jueves, noviembre 14, 2024
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OPINIÓN- Andrés Cañizález: En Chile el proceso fue tutelado por la dictadura

No hay un camino único para alcanzar el regreso a la democracia luego de que un país esté asolado por una dictadura. En realidad, se pueden extraer enseñanzas de los diferentes procesos, pero no asumir que se trata de un decálogo que deba cumplirse al pie de la letra. Cada sociedad, con sus particularidades, genera su propio proceso.
En el caso de Chile, según se refleja en el libro Transiciones democráticas: Enseñanzas de líderes políticos, de Sergio Bitar y Abraham Lowenthal, se refleja con claridad cómo el proceso largo y complicado para lograr desalojar a la dictadura del poder, en realidad, se hizo bajo la tutela del propio régimen autoritario.
La dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) efectivamente fue derrotada en los procesos electorales que abrieron el juego democrático. Este se vio limitado en sus inicios, pero dejó en claro que tenía el poder, lo pretendía conservar en ciertos enclaves y por tanto imponía reglas y condiciones.
Aunque fue cuestionada por sus atrocidades y feroz represión, la dictadura militar gozó de un poder sólido entre 1973 y 1980. Durante esos años, los partidos opositores, democráticos y de extrema izquierda estuvieron envueltos en prolongados debates, enfrentamientos y contradicciones. Aquello resultaba estéril. Determinar qué partido u organización había tenido más responsabilidad, en llevar al naufragio al gobierno de Salvador Allende, ya no tenía ningún sentido años después de aquellos sucesos.
Con la llegada de la década de 1980 sucedieron varias cosas. Se retomaron las protestas de calle, a pesar de la represión militar, los líderes en el exilio lograron cierto nivel de interlocución con la comunidad internacional; y especialmente se empezó a construir con socialistas y socialcristianos lo que con el pasar del tiempo fue la Concertación.
Hubo un proceso de aceptación de la realidad. La discusión bizantina sobre si el gobierno o la constitución de Pinochet eran legítimos dio paso a una aceptación de que las cosas eran de esa forma. La dictadura tenía el poder. No había señales de que fuese a dejar su posición de fuerza, y, además, había asumido el costo político internacional que representaba su autoritarismo.
Al aceptar las reglas de juego de la dictadura, ya que el debate sobre su legitimidad no tenía sentido alguno, los grupos del centro democrático (socialistas y socialcristianos) se empezaron a pasear por los escenarios de cambios graduales dentro de las propias reglas de Pinochet.
De esa forma se llegó al plebiscito de 1988. Los actores de oposición favorables a participar debían aceptar condiciones inequitativas, se trataba de reglas que beneficiaban al poder, junto a la propia división que reinaba entre los factores políticos que apostaban al cambio.
El plebiscito, además, tomó fuerza como estrategia pacífica y electoral luego del intento fallido de acabar con la vida de Pinochet que había organizado el brazo armado del Partido Comunista, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Tal como señala el libro de Bitar y Lowenthal, todos aquellos sucesos polarizaron aún más a la sociedad chilena y a los actores militares y de extrema izquierda. En ese escenario, socialistas y socialcristianos debieron remar en contra de la corriente para llegar al plebiscito. Cuando lo ven en retrospectiva, los protagonistas decidieron participar de forma abierta y decidida en esta consulta arriesgándose a que la dictadura hiciera trampa, y más aun corriendo el riesgo de que los chilenos no vieran en el voto una vía para el cambio.
Muchos actores de oposición sostenían que sólo debía participarse en unas elecciones abiertas y no en esta consulta, pero la dictadura no estaba dispuesta a ceder en este punto. Sólo abrió la posibilidad del plebiscito.

El resultado terminó siendo aplastante: triunfó el no. Se impuso la opción de que debía hacerse el llamado a unas elecciones generales. Sin embargo, la dictadura de Pinochet obtuvo, y no era nada despreciable, un 44% de votos de chilenos que estaban a favor de que el régimen autoritario se extendiera por otros 8 años.

El 11 de marzo de 1990 se inició la presidencia del socialcristiano Patricio Aylwin como jefe de Estado de Chile. Pinochet no se retiró de inmediato, siguió conservando prerrogativas de diverso tipo, siguió controlando a las fuerzas armadas y dejó como hoja de ruta su constitución de 1980.
Sólo ahora, 41 años después, es que posiblemente se cerrará en Chile el proceso de transición, cuando la recién electa asamblea constituyente apruebe una nueva constitución en los próximos meses.
Fuente: El Estimulo

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