Venezuela despertó hace dos años en un engaño. Y todavía sigue entrampada en la argucia que la sacó de la cama con la promesa de un nuevo gobierno sin el yugo del socialismo, mediante una “Operación Libertad”. Una táctica que terminó hundiéndola más en la revolución chavista, a cambio del oxígeno de Leopoldo López.
No hay otro balance. No existen más lecturas. Cualquier interpretación distinta solo conduciría a una farsa. Esa jugada contra Nicolás Maduro salió mal y las sucesivas también. Él sigue en Miraflores rodeado de una cúpula militar y civiles con hambre y vapuleados a sus pies. Mientras tanto, Juan Guaidó ahora se encuentra deslegitimado por sus acciones frustradas para impedir la prolongación de la dictadura.
La prueba más evidente es que hoy, ahí, en la autopista de Altamira —cerca de la base aérea La Carlota— donde el mandatario opositor interino llamó a la “unión del pueblo” junto a su mentor de Voluntad Popular y un puñado de miembros del ejército para “el cese de la usurpación” está Diosdado Cabello, diputado del régimen, con tanquetas para recordar la desdicha de 2019.
Un hecho sin sentido
La operación de Guaidó sembró histeria e indignación colectiva a los 30 de abril. Esa sí es una hazaña que puede atribuirse a su plan para derrocar al chavismo que calculó mal. Sí, todo falló y él lo admitió. No tenía apoyo del ejército de base ni en los altos mandos pero esperaba con un puñado de uniformados portando lazos azules en los brazos que Maduro corriera de su silla.
Y pensar que desde hace cuatro décadas el consultor estratégico y pensador militar Edward Luttwak, autor del legendario ‘Golpe de Estado: un manual práctico’, estableció que las líneas para una asonada exitosa son el bloqueo al líder al que se pretende derrocar, la anulación de las unidades que no participan, controlar las comunicaciones y desplegarse en lugares estratégicos para controlar a las masas. Un cuartelazo sin esas medidas termina como el de Guaidó.
No hubo estrategia. El desafío se lanzó desde una localización clave pero relativamente remota, sin hacer el más mínimo amago por neutralizar a Nicolás Maduro y a otras figuras del chavismo y permitiendo que estos hiciesen un llamamiento a sus partidarios para que se movilizasen en su defensa.
Así pasó. Con el sol puesto a las 6:00 de la mañana —una hora después del llamado de Guaidó— Jorge Rodríguez, en aquel momento vicepresidente, Vladimir López y Diosdado Cabello como presidente de la Asamblea Nacional Constituyente inundaron los medios y redes sociales con “la desactivación de la agenda violenta”.
Estaban tranquilos. En sus ochos regiones de defensa había “normalidad” y en el momento que quedó claro que un sector considerable del ejército seguía respaldando a Maduro, la iniciativa se desinfló.
Horas después, Leopoldo López, que había comparecido junto a Guaidó para llamar al alzamiento, pedía asilo en la embajada de Chile ante la falta de confianza en el éxito de la intentona para resguardar sus intereses en medio de la confusión que persistía.
El único con libertad
López sí ganó con la «Operación Libertad». Él triunfó. De estar en arresto domiciliario, pasó a la embajada chilena, luego a la de España y de ahí a su libertad definitiva en un apartamento de lujo en Madrid.
El destino de Guaidó es otro. Su credibilidad se perdió. Su popularidad pasó de más de 60 % a casi la mitad según Datanálisis y su rol se debate entre la aceptación y tibieza de Estados Unidos y la Unión Europea ante los infortunios políticos.
Su apuro le costó caro. Esta operación estaba programada para dos días después, y contaría —según fuente de El Confidencial— con el respaldo de los líderes del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebín), del Tribunal Supremo de Justicia y de la Contrainteligencia Militar, e incluso del ministro de Defensa, Vladimir Padrino López. El entonces, asesor de Seguridad Nacional estadounidense John Bolton aseguraba que a Maduro y su socialismo “se les acaba el tiempo”.
Pero Guaidó sospechó su detención y horas antes de la gran marcha que había convocado para el 1 de mayo hacia el Palacio de Miraflores desenfundó su maniobra que en la historia queda como una menguada insurrección.
Fuente: PanamPost