ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ,
En dos días he tomado cuatro vuelos, he dado tres charlas o conferencias y he tenido dos comidas de ésas de temas sesudos. No lo digo quejándome ni presumiendo, sino para llegar a mi conclusión, que es la que me importa y espero que sea también la que les aporte algo a ustedes, que para eso estamos. En estos días —¡estupendos!— he vivido concentrado en la discusión y reflexión de los graves problemas. Desde los aires en la Iglesia, que, como hijo suyo fiel, me afectan vivamente. Hasta el atolladero de la política nacional, bastante desesperante, porque nos condena de nuevo a la ineficacia y a la desunión. Pasando —de eso hablaba en la conferencia principal— por las dificultades crecientes (cancelaciones, censuras, desprecios, presiones multilaterales y multidisciplinares) para defender determinadas visiones de la vida (entre ellas, la mía).
En las comidas saltábamos de un problema a otro sin tiempo apenas para el agradable menudeo sentimental de contarnos nuestros veranos o de ponderar la gastronomía. Todo eran análisis, hipótesis, teorías y cálculos complejos, más algunas lamentaciones.
A esto hay que sumar que tenía que aprovechar los intersticios para escribir mis artículos, y las duchas y los desplazamientos en coche para pensarlos y sopesarlos. Espero no estresarles, porque todavía no he contado lo más exigente: las preguntas, después de las charlas o al asalto a la salida o a la entrada. Yo soy el peor improvisador del mundo y sufro mucho con mis propias hesitantes respuestas que nunca están a la altura de la inmerecida esperanza del que las hace.
Al fin, tras haber perdido mi coche en el parking del aeropuerto y haber perdido —cuando encontré el coche— el ticket del pago del parking, llegué a mi casa tarde. Mi mujer me recibió desde la puerta, qué bonita imagen, sobre todo si fuese en cine mudo.
Porque peguntó, por supuesto, qué tal me había ido, pero no esperó la respuesta y empezó a exponerme toda una batería de problemas domésticos de la más variada condición. Ha llegado una multa. Hay que recoger a un niño de una fiesta a tal hora. Esperar que la otra llegue del cine. Qué preocupación este malentendido con unos amigos. Le han cambiado el turno de la vendimia. La aspiradora no aspira (no tiene aspiraciones, ha perdido el sentido de su existencia). Tenemos que localizar unos papeles para un trámite burocrático. Y así.
Podría pensarse que aquello era un chaparrón de problemas un poco desconsiderado para el lancero libre (free lance) que regresa a casa molido después de haberse dado de lo lindo con todos los molinos de La Mancha que es el mundo postmoderno. Pero en absoluto, creo que ser recibido cual Lancelot del Lago me hubiese abochornado y me habría recordado los problemas graves que tenemos clavados por la espalda.
Los problemas domésticos eran la domesticidad, la rutina, el hogar, agridulce hogar, la vida que sigue a pesar de todo, deliciosa y pequeña. Era lo que mejor me venía después del arreón intenso de problemas graves. Lejos de mí, como saben, volver la espalda a los problemas de la Patria ni a los de la Matria ni al avispero cultural ni a las amenazas líquidas de la postmodernidad borrascosa. En realidad, la familia, con sus continuos requerimientos corrientes y pequeñas exigencias hacederas es, además de un descanso de tantos asuntos gravísimos que escapan en principio a nuestro poder, lo mejor que podemos hacer para solucionar también esos graves problemas. Ánimo; y disfruten del día a día, que es un cuerpo a cuerpo. Los problemas domésticos son como animales ídem, mascotas.