MARÍA DURÁN,
Suelo pasar julio y diciembre de bastante mal humor. Me ocurre siempre que se acercan vacaciones. Las intuyo ya cercanas, y el cansancio de varios meses lo noto de manera más intensa mientras me impaciento por la llegada de los días libres en familia —con mis niños, sobre todo—. Este año no se me llegó a quitar el mal humor entre el verano y el invierno por motivos que no vienen al caso. Hasta este mes. He descubierto que los últimos acontecimientos políticos me han convertido en aceleracionista: quiero que se vaya todo a tomar por saco de una vez. No el capitalismo, todo. Que la gente disfrute lo votado.
He llegado a tal grado de estupefacción y horror de la mano de Pedro Sánchez y acólitos en los últimos tres meses que la situación se ha revertido: ya nada me turba, ya nada me espanta. Estoy feliz y contenta y disfruto de ver lo que pasa a mi alrededor. O de vuelta de todo, ya no sé. ¿Que Feijoo tiene una parafilia sexual rara que provoca que le guste que el PSOE lo engañe e insulte en público todos los días de su vida? Lo miro impasible como el que está acostumbrado a ver porno a diario. Me regocijo cuando Sánchez se carcajea de él en pleno ataque de psicosis en su investidura y me digo a mí misma, «no haber sacado a Michavila y a Guardiola a pasear». O cuando Óscar Puente dice que se alegra de que Pamplona la vaya a gobernar el muy democrático partido semicriminal Bildu mientras los parguelas del PP le dieron Barcelona al PSC. «Haberlos ilegalizado cuando pudisteis, Alberto», me comento.
¿Que Sánchez va a Estrasburgo a que Puigdemont lo amenace ante todo el Europarlamento —todo o 100 de 700 diputados, que parece que Su Persona no despierta tanto interés en los demás como en él mismo— con «consecuencias desagradables» por no haber sabido imponer su dialecto catalán al resto de Europa? Pues se celebra. Miro al forajido protagonizando vejaciones públicas contra Sánchez y sonrío como una madre orgullosa que ve echar a andar a su hijo. Porque Puigdemont, con esa personalidad que oscila entre el paletismo del que se cree especial sin tener ningún rasgo destacable más allá de un pelo raro, y el nazismo de los separatistas modernos, da asco. Pero Sánchez, burlándose de todos los españoles con su ‘mediador’ caribeño, que no es otra cosa que un negociador de rescates entre secuestrados (nosotros) y secuestradores (PSOE, ERC y Junts), da más. Y verlo apretar la mandíbula consciente de que está haciendo un papelón patético ante su Von der Brujen y los diputados del ECR y el PP europeo que lo pusieron a caldo, me hace bastante feliz. Que su ego no pudo soportar el baño lo demuestra que se largara en medio de una réplica de Manfred Weber, dejando patente ante todos los líderes europeos que aunque le guste protagonizar documentales a lo Downton Abbey, está mucho más cerca de ser un portero de Sauna Gay Sabiniano que un Lord.
Es que ya me gusta hasta ver a la Asociación de Periodistas Parlamentarios nominando a la filoetarra Merche Aizpurua como la portavoz con mejor relación con la prensa pese a que se ganaba la vida en Egin y Gara señalando periodistas y otros objetivos a eliminar por los terroristas. Así ya se da cuenta todo el mundo, si quedaba algún despistado, de que sólo hay un gremio más asqueroso que el político: el periodístico —cuando me preguntan desconocidos a qué me dedico, digo que soy florista—.
No me hace sufrir ni la Conferencia Episcopal, que de tan políticamente correcta que intenta ser parece que la dirige el padre Ángel. ¿No se posicionan al lado de los cristianos españoles perseguidos? Que los hay. Pues oigan, ya se las verán ustedes con Él y se lo explicarán. Que sólo Dios basta.