Edgar Cherubini Lecuna,
Es indudable que la crisis política en Venezuela tomó un nuevo curso con la elección el 28-J de Edmundo González, conducido por el liderazgo popular de María Corina Machado. Pese a que no hay dudas del triunfo, basado en el soporte de actas del escrutinio del CNE presentado por la oposición democrática y avalado por el Centro Carter y el Comité de Expertos de ONU entre otros, sin embargo, Cuba, los “Estados forajidos” aliados del régimen y otros países gobernados por la denominada “izquierda progresista” o influenciados por el Grupo de Puebla, han avalado el fraude y le han dado la orden a Maduro de mantenerse en el poder y resistir para no permitir el restablecimiento de la democracia en Venezuela.
El régimen, además de cometer un fraude descomunal, ha desatado una violencia ciega, contra líderes y activistas de la oposición o cualquier ciudadano que se atreva a manifestar en contra de sus designios, secuestrando, desapareciendo y encarcelando a miles de ciudadanos pacíficos. El conteo de asesinatos va en aumento cada día que pasa.
La situación de la disidencia se agrava aún más al sufrir un bloqueo informativo sin precedentes. Ya la agencia EFE (26/06/2024) había informado que, en Venezuela, en los últimos 20 años, 405 medios han sido cerrados, esto incluye prensa, radio, televisión, “este cierre y los ataques contra los medios, los periodistas y las limitaciones que hay en el ejercicio del periodismo forman parte de una política de Estado”. La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) denunció un “apagón informativo casi total, algunos grandes diarios fueron comprados por el régimen (el Gobierno) y los que existen de forma independiente debieron migrar a internet, espacio en el que sufren bloqueos digitales permanentes”.
El ciudadano solo recibe información sesgada, es decir, la verdad oficial emitida por el régimen. Es una guerra contra los valores democráticos y en especial contra la libertad de expresión, porque sin una prensa libre no hay democracia, ya que esta es la que condiciona el ejercicio de los demás derechos. De allí que Maduro la ha recrudecido confiscando las señales de las redes sociales. El (12/08/2024) Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional ilegítima y segundo de abordo del régimen, después de llamar “basura” al comité de expertos de la ONU, decretó la prohibición de las redes sociales: “(…) por el bien de los venezolanos, les vamos a quitar acceso a las redes sociales para que vean la realidad, porque las redes sociales son el mayor peligro para la libertad y la paz”. Esta declaración Orwelliana forma parte de lo que se ha denominado “estrategia del espejo”.
La estrategia del espejo antecede a las masacres
Son innumerables los actos de violencia verbal y física del régimen, que convierten al disidente, al adversario político o simplemente al que no piensa como ellos, en “enemigo” al que hay que hostigar, golpear, encarcelar, torturar y aniquilar. Entre sus argucias el régimen ha usado la estrategia del espejo, trampa en la que caen sus militantes y peor aún los medios internacionales controlados en su mayoría por la denominada “izquierda progresista”. Consiste en la inversión de la realidad política, así, el opositor es “fascista”, “golpista”, “corrupto”, “terrorista”, “traidor a la patria”, cuando esos adjetivos le corresponden al régimen chavista-madurista-militar. Las víctimas del abuso de poder, de fraude electoral y de la brutal represión se convierten en los responsables de los delitos cometidos por el victimario. El dictador se convierte en custodio de la democracia, el esbirro se convierte en víctima.
Maduro y los portavoces del régimen utilizan la retórica de la humillación. La violencia, el avasallamiento, el odio, el irrespeto y la indignidad constituyen la estructura de su discurso, limitado a un mundo de conjeturas confusas, de eslóganes y mentiras. Es un lenguaje reduccionista y es parte de la psicopatía política de los totalitarismos de todo cuño.
Según Jean Pierre Faye (Langages totalitaires, Hermann, París, 1972), el lenguaje totalitario es de por sí limitado debido a la exclusión que hace del resto de la sociedad que no piensa como su emisor. Es un lenguaje pervertido debido a la ilegitimidad, indignidad y deshumanización del que trata de imponerlo, pues para lograrlo debe recurrir a la fuerza contra la voluntad de los otros
Por su parte, Yves Ternon (Guerres et Génocides au XXe siècle, Odile Jacob, París, 2007), afirma que el genocidio es el acto final de un discurso de discriminación, de agresiones verbales que prepara el terreno para expropiaciones, hostigamiento, persecuciones, deportaciones y masacres. George Bensoussan (Idéologie du Rejet, Manya, París, 1993) y Ternon (L’Etat criminel), coinciden en que el lenguaje totalitario deshumaniza a las víctimas con la idea de eliminar el sentimiento de culpabilidad en sus ejecutores. Según los autores antes citados, la retórica genocida es un uso consciente e instrumento de una política criminal del Estado. La primera etapa del genocidio es la supresión de la identidad de la víctima, cosa que se consigue a través de los insultos y la deshumanización del enemigo. El discurso político y la propaganda identifican al grupo a eliminar y preparan su destrucción. Mediante su previa desnaturalización, la futura víctima es rebajada a un nivel inferior a lo humano, se la compara con un “gusano”, “parásito”, “tumor”, “cáncer”, “basura”, “podredumbre”, “excremento”. Al transformar a su víctima en eso, se ayuda al asesino o ejecutor a invertir el sentido del crimen como un acto de profilaxis. El asesino no se siente asesino, se siente “terapeuta” o “sanitarista” y actúa con sobrada impunidad. En dos palabras es la “estrategia del espejo”.