LA HABANA, CUBA – Las desoladas y oscuras calles del barrio San Leopoldo, en el corazón de La Habana, parecen tranquilas al filo de la medianoche. En la entrada de una enorme cuartería de tres pisos, dos jóvenes fuman sin disimulo un cigarrillo de marihuana. Mezclan la hierba con un producto químico conocido como ‘cambolo’ que se consigue en el mercado clandestino de drogas, a mil pesos un pequeño turrón de color blanquecino.
En un pasillo del solar, amarrados a los cables, cuelgan dos tenis rotos. En el patio central, en la planta baja, se escucha un saxofón desafinado y en la única puerta alumbrada por un viejo bombillo incandescente, funciona un casino ilegal.
La cuartería es una pasarela marginal. Se ofertan drogas, se alquilan prostitutas por media hora y por 700 pesos o tres dólares, puedes comprar un pan con bistec de cerdo acompañado por una cerveza fría. También puedes adquirir ropa de la marca china Shein, celulares baratos traídos de Hialeah y sacos de arroz robados la noche anterior de un almacén estatal. La policía ni se entera.
O no quiere enterarse, supone Gregorio, un tabaquero jubilado quien sentado en un taburete de madera, vende cigarrillos sueltos y bolsas de hielo que congela en su refrigerador. Eso le permite compensar su pensión de 2,470 pesos, menos de diez dólares en el mercado informal de divisas.
“En la década de 1980, cuando supuestamente todo el mundo apoyaba a Fidel, en este solar se vendía de todo. Desde una pistola Makarov hasta un pitusa Levi’s. Y nadie te chivateaba. Ahora, como ya casi nadie cree en la revolución, hay barra libre. Pero existen reglas no escritas. Nadie se mete en tu vida, mientras respetes el espacio ajeno. Lo que no se permite, y se castiga con una paliza y dos o tres puñaladas, es el robo entre vecinos o la sodomía con menores de edad. Lo demás está autorizado”, comenta Gregorio.
Su nieto vende marihuana y ‘melca’. Su hijo mayor alquila el ‘Paquete’ y películas pornográficas. La hija vende cakes por encargos y cartones de huevos. “A la gente aquí no se le mueren los lechones en la barriga. Siempre buscamos la forma de buscar dinero. El problema es la gente joven, que quiere vestirse a la moda, tener teléfonos móviles caros y vacilar las 24 horas. Y por eso asaltan o matan a cualquiera”, explica Gregorio.
En el piso de arriba, llamémosle Jimmy, gana dinero como proxeneta y también se prostituye. “Juego en los dos bandos. Al que me pague se la encajo”, dice con una sonrisa. En la minúscula sala de su habitación un split [equipo de aire acondicionado] funciona a 18 grados. Jimmy y una amiga jinetera [prostituta] beben vodka con jugo de naranja. Otro de sus negocios es vender por WhatsApp o Telegram fotos y videos de chicas haciendo sexo.
“Si tienes buenos puntos ganas un vuelto (bastante), a veces diez o doce mil pesos semanales. En los tiempos del Covid la gente buscaba mucho sexo virtual. Ahora quieren sexo real. No hay problema, tengo para todos los gustos”. Y cuenta que él y su amiga pueden estar toda la madrugada en la ‘faena’. El sueño de los dos es emigrar. El primer destino es Miami. Si no es posible, Madrid.
La amiga de Jimmy explica por qué prefieren Miami. “Unos cuantos de los que estaban en el fuego con nosotros aquí están viviendo allá. Trabajan de gogó, bailando el tubo o ‘luchando’ (prostituyéndose) en la playa. Miami es una mina de oro, con vida nocturna y muchos turistas”.
Jimmy espera que le aprueben el parole que le puso un socio. “Si sigo en Cuba me vuelvo loco. Aunque me la paso buscando ‘balas’ (dinero), tengo que soportar la muela jorobada de Díaz-Canel. No quiero este futuro para mis hijos, si los tengo. Mis puros (padres) se partieron el pecho por estos desfondados (los gobernantes) y ahora, si no fuera por mí, se estuvieran muriendo de hambre”, confiesa Jimmy.
Cerca del solar, en un caserón desvencijado, residen varias familias. Lucy, 31 años, se gana la vida como cartomántica. En la sala de su habitación, las ventanas están cubiertas con una cortina roja, al fondo un altar de Shangó y numerosos collares de la religión yoruba. En otra pared, una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y en la mesa del centro, una biblia. “Todos los santos son buenos. Soy un poco católica y me le cuelo a la santería. Pero lo que a mí se me da, es adivinar el futuro de las personas”, expresa Lucy, quien suele vestirse como si fuese una gitana.
