En el 2020, los bloqueos severos por parte de China crearon una escasez masiva en la cadena de suministros que se extendió por todo el mundo –casi tan rápido como el COVID-19–. Por meses, los estadounidenses lidiaron con estanterías vacías y retrasos en envíos. Dos años después, todavía estamos lidiando con ese mismo problema pues las nuevas restricciones en China amenazan con producir otra ola de interrupciones.
Mientras los americanos se están adaptando a un mundo post-pandemia (¡algo que Florida empezó a hacer hace mucho tiempo!), el Partido Comunista Chino (PCCh, por sus siglas en español) se está comportando exactamente igual que cuando apareció el COVID en la ciudad de Wuhan. Los periodistas de la izquierda elogiaron la respuesta a la pandemia por parte de Pekín –como si hubiese sido superior a la nuestra–. Hoy, es fácil ver que la política de «COVID cero» del PCCh mantiene a China en un estado perpetuo de emergencia y lo preocupante es que todo el mundo sufrirá por ello.
Detener el COVID en seco nunca fue factible. Los gobernadores liberales y los funcionarios de salud pública lo intentaron en EEUU y fracasaron. Además, Omicron lo ha hecho prácticamente imposible, un hecho que incluso Anthony Fauci parece reconocer. Desafortunadamente, el PCCh no recibió el memorando. Recientemente, Pekín puso bajo cuarentena a todo Shanghái en un intento por aislar el virus. Esto puede estar perfectamente alineado con el énfasis del Secretario General del PCCh, Xi Jinping, sobre el control estatal de arriba hasta abajo en todos los aspectos de la vida, pero sus consecuencias se extenderán mucho más allá de las fronteras de China.
Shanghai es el puerto de contenedores más grande del mundo y procesa un 20% de las exportaciones chinas. Las medidas del PCCh han dejado fuera de servicio a casi todos los almacenes, plantas y camiones de la ciudad. Todo esto mientras también se limita la capacidad del puerto y el aeropuerto. La carga se está acumulando y seguirá pasando mientras la estricta cuarentena permanezca en vigor.
Cuando se levante el bloqueo de Shanghái, que los expertos predicen ocurrirá en junio, la cadena de suministros global se verá abrumada por una ola gigante de carga. Los expertos de la industria dicen que la situación es «peor que la de Wuhan» y puede crear «la interrupción logística más significativa desde el comienzo de la pandemia». Los estadounidenses sin duda sentirán el impacto, lo cual es una mala noticia para las familias trabajadoras que actualmente se enfrentan a la creciente inflación, el aumento en los precios de la gasolina y la escasez de alimentos.
Mucho antes que el COVID llegará a nuestras costas, señalé que nuestra dependencia a las importaciones chinas es un riesgo nacional. Es por eso que emití un informe en el 2019 advirtiendo que la deslocalización de industrias críticas a China nos dejaba económica y militarmente vulnerables ante Pekín.
En ese momento, el informe fue en contra de ideólogos económicos, incluyendo al ahora presidente Joe Biden, quien previamente minimizó la adhesión de Pekín a la Organización Mundial del Comercio. Hoy, la precisión de mi advertencia es dolorosamente obvia. Lo que está pasando en Shanghái solo lo agudizará. Si EEUU no comienza a corregir el rumbo, no tendremos a nadie más a quien culpar por la próxima crisis en nuestra cadena de suministros que a nosotros mismos.
El rumbo a seguir empieza por traer la fabricación y producción de productos vitales a EEUU y a países vecinos. Eso significa aumentar las inversiones estadounidenses en países socios de Sur y Centroamérica, los cuales están más cercas de EEUU que del PCCh no sólo geográficamente, sino también en valores compartidos e intereses. Este cambio también significa implementar una política industrial sólida y específica, que empodere a EEUU para competir en el escenario global en la creación de semiconductores, productos farmacéuticos y más.
Con dos años de crisis detrás de nosotros, y otro en el horizonte, ha llegado el momento de despertar y trazar un nuevo camino hacia la resiliencia estadounidense. Si dejamos pasar este momento, nos pondremos voluntariamente a merced de Pekín, y potencialmente condenaremos a nuestro gran país a un declive lento y amargo.
Fuente: Diario Las Americas