En la escandalera mediática que ha producido el encontronazo entre Carla Toscano e Irene Montero, los partidarios del perfil-bajo han mantenido un perfil muy alto. Éstos han reconocido, con más o menos disimulo, 1) que Toscano no dijo nada que no fuese verdad, 2) que Irene Montero ha hecho una ley de pena, 3) que el Gobierno está intentando cargar con el muerto a los jueces y 4) que la victimización de Montero es una forma de escurrir su bulto y, de paso, el de Pedro Sánchez reformando la sedición; pero, aun así, a renglón seguido, 5) achacan a Toscano una tremenda torpeza estratégica porque le ha regalado la escapatoria mediática a la ministra de Igualdad.
El episodio en sí ya se ha analizado meticulosamente, pero no la argumentación de estos preclaros napoleones de la opinión pública. Yo, que no llego ni a táctico, porque me limito a escribir lo que veo, diría que su argumento roza lo naif. ¿Cómo que, si Carla Toscano no hubiese aludido a los estudios superiores de Irene Montero, seguiríamos disertando de la chapuza de la ley de “Sólo sí es sí”? Ja. Parece que no conocen la mecánica del negociado. ¿No caducan los temas más graves a una velocidad de vértigo? ¿Y lo ocurrido en el Parlamento no ha sido un altavoz imponente para que la ley del «Sólo sí es sí» haya ocupado una primerísima plana y casi todas las columnas de opinión?
Urge neutralizar la coartada del victimismo en nuestra vida pública, porque envenena la convivencia, irracionaliza los debates públicos
En la mayoría de los casos, es verdad, la ley como telón de fondo a la circunstancia de la mención famosa, vale; pero tengamos en cuenta que ya se la había criticado mucho antes, hasta el punto de empezar a ser un tema periodísticamente agotado. El Parlamento le ha dado un nuevo impulso, incluso ha permitido a los del perfil bajo volvernos a explicar pormenorizadamente lo mala que es la ley de Irene Montero y que eso es lo verdaderamente grave. En este segundo empujón al tema ya nadie —obsérvese— defendía que la ley estuviese bien. Sólo se ha discutido si había sido excesivo o no mentarle a Montero sus estudios en el Congreso. Se ha polemizado la anécdota, mientras que todo el mundo ha asumido la categoría: la pifia legislativa. Ahora, cuando vuelven a rebajarse las penas de violadores y acosadores (vamos por más de 37 delincuentes sexuales favorecidos por la ley del “Sólo sí es sí”), el cuestionamiento a Irene Montero resurge potenciado, subconscientemente, por la polémica precedente.
Si mi explicación no les convence, recordemos. Con la extendida estrategia del perfil bajo, nos han ido pasando por encima muchísimos debates de enorme importancia política y social. Probar otras formas de oposición empieza a ser imprescindible.
Pero, además, está el victimismo. Que no se cura arrugándose ante quien lo blande como una amenaza paralizante paradójica. Sentirse ofendido es hoy un arma ofensiva. Si nos arrugamos o, todavía peor, si nos rendimos preventivamente, lo convertimos en una estrategia —ésta, sí— ganadora. ¿No lo estamos fomentando? Todos esos ajedrecistas de la política que sostienen que Carla Toscano y Vox se equivocaron al dejar un resquicio abierto por donde Irene pudiese enrocarse en su condición de ofendida están alimentando el monstruo postmoderno del victimismo. Y con tanto éxito que ya tampoco se puede llamar «filoetarras» a los representantes de Bildu, como comprobó ayer mismo Patricia Rueda en el Congreso. Victimarios victimizándose victoriosos y reivindicantes.
Contra el victimismo, ignorarlo. Ni caer miméticamente en él ni hacerle el trabajo gratis de escandalizarse
Urge neutralizar la coartada del victimismo en nuestra vida pública, porque envenena la convivencia, irracionaliza los debates públicos y convierte el foro en un campo de minas donde cualquier paso puede hacer estallar una bomba de racimo de sentimientos heridos, gritos alarmados, solidaridades interesadas, lágrimas de cocodrilo y, finalmente, estrategas que te gritan que para qué pisas, que mejor te quedas quieto. Contra el victimismo, ignorarlo. Ni caer miméticamente en él ni hacerle el trabajo gratis de escandalizarse. El mejor antídoto es el «Fiat Iustitia et pereat mundus», del español Fernando I, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, esto es, «Tú a lo justo, aunque tiemble el misterio». O el «¡Intelijencia, dame el nombre exacto, y tuyo,/y suyo, y mío, de las cosas!» de JRJ. Los estrategas mediáticos son estrategas miedáticos.