Después de dos décadas, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, aterriza este martes en Yakutia (oriente ruso) y desde ahí volará hasta Pionyang para cumplir con una “amistosa visita” al líder norcoreano, Kim Jong-un, que confirma su alianza como “compañeros de armas”.
Según el Kremlin, el encuentro es parte de su “derecho a desarrollar relaciones con los vecinos de Rusia”. El problema está en los objetivos detrás de esta relación. De acuerdo con The Economist, Corea del Norte ha enviado cerca 11.000 contenedores con armas a Rusia por vía marítima y también por ferrocarril en los últimos nueve meses, tras la visita de Kim a Putin en el cosmódromo de Vostochny en septiembre pasado. Se estima que los cargamentos incluyen cinco millones de rondas y misiles balísticos clase Hwasong-11, un modelo reportado por Ucrania por su uso indiscriminado contra sus ciudadanos.
La cifra crecerá, considerando que a cambio de la cooperación, Kim espera recibir diseños de armas nucleares y vehículos de reentrada para misiles balísticos intercontinentales. Su lista de peticiones es larga. Además solicita información sobre satélites, submarinos y armas hipersónicas. Rusia está dispuesta a complacer al dictador norcoreano al añadir en el intercambio repuestos para aviones, barcos y defensas aéreas más modernas. En ese sentido, se sospecha que el último satélite de Kim utilizó en su lanzamiento una variante de un motor del sistema Angara de Rusia.
Relación de complemento
El Servicio de Espionaje Exterior (SVR) de Rusia pronostica “buenos resultados” de la reunión porque “la visita está bien preparada”, asegura Serguéi Narishkin, jefe de ese organismo. La cercanía está lejos de enfriarse. Al contrario, recién comienza a tomar temperatura. “Continuaremos haciéndolo de manera creciente”, dice Narishkin, e incluso asevera que esta alianza “no debe preocupar a nadie ni puede ser cuestionada”.
Kim sostiene el discurso que difunde el Kremlin. El tirano norcoreano presume que ambos tienen una “relación inquebrantable” después de sus dos viajes a Moscú desde 2019.
La lealtad parece ahora la base de su trato. Vladímir Putin y Kim Jong-un se complementan de forma estratégica. Ya no es especulación. Corea del Norte le resulta útil a Putin para enfrentar a Occidente. La afinidad pública con Kim lo favorece no sólo para complicar el clima político en Asia sino para disuadir a Corea del Sur, reconocido como un productor de armas y aliado de Estados Unidos y Ucrania.
El veto de Rusia a la resolución de las Naciones Unidas que pretendía prorrogar el mandato del Grupo de Expertos, principal órgano internacional de supervisión de las sanciones a Corea del Norte, conquistó a Kim. Además, Rusia ayuda a estabilizar la economía de Corea del Norte al impulsar al país como un destino de verano para los turistas rusos.
Socio en crisis
Kim necesita a Putin. Las fallidas conversaciones con Estados Unidos luego de la cumbre en Hanói, donde exigió el cese de las sanciones impuestas a la nación norcoreana, frustraron la posibilidad de un acuerdo con Washington.
A cinco años del infructuoso encuentro en Vietnam con el expresidente Donald Trump por oponerse a cerrar sus fábricas de armas nucleares, la búsqueda de otras fuentes de cooperación le urgen a Kim Jong-un. Sin embargo, confiar a ciegas en Putin es un riesgo cuando Corea del Sur se posiciona como un socio económico más atractivo. La nación ocupa el quinto lugar entre los mayores destinos de las exportaciones rusas antes de la guerra.
Las declaraciones del embajador de Rusia en Seúl revelan el interés por recuperar el intercambio comercial al manifestar que Corea del Sur será el primero en volver a las filas de los países amigables.
Mientras esto sucede, “el nuevo amor ruso con Corea del Norte es superficial y artificial”, asegura Andrei Lankov, un experto ruso en Corea del Norte con sede en la Universidad Kookmin en Seúl en declaraciones ofrecidas a The Economist. La conveniencia siempre tiene un precio.