómez hasta la caída de la dictadura del Gral. Marcos Pérez Jiménez en 1958″. Las consecuentes experiencias democráticas en Venezuela (sí bien han dejado saldos positivos a la sociedad), también han derivado en regresiones, bien hacia modelos autoritarios o hacia el populismo, este último surgido tras la estatización de la industria del hierro y el petróleo, hecho en el cual el Estado pasa a ser el gran empresario y, por tanto, en gran benefactor del pueblo. Dos, son los problemas que transversalizan el caso venezolano y los fallidos intentos de institucionalizarlo: renta petrolera y Culto al Héroe, ambos elementos determinan la identidad del venezolano, ante lo cual, poco o nada, hizo el programa democratizador de 1958 por sustituirlo, ocasionando recurrentes procesos de crisis donde los ciudadanos se divorciaron de los valores democráticos, situación aprovechada por los sectores pretorianos en el seno de la institución militar para intervenir a fin de tomar el poder e imponer el orden, como legítimos herederos del Ejército Libertador. El Socialismo del Siglo XXI ha incrementado la crisis en los distintos sectores del país, que se ha extendido incluso al sector militar. Hoy día el tema de la “transición” vuelve a estar en el debate político, requiriendo que el mismo se enfoque a revisar los orígenes del pretorianismo y genere los mecanismos para debilitar y desarticular. Si léenos bien y recordamos un poco la historia, ha de sostenerse que en América Latina estamos bastante lejos tanto de la democracia, como de su manejo.
Pero como la crisis no es tan local esta pregunta suena como pertinente: ¿Estará definido el camino hacia donde vamos y en procura de cuál objetivo? Pero, también, la respuesta: pareciera una pregunta pertinente, la cual tal vez encuentre una respuesta en el libro Sapiens del reconocido filósofo Yuval Noah Harrari: “Nos hemos convertido en la especie dominante del planeta y hemos aprovechado prácticamente todos los recursos naturales del medio ambiente. Además, hemos aprendido a crear nuevos materiales y energías. Esto podría conducir a un progreso futuro o a nuestra inevitable destrucción. Tal vez mirar hacia atrás, a todo lo que ha sucedido antes de nuestro tiempo, nos hará verdaderamente más sabios. Con suerte, nosotros o nuestra generación futura dejaremos al planeta un lugar mejor que antes.
Permítasenos concluir expresando que no solo nosotros somos escépticos.