lunes, diciembre 23, 2024
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Lo que queda de la izquierda

JESÚS LAÍNZ,

Entrañables imágenes, las de los dirigentes socialistas haciendo una breve pausa en sus dietas alangostadas para bajar a la calle a cantar puñito en alto lo de los «esclavos sin pan» que van a a «hundir el imperio burgués». Por no hablar de que parece probable que la palabra «internacional» abrase los labios de quienes llevan al menos medio siglo demostrando adorar todo lo contrario, la «plurinacionalidad». Del «proletarios del mundo, uníos» al «burguesitos forales de España, desuníos». ¡Los cosmopolitas desarraigados, metidos a construir patrias! ¡Si los santos padres marxistas levantaran la cabeza!

Si a tan simpática mutación añadimos las imágenes de las manifestaciones «de clase» olvidándose de las reivindicaciones obreras y quedándose roncos en apoyo de Palestina, de las inagotables exigencias elegetebeietcétera y, por supuesto, de la demolición de las fronteras y de los papeles para todos, el paisaje izquierdista posmoderno nos queda más que pintoresco. Y tanto en España como en cualquier otro lugar de este mantecoso Occidente que hace ya mucho superó a la Roma de 476.

¡Qué tiempos aquéllos en los que los rojos eran rojos de verdad y luchaban por lo que ellos entendían, con mayor o menor acierto, por justicia e igualdad! Pero todo aquello se olvidó. De la toma del Palacio de Invierno a la compra del chalé de Galapagar. De la reducción del horario de trabajo en los talleres a los talleres de masturbación para niños. De las minas de carbón a la alta costura. De quemar iglesias a celebrar el Ramadán. De luchar por el sufragio universal y contra las clases privilegiadas a formar parte de las élites globalistas multimillonarias, todopoderosas y no votadas por nadie. De la revolución social a la transición sexual. Ya metidos en comparaciones romanas, tampoco nos vienen mal aquellos constantinopolitanos dedicados, mientras los de las cimitarras derribaban sus muros en nombre de la alianza de civilizaciones, a discutir sobre el sexo de los ángeles. Hoy, con los nuevos bárbaros ya dentro de la fortaleza, los europeítos nos dedicamos a discutir sobre si las niñas pueden o no pueden tener pilila. Nada nuevo bajo el sol. Lo único que cambian son los detalles de cada matanza.

En 1981, cuando al PSOE le faltaban pocos meses para asaltar los cielos y cambiar las chaquetas de pana por las corbatas de seda, el presidente del comunismo francés, Georges Marchais, se dirigió a sus huestes con estas palabras:

«Hay que parar la inmigración oficial y clandestina. Es inadmisible dejar entrar nuevos trabajadores inmigrantes en Francia cuando en nuestro país hay más de dos millones de parados franceses e inmigrados».

Sus camaradas izquierdistas de hoy, tanto los franceses como los del resto de la progresfera, le lapidarían por tantos delitos cometidos en tan pocas palabras.

O tempora, o mores.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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