lunes, noviembre 18, 2024
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Liberalismo y Larreta: la incompatibilidad más grande de la política argentina

¿Se puede pretender representar un proyecto político de identidad liberal y ser parte del mismo espacio, o incluso del mismo gobierno municipal de Horacio Rodríguez Larreta? Definitivamente, la respuesta es “no”. Pero cabe destacar que esta cuestión no es por algún motivo de intransigencia ideológica o, como se dice en el microclima político argentino, de “liberalómetro”. El intendente capitalino ha dejado en evidencia, desde que era el coordinador ejecutivo de la gestión de Mauricio Macri en la Ciudad, como desde su administración, que su concepción es profundamente antiliberal. En algunos aspectos, vale destacar, peor que el peronismo. Y en otros, aunque suene difícil de reconocer, que el mismo kirchnerismo.Desde que el PRO gobierna el municipio de la capital (2007), el espacio político “amarillo” se ha caracterizado por una política de Estado grande. Incluso, viendo el presupuesto en dólares, las gestiones han incrementado el gasto muy por encima de sus dos antecesoras de la centroizquierda (Ibarra y Telerman). Sin embargo, el macrismo ha disfrutado de un beneficio no menor en el distrito: venderse al electorado como la opción “antikirchnerista”. Esto ha dado muy buenos resultados, ya que, a pesar de haber incrementado los impuestos descomunalmente, el PRO lleva cuatro administraciones consecutivas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.¿Se puede pretender representar un proyecto político de identidad liberal y ser parte del mismo espacio, o incluso del mismo gobierno municipal de Horacio Rodríguez Larreta? Definitivamente, la respuesta es “no”. Pero cabe destacar que esta cuestión no es por algún motivo de intransigencia ideológica o, como se dice en el microclima político argentino, de “liberalómetro”. El intendente capitalino ha dejado en evidencia, desde que era el coordinador ejecutivo de la gestión de Mauricio Macri en la Ciudad, como desde su administración, que su concepción es profundamente antiliberal. En algunos aspectos, vale destacar, peor que el peronismo. Y en otros, aunque suene difícil de reconocer, que el mismo kirchnerismo.

Al principio, cuando el jefe de Gobierno era el expresidente, en la intimidad los funcionarios del macrismo aseguraban a sus críticos liberales, que los votaban resignados, que todo se trataba de una estrategia. Que era necesaria la administración municipal de “Estado de bienestar” para refutar las críticas del supuesto “neoliberalismo”. El fin, decían, era llegar a la Nación y hacer las reformas necesarias desde la Casa Rosada. Sin embargo, todo fue para peor. En la presidencia de Macri no hubo ninguna transformación de fondo (por eso volvió el kirchnerismo) y el sucesor en la intendencia terminó siendo mucho más estatista que su exjefe político, al que ahora le discute el liderazgo del espacio y la candidatura presidencial para el año próximo. Al menos, el exmandatario ya reconoció su error y ahora propone las reformas liberales que no hizo cuando tuvo la oportunidad. Sin embargo, Larreta sigue preso de las encuestas, sin blanquear ningún plan económico para el país y con su administración profundamente dirigista.

Aunque la crítica más frecuente que Larreta recibe de los espacios liberales es la carga fiscal de la ciudad y sus dependencias públicas inútiles, lo cierto es que hay algo mucho peor. Filosóficamente, al igual que los kirchneristas ideologizados, el intendente es partidario de la idea de que las cosas permitidas son las que el Estado no prohíbe, mientras que la Constitución Nacional dice lo inverso: que todo lo que no está prohibido está permitido. Aunque parezca una diferencia retórica menor, se trata de algo absolutamente distinto desde lo conceptual, sobre todo a la hora de ejercer el poder.