“Yo trabajaba de mucama en un hotel. Hace tres años quedé ‘disponible’, palabra inventada por estos sinvergüenza cuando te quedas sin empleo. Soy madre soltera de dos hijos. Mi abuela fue la que me enseñó a leer las cartas. Me va bien, al menos no me falta la comida. En Cuba es un logro poder comer diariamente. Si pudiera irme, me iba, pero no tengo a nadie en Estados Unidos ni en otro país. Toda mi familia vive en La Habana, cada cual inventando para sobrevivir. Yo me dedico a leer las cartas, mi hermana se compró una moto eléctrica y trabaja como mensajera y mi hermano es albañil. Mi madre es costurera y mi papá, además de estibador en el puerto, en su tiempo libre es aguatero, cobra por cargar cubos de agua. Los cubanos somos duros de pelar. Esta gente (el régimen) no nos va a exterminar”, concluye Lucy.
En la Isla, apunta Carlos, sociólogo, el “70 por ciento de las personas tienen dos o más empleos. La mayoría son ocupaciones informales, ilegales. Profesionales como los arquitectos, por ejemplo, ofrecen asesorías en la construcción de viviendas, diseñan interiores de hogares de los nuevos ricos y negocios de emprendedores privados. Cada vez hay más consultorios ilegales de dentistas y especialistas médicos. Los graduados de lenguas extranjeras y carreras de letras dan clases de idiomas y repasan a estudiantes universitarios. El cubano busca la forma de llegar a fin de mes”.
Sandra, optometrista, vende espejuelos graduados en el mercado informal y tamales a domicilio. Pablo, marinero mercante, es taxista, tipo Uber, renta carreras por WhatsApp y enseña a utilizar instrumentos de navegación a futuros balseros. Julia, maestra de primaria, además de repasadora de matemáticas, cobra por sacar piojos a los niños y vende medicamentos naturales contra la sarna.
Otros prefieren la violencia. Es el caso de Guillermo, que estuvo preso cinco años por arrebatar cadenas, bolsos y celulares en la calle. “Al principio, con una banda, nos dedicábamos a robar neumáticos y reproductoras en los autos de los turistas. Luego me metí a quitar móviles y bolsos en la vía pública y fue cuando me cogieron y me mandaron pa’la cárcel. Casi siempre escogía a mujeres y personas mayores. Pero cuando estás sofocado, sin un quilo, le vas arriba a cualquiera”.
Los robos con violencia, asaltos y asesinatos aumentan dramáticamente en Cuba. Hasta el 20 de octubre, 66 mujeres habían sido asesinadas en diversas provincias. Recientemente, en la provincia Las Tunas, 600 kilómetros al este de La Habana, mataron a puñaladas a Leandro Baró, de 16 años. La semana pasada, para robarles sus celulares, cinco adolescentes fueron asaltados con machetes en la barriada de Miramar, al oeste de la capital, considerada una zona de baja peligrosidad. Cuando se presentaron en la estación policial a realizar la denuncia correspondiente, no había peritos que pudieran hacer el retrato hablado de los agresores.
Las autoridades suelen acusar a las redes sociales y a los medios independientes de establecer una matriz informativa de inseguridad en las calles, pero un instructor policial afirma que “es preocupante la ola de violencia que vive el país. Nunca, en los doce años que llevo como policía, había visto destaparse tantos asaltos callejeros, robos con fuerza en viviendas ocupadas y asesinatos. Las bandas que descuartizan ganado y roban cosechas a los campesinos se han convertido en una plaga”. En 2021, solo en la provincia de Ciego de Ávila, 500 kilómetros al este de La Habana, fueron sacrificadas ilegalmente 1.689 reses, más del doble que en 2020.
Gregorio, el anciano que vende cigarrillos sueltos en un solar de San Leopoldo, considera que si las autoridades no atajan la espiral de violencia “en unos años la criminalidad en Cuba puede estar al nivel de Caracas o Sinaloa».
Casi todos los robos tienen un denominador común: la mayoría de los agresores son jóvenes negros o mestizos, nacidos después de la revolución de Fidel Castro. Todavía los carteles de drogas y las mafias criminales no imperan en la Isla. Pero vamos por ese camino.