Editorial, La gaceta de la Iberosfera
Edificamos este editorial sobre un trino de la escritora Julia Escobar que ayer escribió: «La peor nostalgia es la nostalgia de lo desconocido: una especie de efecto Proust para experiencias no vividas pero que hubieran podido ser. Por eso, ahora que estoy tan limitada, no añoro lo que ya no puedo hacer, sino lo que nunca hice».
Es cierto que doña Julia habla de sí misma, pero como ocurre con toda la obra de los grandes autores, lo escrito ya no le pertenece, sino que es propiedad de quien lo necesita, y nosotros lo necesitamos para construir este editorial y hablar, otra vez, de España.
Porque eso, eso en concreto, esa nostalgia no de un tiempo pasado, en ocasiones mejor, sino la nostalgia de lo que nunca hicimos, es parte integral del estado de ánimo de millones de españoles que hoy asistimos perplejos a la destrucción de una nación que en tiempos ya lejanos dominó el mundo y que creímos indestructible. Pero no es esa la nostalgia de la que hablamos, porque en aquellos siglos los españoles sí que hicieron. La añoranza de Escobar, como la nuestra, es el remordimiento por lo que no hemos hecho. Por ejemplo, no haber impedido, cuando pudimos, porque pudimos, que a España no la reconozca hoy ni la madre que la parió.
Sentimos nostalgia de lo que no hicimos por defender la nación y los principios esenciales de la democracia liberal, de lo que no hicimos por defender el honor —cualidad moral que no se extingue con la muerte—, de nuestros antepasados, la Historia que hicimos juntos y la tradición. Nostalgia de cuando no forzamos los debates que se nos negaban. Añoranza de un tiempo en el que rendimos, sin lucha por primera vez, nuestras fronteras, incluso sabiendo como sabíamos que eran mucho más que líneas en un mapa. Melancolía casi de otoño tras los cristales de lo que no hicimos para proteger el Derecho Natural frente al positivismo que instauró la tiranía de los mediocres y la cultura de la muerte.
Tanto complejo, tanta sumisión, tanto globalismo, tanto voto útil que fue inútil…
No defendimos la familia y cuando socavaron sus raíces lo único que hicimos fue ocuparnos de la semántica de la palabra matrimonio. Estamos obligados a sentir el aguijón de la nostalgia cuando nos acordamos de lo que no hicimos por defender el imperio de la ley justa o cuando nos negamos a cumplir y hacer cumplir las promesas electorales. Nostalgia también de las banderas que permitimos que arriaran o escondieran y de lo que no hicimos por recordar que la traición es la mayor de las villanías.
Tantísimo que podríamos haber hecho y no hicimos por defender al español, nuestra lengua común, ese privilegio. Tantísimo que no hicimos para evitar que acortaran la inocencia de la infancia, que es lo único que a un hombre le dura toda la vida. Nostalgia de todas las manifestaciones a las que no fuimos y de las desigualdades que consentimos. Tantas novelas insumisas que no escribimos, tantas películas ejemplares que no nos atrevimos a producir, tanta batalla cultural en la que nos negamos a salir de la trinchera… Tanto complejo, tanta sumisión, tanto globalismo, tanto voto útil que fue inútil.
Pesadumbre, al fin y hoy más que nunca, por cuantas veces no quisimos elevar a las más altas magistraturas a catedráticos y jueces honrados, cabales y ajenos a cualquier partido político.
Nos merecemos que toda esa amarga añoranza de lo que por lo menos debimos haber intentado pero no hicimos en nombre del consenso, la serenidad y la moderación, nos atormente en forma de insomnio o de justo pesar.
La buena noticia es que todavía España no ha llegado a su fin. Por muy limitados que estemos, mañana tendremos una nueva, quizá última, oportunidad de sacudirnos esa nostalgia y hacer algo por la nación. No sea que dentro de un tiempo sintamos añoranza de aquella vez que no dimos todas las batallas —las que podemos ganar y las que debemos perder para desgastar al enemigo—, para evitar que un mediocre presidente de un nefasto Gobierno, en alianza con lo peor que ha parido España, acabe con cualquier posibilidad de hacer algo. Que en eso están. Empecemos por una moción de censura y de ahí, para arriba.