miércoles, diciembre 25, 2024
InicioOpiniónOda a la mediocridad

Oda a la mediocridad

Andrés Villota Gómez

Cuando las grandes empresas colombianas le dan la oportunidad a sus empleados de acceder a cursos de formación en las mejores universidades del país, los que hicieron sus pregrados en universidades “de garaje” y recibieron una educación de muy baja calidad, que son la gran mayoría, son implacables en las evaluaciones que hacen sobre el curso.

Cuestionan la marca y el modelo del video beam, critican la comodidad de las sillas, la intensidad de la iluminación del tablero, la variedad en el menú del refrigerio, la antigüedad del edificio en el que queda el salón de clase e incluso, algunos, tienen la osadía de criticar el nivel de los profesores.

Parece como si quisieran confirmar que no se perdieron de nada importante y que fueron muy astutos por haber estudiado en un antro y no haber estudiado en una universidad prestigiosa. El sesgo de la confirmación.

Que lo mejor que les pudo pasar en la vida fue haber sido unos vagos, poca lucha, que nunca estudiaron en el colegio y que por eso sacaron un puntaje tan bajo en los exámenes que hace el Estado para poder ingresar a la educación superior.

Como premio de consolación, resultaron siendo admitidos en programas académicos adaptados a las bajas capacidades académicas de los estudiantes, formados, a su vez, por unos profesores fracasados, desahuciados del libre mercado laboral porque nunca dieron el nivel para ser aceptados en un trabajo digno en el que prima la eficiencia, la competencia y la productividad.

Quieren confirmar que lo mejor que les pudo pasar fue, no haber estudiado en una buena universidad, ni haber realizado estudios pertinentes al mercado laboral colombiano.

Confirman que son unos mediocres desde su tierna infancia pero que, en Colombia, esa es una virtud. La glorificación y el enaltecimiento de la desgracia porque Juan Manuel Santos dice que somos una nación resiliente. El malo es el mejor, el bueno es el mediocre.

Dicho de otra manera, confirman que ser mediocres es la mejor opción que pudieron tomar en su vida porque, al final, ellos sí tienen trabajo pero su hermano que estudió en una universidad prestigiosa y es juicioso y es pilo y no es petrista, está desempleado porque alguna de las pasantes de psicología que lideran los procesos de selección de esas grandes empresas decidió que, desde su mini cabecita mediocre en formación, estaba sobrecalificado para poder trabajar en una empresa de mediocres.

Las mejores empresas de Colombia, quién lo creyera, contratan a los peores, no a los mejores. Eso explica su baja productividad y su ineficiencia corporativa. Los empresarios mal entendieron la inclusión como una forma de excluir a los mejores y de darle oportunidades a los peores, a la vez que reducían, sustancialmente, sus costos de mano de obra.

Aseguraban la lealtad y la fidelidad de sus empleados mediocres, lo que los convierte en trabajadores dóciles, sin mayores pretensiones porque no piensan, solo obedecen. Saben que, en condiciones normales de competencia perfecta, no van a tener la más remota posibilidad de volver a ser empleados. En algunas empresas, solo dejaron a los mejores en los cargos directivos para que las empresas no colapsen.

La academia, también, empezó a entender la inclusión de manera errónea y terminó haciéndole una oda a la mediocridad. Dejó de exigir unos requisitos mínimos de ingreso a sus programas académicos para darle cabida a toda la mediocridad generacional.

Cerebros aptos por realizarles una lobotomía y convencerlos fácilmente de que el partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NAZI) era de “extrema derecha”, entre otros muchos disparates que les hacen repetir sin mayor resistencia porque no piensan, no tienen criterio. Los profesores mediocres, pagados con recursos públicos, escudan su mediocridad en la libertad de cátedra y en la autonomía universitaria para que jamás les vayan a exigir que dejen de revolcarse entre su propia mediocridad.

El mercado laboral mediocre promueve la fuga de cerebros que, en últimas, es lo que pretende Gustavo Petro y sus secuaces. Que la sociedad colombiana sea de mediocres, de descriteriados, que se queden solo los que puedan dominar fácilmente, los que no piensan, los fácilmente manipulables, los que puedan  mangonear, los subnormales que otra subnormal como Andrea Padilla les pueda prohibir comer carne y no digan nada.

Odian al liberalismo clásico y al neoliberalismo porque el libre mercado y el capitalismo es solo para los mejores, no apto para los perdedores o los fracasados. Ernesto Samper Pizano odia el neoliberalismo al que considera salvaje porque un mediocre como él, jamás consiguió un trabajo y, por descarte, resultó siendo burócrata.

Un marihuanero profesional contaba orgulloso de cómo, a pesar de llevar 25 años consumiendo marihuana, se había graduado de dos maestrías y en la actualidad se desempeñaba como congresista en Colombia. Una verdadera oda a la mediocridad que enaltece su adicción y se muestra como un modelo a seguir. En mi época, ese mismo personaje, no se hubiera graduado ni del kinder garden.

Unos jóvenes de la Universidad Nacional me contaban de un par que nunca pudo conseguir trabajo porque eran los más mediocres, entonces, resultaron siendo burócratas. Uno en el Concejo de Bogotá por inventarse que Iván Duque lo había  mandado a matar y la otra de representante a la Cámara por Bogotá por haber liderado las revueltas terroristas de la Primera Línea.

En la política, la diferencia tan marcada entre los miembros de la bancada del Centro Democrático en el Congreso de la República con el resto de bancadas de los otros partidos políticos, hace que sean satanizados por pensar diferente, por no dejarse dominar por tratarse de mentes superiores, no mediocres.

Los miembros del establecimiento colombiano, que dirige el hermano mayor de Juan Manuel Santos, odian al presidente Álvaro Uribe, a Enrique Gómez, a Miguel Uribe, a Oscar Iván Zuluaga, por pensar, por cuestionar, por no ser mediocres. Necesitan mediocres a todos los colombianos, especialmente a la oposición.

Gustavo Bolívar, escritor de soap operas, desde su micro visión del mundo, se dedica a satanizar a los nietos de los presidentes de la República y exalta a los políticos que sus abuelos eran coteros, lustrabotas o raponeros. Bolívar necesita que todos sean igual o peor de mediocres que él para que el  Congreso no se oponga a las intenciones de dominación del comunismo colombiano en cabeza de su patrón.

Colombia tiene la productividad más baja de todos los países miembros de la OCDE. Hasta hace poco, Colombia tenía una de las jornadas laborales más largas. Supondría que a mayor trabajo, mayor productividad, pero en Colombia eso no aplica porque nuestro país es una oda a la mediocridad.

Fuente: Panam post

ARTICULOS RELACIONADOS

Avellana

Estado moral, estado total

El nuevo periodismo

REDES SOCIALES

585FansMe gusta
1,230SeguidoresSeguir
79SeguidoresSeguir

NOTICIAS POPULARES