RICARDO RUIZ DE LA SERNA,
Ahora, cuando las ciudades europeas se llenan de manifestantes partidarios de Hamás, es momento de recordar qué es Europa y cuánto urge cambiar el rumbo suicida de nuestra civilización. En España y en el resto del continente, a excepción de Hungría y Polonia, se han coreado consignas islamistas y se ha expresado a voces el apoyo a Hamás, la organización terrorista que controla la Franja de Gaza. En Alemania, se han marcado casas con estrellas de David como hicieron los nazis en el Boicot Judío del 1 de abril de 1933. Así, a Europa han llegado los conflictos y las tensiones del Oriente Próximo y los viejos fantasmas del continente -por ejemplo, el antisemitismo y el nazismo- han recobrado fuerza. Occidente debe volver a sus raíces.
Por eso es de agradecer que la editorial Rialp haya publicado esta “Breve historia de Occidente” que ha escrito José Ramón Ayllón, biógrafo del brillante Chesterton y de la heroica Sophie Scholl. En sus 231 páginas, este libro resume el periplo prodigioso de una civilización que, con todas sus sombras, ha iluminado a la humanidad hasta nuestros días. A partir de la razón griega, el orden romano y el Dios cristiano, Ayllón recorre los veinte siglos que van desde la Antigüedad a la Edad Contemporánea, la nuestra, la de los campos de exterminio nazis y el Gulag. Los que somos hijos del siglo XX, el tiempo de las industrias de la muerte, sabemos la traición a Occidente que las ideologías totalitarias encarnaron. Fascinadas por la salvación de la raza o la liberación de la humanidad, se dejaron la dignidad del ser humano por el camino. Dignos hijos de su tiempo, los grupos terroristas yihadistas de hoy recorren el camino que antes transitaron los demás asesinos.
El libro está salpicado de citas pertinentes y sugerencias bibliográficas que apuntalan las reflexiones sobre las raíces de nuestra civilización: Atenas, Roma, Jerusalén. Mientras lo leía, recordaba la Declaración de París de 2017: “La verdadera Europa afirma la igual dignidad de cada individuo, con independencia de su sexo, clase o raza. Esto también se deriva de nuestras raíces cristianas. Nuestras suaves virtudes proceden de una inconfundible herencia cristiana: justicia, compasión, misericordia, perdón, pacificación, caridad”. En esa Europa, los amigos de Hamás no debieran tener sitio. Los de la ETA, por cierto, tampoco.
Se me dirá que Europa no está en condiciones de dar lecciones a nadie. Es cierto que gravita sobre ella el peso de haberse traicionado a sí misma muchas veces, pero eso no nos libera de las responsabilidades del presente: alzar la voz ante la sinrazón y la injusticia. Dice Ayllón en el epílogo del libro que “los siglos oscuros que siguieron a la caída de la Urbe solo levantaron cabeza cuando revitalizaron sus tres raíces originarias: la búsqueda de la verdad, el respeto a la ley y la cosmovisión cristiana”. Nos corresponde a nosotros denunciar que hoy, en Europa, estas tres raíces se están agostando y que vemos en las calles las consecuencias de esta sequía moral. Se exaltan los atentados terroristas y sus autores, se señalan las casas de ciudadanos por la religión que profesan y se quebranta la ley por conveniencia política. El temor al estigma del racismo y la xenofobia lleva a silenciar el origen de quienes jalean a Hamás. Los complejos de culpa, impuestos durante décadas, impiden decir que la inmigración descontrolada ha creado un problema de seguridad en Europa y que no es la solución al problema del envejecimiento de la población.
Estas manifestaciones que vemos por las calles de las capitales europeas deben servir de llamada de atención (otra más después de los atentados terroristas sufridos en las últimas décadas y de los disturbios cíclicos en ciudades como París). Debe imponerse el orden y la seguridad públicas. Es preciso dar un golpe de timón y reorientar las políticas que se marcan desde la Unión Europea, así como las que todavía dirigen los gobiernos nacionales. Si no reaccionamos, lo que estamos viendo en estos días se volverá cotidiano.