domingo, noviembre 24, 2024
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Los nuevos delgados

HUGHES,

Empieza a ser habitual el encontrar a gente en el chasis. Gente muy delgada, con una delgadez sorprendente y sobrevenida, sospechosa, que lleva a pensar si no estará enferma la persona o consumiéndose en un drama. Pepita, que siempre estuvo gorda, de repente no lo está:

-¿Qué le pasa a Pepita, que está en los huesos?

Pero estos nuevos delgados no cuentan nada, y tampoco se quejan, evitan mucho el tema, así que queda en el aire la cuestión.

Entre nosotros y los demás se interpone un secreto de delgadez. Están apareciendo personas con veinte kilos menos y ninguna explicación.

No están enfermos, no sufren mal de amores y no se han apuntado a triatlón: es que se están dando el pinchazo, el ozempic (ozempí).

Nadie se lo pone, nadie lo reconoce, pero sobrevienen las sílfides y los tipines, y el producto se agota en el mercado.

Se abre el debate con ello: ¿es legítima esta delgadez que no viene del esfuerzo y la voluntad? ¿Se la merecen? ¡Ah, delgadez sin mérito! Quizás de ahí el secreto. Tiene esta delgadez algo de vergonzante, como cuando toca la lotería y no se cuenta.

El cuerpo es como la economía: un presupuesto de gastos e ingresos y todos estamos ingresando más de lo que gastamos. Ese superávit crónico exigiría un ajuste presupuestario, pero no hay manera…

Ni siquiera con la inflación. Todo está un 25% más caro, pero lo que se hace ante eso no es comer menos, sino comer peor. Hay un buen consejo nutricional (que bien mirado serviría para todo): no comer nada que se anuncie en la tele, pero las cosas de comer que no salen en la tele resultan aún más caras.

La lujuria deriva de la gula, son el mismo pecado de voracidad; y la lujuria nos devuelve a la gula, como una circularidad del saciarse. La soledad o el vacío se solucionan ingiriendo, deglutiendo. Es el comer por desespero, lo que los japoneses llaman el kuchisabishii, hambre emocional para la que no hay pastillas.

El gran problema filosófico después del suicidio es separar el hambre de las ganas de comer y comemos de manera solitaria, pero también social: la cervecita es la primera socialización del adulto (sobre todo varón, no libre aun para decirle a los amigos: vámonos a un brunch de aguacates), por no hablar del «tenemos que comer, a ver si comemos», lacra gástrica y económica. ¿No podemos vernos en un parque? ¿No podemos pasear cogidos del bracete como paseaban los antiguos? No, hay que comer para despedirse la Navidad, y luego más comer en Navidad y después, tras el álmax, ya en casa, darle al kuchisabishii otra vez… No queda otra que pincharse.

Los nuevos delgados son como los nuevos ricos, y podrán perder peso, pero tienen que hacer mucho recorrido ético (como los de Bildu) y aun más estético para ponerse a la altura de su delgadez. Son neoenjutos sin el carácter; les falta algo. Un hueso era un estado de nervios, la radiografía de un alma (Adiós a las álmax), una moral, casi una espiritualidad, y ahora está al alcance de cualquiera. Todo se democratiza menos lo que se tiene que democratizar.

Fuente: La gaceta de la Iberosfera

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