Venezuela requerirá, para superar este descalabro que nos deja el pernicioso populismo, de un PACTO DE ESTADO redactado y acordado con una visión compartida del futuro de nuestro país. La planificación debe sustituir las ocurrencias de gobiernos que se turnan en el ejercicio del poder, llegando a comprometer las finanzas públicas sin atender a ningún esquema que contemple metas de desarrollo social ni económicas. Hay que dejar atrás, bien lejos, esos liderazgos mesiánicos encarnados por caudillos con ropaje de predestinados que esperan ser seguidos por montoneras que ciegamente avalan todas sus extravagancias, sin reparar en que esos “héroes” sólo conducen al abismo.
Nunca más ningún gobierno debe endeudar indiscriminadamente a la Nación. Nunca más devaluar nuestra moneda para jugar monopolio en un ente emisor devenido en “casino financiero”, sumiso y obediente para imprimir dinero inorgánico. Nunca más ningún presidente debe actuar con ilimitados poderes para disponer de nuestros recursos naturales y financieros, como ha ocurrido en esta etapa tan lamentable de nuestra historia. Ciclo que debe dejar aprendizajes de lo que nunca más debe repetirse, como una compensación por los daños causados.
Admitir que esa figura presidencialista ha sido funesta. Porque esperar que una persona se presente con una aureola de omnipresente, con poderes para resolver todo, desde la instalación de una fuente de agua potable, hasta garantizar el despegue del país hacia grandes destinos, tiene que ser un capítulo clausurado definitivamente. Lo sano es contar con planes que apunten al corto, mediano y largo plazo. Lo conveniente es un liderazgo colectivo sólido, con estadistas que estén a cargo de emprender las grandes estrategias. Gobernantes bien formados, sin máculas ni sombras de corrupción, que no estén atados a grupos especuladores que los financian para luego exigir cuotas de gratificación por «los servicios recibidos». Ah, y que estén prevenidos de que deben rendir cuentas de todos sus actos, desvelar su patrimonio, estar al tanto de que su vida privada desaparece desde el instante en que asumen responsabilidades de orden público en un marco de alternabilidad.
Otro mito que debe ser clausurado, es el que nos ha recreado en la fantasía de que “somos ricos porque tenemos petróleo”. Se acabo esa falsa interpretación de la real posesión de cuantiosos recursos naturales. Fortunas que se agotan, porque si no se ponen al servicio de una economía diversificada, terminan siendo un lastre más que unas alas para volar alto, como lo han hecho los pueblos que ponen el acento en la educación con calidad de sus ciudadanos. La riqueza no dependerá de hechos fortuitos, será el fruto del trabajo creador y del esfuerzo de todos. Una sociedad responsable, con ciudadanos que sepan cuáles son sus obligaciones y capacitados para defender sus derechos. Una ciudadanía con emprendedores que se atrevan a realizar sus sueños.
Desde luego que una premisa a observar es que exista un Estado de Derecho como piedra angular. Donde los principios de separación de poderes, la libertad de expresión, la propiedad privada y la garantía absoluta de respeto a los derechos humanos, jamás estén en discusión.
Por otra parte, impulsar un modelo basado en la ECONOMIA SOLIDARIA DE MERCADO, abriendo cancha para la iniciativa de las personas, entendiendo que el capital privado, tanto nacional como foráneo, será indispensable para hacer reflotar nuestra economía, hoy desplomada.
El Estado debe ser redimensionado, concluyendo en que el Estado será poderoso, no por su «tamañote», sino por su capacidad para ser eficiente.
La educación, la salud, la seguridad personal, impulsar políticas de viviendas y apalancar condiciones para contar con óptimos servicios públicos, deben ser temas en la agenda de un Estado responsable, pero nunca más interventor y dispendioso.
Desde luego debe ser una educación basada en las posibilidades de aprender. Que los niños y los jóvenes fortalezcan conocimientos de la aritmética, matemáticas, todo lo que esté relacionado con el álgebra y la física o química. Que aprendan idiomas, que se percaten de las civilizaciones, culturas y religiones. Que la lectura no sea una excepción sino más bien la regla que haga posible que lean varios libros al mes. Que el manejo de la computación, de la internet y de las redes sociales apunten a estar capacitados para preparar proyectos online y a saber que pasa y como avanza el mundo. Que debatan sobre la moral y el civismo. Que sepan de la importancia de las reglas, de las leyes, de la familia. Que cultiven valores de responsabilidad, solidaridad, la tolerancia, la honestidad y la ética, que asimilen la dimensión y significación de los recursos naturales desde la óptica de la ecología a proteger y que el éxito no los saque de la línea correcta que debe seguir siempre un buen ciudadano. Ese modelo está siendo experimentado en Japón. Hay otros como el de Finlandia que vale la pena monitorear. Lo cierto es que ya es hora de alterar el orden y colocar la carrera de educación como la gran opción.
Esa es mi visión, repensando a Venezuela de cara al futuro.