Así están politiqueros y políticos, saltando, picoteando en búsqueda por algo de comer, cualquier cosa que dé nuevas energías al enorme vacío en el cual viven y tratan de hacer aparecer como un bulto atiborrado de futuros. Pero ese alimento, que contiene vitaminas de la confianza y nutrientes de esperanzas que los ciudadanos reclaman, ya no existe, lo malversaron, dilapidaron, se acabó.
Politólogos y actores políticos, no todos, distinguen de antipolíticos a los ciudadanos que muestran inquietud, actitud crítica, por lo general de condena y rechazo. Se trata de un argumento incivil, nada reflexivo, interesado, empleado a conveniencia por quienes poseen trayectoria pública, jactanciosos catedráticos e inocentes ciudadanos.
Preocupante que expertos en política califiquen como antipolítico el derecho ciudadano a discrepar e intervenir en asuntos públicos de interés colectivo o individual con opiniones públicas. Es decir, practicar en esencia la política. Habría que preguntarles a los altaneros engreídos, en virtud de qué la comunidad que se ha quedado sin la prestación de un servicio básico, como consecuencia de los errados quehaceres de la autoridad responsable, está inhabilitada para reclamar, protestar o vociferar su inconformidad, o cómo lo convierte en antipolítico el criticar a un gobernante o parlamentario. La argumentación en contrario es absurda, ilógica, irracional e inadmisible.
Los venezolanos sobreviven a duras penas entre no creerle al régimen y estar hartos de blandengues cooperadores, da la impresión de que los políticos de parte y parte ni se dan por enterados, los ignoran. Grupos opositores ahora se enzarzan en una pelea como aquella famosa de los borrachos por una botella vacía, pugnando porque la Asamblea Nacional, convertida en cueva de resonancias y contraecos, reclamando la petición de no acudir a las elecciones parlamentarias, lleve o no a las tres frases que el interino lanzó hace dos años, incumplidas y aún flotando en el aire. Avaros y miserables cicateros desesperados argumentan conjeturas conciliadoras que, en lugar de ceñirse al cese de la usurpación, solicitan la suspensión o flexibilización de sanciones, para que sus protegidos titiriteros y financistas continúen saqueando el país.
Eso no es relevante, por supuesto, las elecciones se organizarán porque el régimen castrista aspira a adueñarse de la Asamblea Nacional, pues los esfuerzos por comprar diputados opositores y la paralela asamblea nacional constituyente no son políticamente útiles, ni otorgan legitimidad. El régimen se prepara para remodelar el Poder Legislativo a su imagen, semejanza y conveniencia; usarán a sus contratados, tarifados que ejercen papeles de opositores elegantes, le pondrán a disposición la tecnología electoral disponible para regresar triunfantes al control de un Parlamento sumiso y obediente.
No importa cuántos votos logren ese domingo desde ya vergonzoso ni los que proclamen cuando se hagan los anuncios formales. Se aferrarán a un Parlamento sin contemplaciones, ni guardar la forma, para eso se están entrenando. ¿Y la comunidad internacional cómo reaccionará?
La verdad sea dicha, son muchos y no todos caben en el lomo de ese burro. Pequeños pero muchos grupos piensan también en sí mismos. Saben que no tienen ni la más remota posibilidad de alcanzar el poder, pero sí la cuota de limosnas que puedan sobrar, para 2021, de elecciones regionales, y en las lejanías llaneras, orientales, andina, la canción caraqueña puede tener otro ritmo.
¿Están dispuestos a ser erradicados de su proyección política? Y los pequeños partidos cercanos al chavismo ya etéreo y los micros aferrados a la oposición, ¿van a dejar en manos de La Habana y Caracas sus propias posibilidades?
¿Habrá elecciones parlamentarias?, nadie sabe, pero si las hay, serán solo entre el castro-madurismo y la oposición protectora, complaciente y colaboradora, con pactos solitarios, convenios públicos o secretos.
Fuente: El Nacional