SANTIAGO MUZIO,
Finalmente ocurrió. A pesar de las operaciones a las que fue sometido en los últimos meses por una casta confabulada de políticos, medios masivos de comunicación y grandes contratistas del Estado. Pese a los pronósticos de los falsos profetas a sueldo que elaboran las siempre falaces encuestas de opinión. Ocurrió: Javier Milei dio el batacazo.
Desmintió los gurús de la política y los medios según quienes iba a quedar tercero, o más lejos; se había diluido totalmente. Sus supuestos traspiés lo habían alejado del electorado. Se había convertido él en casta por integrar la Cámara de Diputados; poco importaba que rifara su dieta y no viviera del erario público… pero importó.
Decían que en su estilo rabioso había perdido el ritmo y, no sabiendo escuchar, se había alejado de los temas que le importaban al electorado… pero no.
El pueblo argentino está cansado de falsas peleas entre los falsos políticos que ocupan el escenario, de confrontaciones tan inútiles como estériles, y vio en Milei la última esperanza de torcer el futuro de un país que parecía condenado.
Finalmente, los medios masivos comunicaron expresiones de deseo, sus ilusiones; los diálogos entre políticos no tenían en cuenta las preocupaciones del pueblo sino el reparto de sus prebendas; las encuestas no registraban la realidad, sino los focus groups.
Contra el consenso de los que importan, contra todo pronóstico razonable, Milei arrasó. No sólo fue el candidato más votado individualmente, sino que se quedó con el lugar de la fuerza más votada. La coalición cambiemita (tren fantasma que incluye desde el discurso derechoso pero torpe de Patricia Bullrich hasta lo más progresista del espectro político, como el radicalismo, cuyas diferencias ideológicas con el kirchnerismo son tan difíciles de atrapar para una inteligencia sana) quedó en segundo lugar sumando los votos de los dos candidatos que peleaban su descarnada interna (que, por ello, no podrán retener completos para las elecciones generales). La coalición (pronto ex) oficialista fue desplazada al deshonroso tercer puesto que todos auguraban para Milei, el ganador de la jornada.
Después de una noche de insomnio, la casta política sigue tratando de entender y reajustarse, mientras la casta mediática que ve que la amenaza del fin de la pauta publicitaria oficial que la mantiene obesa empieza a ser tangible, no puede ocultar su desazón y quiere reducir el fenómeno al voto bronca y cargar la culpa sólo sobre la política. Su pesadilla se ha transformado en realidad.
Afirman que a Milei lo siguen por su estilo rabioso, no porque estén de acuerdo con lo que sostiene. Dicen que nadie está de acuerdo con cerrar el Banco Central que viene destruyendo el poder de compra de generaciones de argentinos mediante el impuesto inflacionario. También afirman que nadie normal está de acuerdo con la idea trasnochada de derogar la ley del aborto, sagrada conquista y ampliación de derechos por la que las madres pueden matar a sus hijos, claro. A ningún argentino de bien puede parecerle normal que se le facilite el acceso a las armas legales para poder defenderse de la delincuencia rampante que tiene siempre acceso a las armas ilegales. Según la casta, los argentinos no quieren eso.
Pero sí, resulta que sí, que Milei atrae por su franqueza, por decir lo que piensa en lugar de lo que las encuestas dicen que hay que decir, pero también atrae porque muchas de sus ideas no encuentran asiento en los focus groups pero sí en el común de la sociedad, en esa Argentina silenciosa que se hartó y ahora empezó a gritar. Milei es una expresión de lo que los argentinos de a pie quieren y necesitan.
Resulta que Milei no se limitó a triturar al kirchnerismo, sino que además atropelló a la falsa oposición de Juntos por el Cargo.
Y al paso que vamos, el grito se oirá cada vez más fuerte y puede dar la nueva sorpresa de ganar las elecciones generales en primera vuelta, sepultar para siempre al kirchnerismo pero también a la maltrecha coalición que fingía de opositora y dar inicio a una configuración política totalmente nueva, a la que el periodismo, los analistas, los encuestadores y demás aprendices de brujos todavía no se animan a entrever.