La peor cara de esta moneda se vio en los días de la cuarentena, cuando CABA se convirtió en uno de los distritos de restricciones más rígidas de todo el país. Mientras que varios gobernadores e intendentes peronistas “miraban para otro lado” con cuestiones como el comercio minorista, la Ciudad fue implacable. Hasta se llegó a mandar a la casa a las personas que simplemente caminaban por la calle, obligándonos a salir con bolsas de las compras, para no ser abordados por un policía municipal. Hasta utilizaron a los empleados públicos de las áreas técnicas para “echar” a las personas de las plazas y separar a las parejas. Como si esto fuera poco, el ministro de Salud local salía por televisión incrementando el pánico en la opinión pública. Recordemos que Fernán Quiros, que utilizaba el barbijo hasta cuando se encontraba solo en un panel, decía en el horario central que su esposa le ponía sábanas a sus hijos en la cabeza, cuando tenía la necesidad de abrazarlos. Esta locura solamente se vio superada por el gobernador de Jujuy (el radical Gerardo Morales, también de Juntos por el Cambio y socio de Larreta), que propuso marcar las casas de los casos sospechosos de COVID-19, como hacían los nazis con los judíos. Si algo hace falta para comprender que el liberalismo no es una teoría económica, es repasar estas atrocidades que se hacen desde el poder, absolutamente antagónicas con la libertad y la dignidad humana.

Claro que, en términos económicos, Larreta también es una de las peores amenazas para los contribuyentes, pero de igual manera para el funcionamiento del mercado. Aquí hay otra cuestión donde el intendente porteño tiene una concepción que puede ser más peligrosa que la burocracia kirchnerista. El peronismo se caracterizó por crear dependencias públicas y contratar a los amigos, como bolsa de trabajo de reciprocidad para la militancia. Organismos inútiles, de gente que ni siquiera se presenta a trabajar. Esto, que es absolutamente indignante para los que pagamos impuestos, puede que no sea el peor de los escenarios. Con Larreta no ha habido cambios. En lugar de disolver estos organismos ha hecho lo contrario de lo que se esperaba. Los “capacita” con “especialistas” del sector privado, los controla con tecnología para que se presenten a “trabajar” y les pide una “eficiencia” que no hace otra cosa que complicarle la vida al sector privado. Así, ejércitos de inspectores caminan las calles de la ciudad, complicándole la vida a las personas de bien, buscando alguna infracción que denunciar y haciéndose de recursos extras mediante las coimas. Ludwig von Mises ya dejó en claro con su obra “Burocracia”, editada en 1944, de los riesgos de ponerle a ciertas dependencias públicas “objetivos de mercado”. Si hay algo peor que tener “ñoquis” en el Estado, es ponerlos a “trabajar eficientemente”, cuando su desempeño se transforma en un palo en la rueda para los emprendedores de un país con regulaciones imposibles, burocracia abrumadora y presión fiscal abusiva.

El próximo presidente, lo último que tiene que hacer es convertir a la estructura burocrática en un ente “eficiente”, porque ya posee una dimensión que es contradictoria con el funcionamiento de la economía. O se piensa todo desde cero con una reforma ortodoxa, reduciendo a su mínima expresión esta burocracia cara e imposible, o se mira para otro lado para que el mercado medianamente funcione. Claro que esto segundo es garantía de la continuidad de la decadencia, ya que es un modelo insustentable a futuro, pero es algo mejor (o menos malo) que la peligrosa concepción de poner a funcionar correctamente la máquina del mal. Larreta simboliza justamente eso y los liberales que hacen política a su lado tienen que tener muy en cuenta que viven en la boca del lobo.

Sería muy interesante poder discutir estas cuestiones en los medios de comunicación masivos de Argentina, pero el intendente capitalino está absolutamente blindado. Sin exagerar, podría decirse que Horacio Rodríguez Larreta es el político argentino más protegido en la historia. Hasta Jorge Rafael Videla tuvo que lidiar con el diario La Prensa, que publicaba cuestiones incómodas sobre los desaparecidos por la última dictadura militar. Todo un multimedio oficialista vive liquidando a Mauricio Macri y otro opositor vive castigando a Cristina Kirchner, muchas veces con exageraciones, pero otras con sólidos argumentos en ambos casos. Si hay un lugar donde no existe «la grieta» en Argentina es en la protección mediática del intendente. Ni en los medios ultrakirchneristas se dice algo serio en su contra. Alguien lo tiene que decir.

Fuente: Panam Post

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