No es que la ley sea mala. Es que la idea de hacerla ya era en origen una estupidez. Campan por las instituciones como adolescentes asamblearios que comparten canuto en la facultad, siempre con alguna excusa para estar lejos del aula, que lo de la urgencia por cambiar el mundo, por más que fruncieran mucho el ceño, era una disculpa tan grotesca como cualquier otra para no tener que abrir un libro. Y así, llegaron al Gobierno creyendo que la democracia consiste en agitar las manitas a media luz en una jaima plantada en Sol y en plantar tomateras donde mean los perros. Que sabían mucho de la calle y de la gente trabajadora porque una vez se dejaron rastas, salieron de copas por Malasaña y acabaron en un after con el sastre que le cosía las chaquetas de pana a González, no como los demás, que quedábamos a media tarde para intercambiar oseas y levantar mucho la punta de la nariz en un reservado del Gucci de Serrano.
Estos nuevos ricos de la política son como adolescentes levantando la vista por primera de la pantalla, descubriendo que las leyes, como las ideas, tienen consecuencias. Que están saliendo puñados de violadores en libertad, tropezándose con etarras a pleno sol, como si tuviéramos a pocos criminales sueltos ya, con tantos como llegan con sus costumbres que hay que respetar.
Dice la ministra que es muy grave esta polémica porque genera miedo a las instituciones. Da lástima que hasta en el cuarto intento de abrir la boca para explicarse consigue volver a equivocarse al tratar de manipular a todo el mundo todo el tiempo, que ya sabemos de quién lo ha aprendido. Como si no supiera que lo que da miedo son los violadores, no los jueces.
El festival de declaraciones de las últimas 48 horas es propio de desesperados a los que se le ha terminado el cuento de hadas del poder
Lo que confirma al idiota no es su estupidez, sino su soberbia. Sabes que estás ante un idiota de pura cepa cuando, después de que todo el mundo haya comprobado con decepción que de su chistera solo brotan idioteces, se reafirma con orgullo en sus errores, ajeno a todo sentido de la responsabilidad, sí, pero ajeno sobre todo a cualquier atisbo de sentido del ridículo. El festival de declaraciones de las últimas 48 horas es propio de desesperados a los que se le ha terminado el cuento de hadas del poder, de nuevo rico el día después de la crisis del ladrillo y la quiebra, gente a quien solo le queda la pataleta inmadura, porque la gestión de la frustración en la zona psicótica del Gobierno es un área del conocimiento que les resulta inaccesible.
Sánchez, que está muy ocupado estos días luciendo la camisa batik que robó a los de Resacón en Las Vegas, ha alimentado la polémica respaldando a su manera a la ministra en llamas, y lo ha hecho solo por una razón: porque alguien le ha convencido -y es verdad- de que, si todo el mundo se altera con el asunto de los violadores, ya nadie volverá a hablar de la reforma de la sedición. Esa es siempre su estrategia: que la berrea podemita oculte la infamia socialista cada día con una piedra más gorda que la pedrada anterior, y viceversa, en una sucesión de incendios tan veloz que nunca da tiempo a que nada se queme del todo; especialmente, él. En su maldad, han sabido leer mejor que nadie el punto débil del siglo de la inmediatez: ningún escándalo de Sánchez llega vivo al editorial de papel del día siguiente.
Ahora, por desgracia, sabemos lo que va a ocurrir. Alguna de las ratas que está saliendo a pasear reincidirá y a la ola de condenas, palabrerías y sobreactuaciones del feminismo comunista –previa comprobación de nacionalidad española- le seguirá al instante el silencio sepulcral del escándalo. Al descubrir que el asaltante ha salido a la calle gracias a la maldita ley, entonces, presos del pánico, tendrán que volver a enfocar el ventilador hacia los jueces, o hacia Putin, o hacia los huevos de Elvis Presley si fuera necesario, y volveremos al barro, que es donde los machacas como Sánchez se mueven como pez en el agua.
Alguna de las ratas que está saliendo a pasear reincidirá y a la ola de condenas, palabrerías y sobreactuaciones del feminismo comunista le seguirá al instante el silencio sepulcral
Pero entretanto, habrá ocurrido, habrá otra niña estúpidamente destrozada, habrá otra familia rota, habrá otra notable piara de hijos de perra babeantes vagando nuestros barrios con impunidad, y los más inocentes pagarán una y otra vez más el carísimo precio del orgullo, del delirio idealista, y del tren de vida a los advenedizos, a los niñatos porretas de la Complu, a los nuevos ricos de la política, a los cheguevaritas de la milla de oro, a los que identifican con asombrosa nitidez el terror de la Guerra Civil, pero no son capaces de ver el terror que llevan de su propia mano a diario en el Congreso. Y, sin embargo, ni siquiera toda esa densa polvareda nos hará olvidar, ni por un instante, que no es la ley lo que es deplorable, sino la idea; la idea, el ministerio, y el Gobierno.