OMAR ESTACIO Z.,
Confiese el declarante, Mogollón Dávila, José Ramón, aquí presente, que los días 15, 17 y 24 de enero; 8 de febrero, 14 de marzo y 2, 3 y 4 de abril, todos del año en curso se reunió con la señora María Corina Machado y los miembros del comando de campaña de esta última, con el objeto específico de darle un golpe de Estado al gobierno democrático, pacífico, revolucionario, respetuoso, pero sobre todo, garante de los derechos humanos de los venezolanos.
Yo no conozco a ninguna Machado -responde el hombre con los ojos vendados y atado de pies y manos-, de hecho, no tengo la más mínima idea de cómo, cuándo, ni dónde pudieron celebrarse semejantes reuniones.
Las tareas de torturador y de ejecutor de las desapariciones forzadas son indisolubles. La sargentona que se hace llamar la “mejor ministra penitenciaria” de la historia, impuso los siguientes usos y costumbres: Todo preso político debe pasar su período de adaptación en situación de desaparecido. Durante esa “cuarentena” de cuatro semanas a seis meses -eso para comenzar, insistimos- los celadores de la RoboLución además de torturar, deben mofarse del dolor ajeno:
- ¡Corten, corten, corten! ¿Ya detuvieron la videograbadora? Entonces, conque no recuerdas nada. ¿Eh? ¡Pachequito! Tenga la fineza de darle su medicina al detenido ¡pa’ que recobre la memoria!
Los métodos para arrancar las admisiones de culpabilidad, por muy inocente que usted sea, son variados. “La Bolsita”, consiste en introducir la cabeza del infortunado en una bolsa plástica hasta que perciba que se le va la vida por asfixia mecánica. En “El Submarino” la sensación de muerte es por inmersión, porque desde el torso hasta la cabeza del “olvidadizo” es sumergida en un tonel de agua. O de excrementos.
El “Manual Chavomadurista de la Tortura y la Desaparición Forzada” incluye ¡faltaría más! la clásica paliza pero, por las partes blandas porque hay que evitar, hasta donde se pueda, los moretones y/o fracturas del esternón, las costillas, de la columna vertebral. Una agresión sexual, nunca le viene mal a los agentes del orden “bolivariano” para un muy merecido ascenso.
La “Sippenhaft” hitleriana, aumentada y más depravada, tampoco. Torturar, vejar, violar a los familiares de los adversarios, por el solo hecho de la consanguinidad o afinidad con el objetor de consciencia, se encuentra en su apogeo. Conforme al referido “Manual” nada más saludable para la memoria que a cualquier persona le toquen lo más preciado.
- ¿Oyes los gemidos femeninos a través de la tabiquería vecina? Para la oreja, “amigo” mío. ¿No reconoces la voz de tu hijita de 14 años? Veremos si así comienzas a recordar mejor los acontecimientos ¡Atención, Pachequito! ¡Otra vez, cámara, acción!
El ciclo se repite una y otra vez. Socavada la resistencia física pero sobre moral del infortunado, los jefes de los esbirros difunden a través de la televisora de “todos los venezolanos” en el horario premium de “Con el Mazo Dando” las videograbaciones, para estigmatizar a la víctima de sus atrocidades.
En la llamada RoboLución, la única ley es que no hay ley. ¡Al demonio! con que las lecciones del “Manual” quebranten las normas más elementales de convivencia civilizada.
Nada más que en el Área Metropolitana de Caracas existen alrededor de 20 reclusorios clandestinos. Resulta muy fácil “desaparecer” a quien sea en semejante maraña. En muchos casos a las sesiones de tortura asiste un médico, quien al estilo de las narcobandas más desalmadas, actúa como asesor. No es nada más para recordarles a los esbirros las áreas más sensibles de todo cuerpo humano. La asesoría incluye, que a los esbirros no se les pase la mano. Aunque en definitiva, en el caso de escándalo por alguna muerte “accidental” sus jefes, los jefes de sus jefes hasta llegar a la alimaña que los comanda a todos, se lavarán las manos y colocarán a los autores materiales en la picota.
El cronista no se cuenta entre los hagiógrafos de ese antro de holgazanería y complicidad con sede en La Haya, Reino de los Países Bajos, que lleva el remoquete de la Corte Penal Internacional. Pero, por lo pronto, son los únicos bueyes que tenemos y con ellos tenemos que arar. Eso sí. Que cuando actúen, si es que se dignan hacerlo, no se queden con la sargentería, sino que se lleven por los cachos hasta el tope de la cadena de tortura.