El domingo pasado vimos imágenes que no por frecuentes dejan de ser alarmantes. En Bruselas, la fingida capital de una Europa que ya no sabe quién es, seguidores de Marruecos se lanzaban a las calles para “celebrar” con una violencia inusitada el triunfo de su selección de futbol ante Bélgica. Me pregunto que hubiera pasado si llegan a perder. Los resultados son devastadores. Estaciones de metro cerradas, el centro cortado a la circulación, barricadas, contenedores, patinetes eléctricos y demás objetos de mobiliario urbano calcinados y los mensajes apremiantes del alcalde de la ciudad, Philippe Close, exhortando a los bruselenses que se abstuvieran de salir.
Los antidisturbios se enfrentaron a aquella horda empleando un centenar de efectivos, cañones de agua e incluso gas lacrimógeno. Los hinchas portaban cócteles Molotov y abundante pirotecnia. Con robustas mazas se emplearon a fondo, destruían a su paso los vehículos estacionados. Un periodista herido, conductores rodeados por la turbamulta, uso de palos, en fin, la de Dios es Cristo.
Estamos ante un fenómeno que sucede en todas las grandes capitales del Viejo Continente
Esto no es nuevo y nadie puede decir que le pilla por sorpresa. Sin alejarnos de Bruselas, la capital del buen rollo. Recordemos que, hasta el atentado en la estación de tren de la capital, la policía tenía prohibido ir a casa de nadie y detenerlo pasadas las nueve de la noche y que cuando Marruecos se clasificó para la Copa del Mundo en 2017 los incidentes se saldaron con 22 heridos. Añadamos que Bélgica es el país en el que se encuentra Molenbeck, localidad de la que surgieron varios de los terroristas islámicos culpables de los atentados de París en 2015 y del de Bruselas al que hacíamos mención en 2016. Estamos ante un fenómeno que sucede en todas las grandes capitales del Viejo Continente, un problema gravísimo de orden público, de carácter social y de indiscutible calado político que nosotros, españolitos de a pie, podemos ver con nuestros propios ojos donde vivimos, porque existen barrios enteros en manos de organizaciones violentas de inmigrantes ilegales asociadas con redes criminales de venta de drogas, prostitución, ocupación de viviendas, etc. Eso, amén de la infiltración yihadista, cosa que hay que recordar a los olvidadizos que ignoran que continuamos en alerta cuatro terrorista.
Los que salieron en Bruselas no tienen la menor intención de integrarse en nuestra cultura ni aceptar nuestras leyes
No es un problema de asistencia social, de integración, escuelas, pedagogía o discursos fraternales por una sencilla razón: los que salieron en Bruselas no tienen la menor intención de integrarse en nuestra cultura ni aceptar nuestras leyes. Han venido para cambiarlas por la suyas y, o lo aceptamos, o flaco favor nos estaremos haciendo a nosotros y a las personas que proviniendo de países islámicos lo hacen con el único deseo de labrarse una vida mejor, en paz y respetando nuestra democracia. Les recomiendo pasearse por ciertos barrios de Madrid, Barcelona, Tarrasa o Badalona, por citar lugares que conozco. Es el gran problema actual y de nada sirve esconder la cabeza debajo del ala.