Próximos a otra “farsa electoral” – lo previene el secretario de la OEA, Luis Almagro – que replica en el ámbito parlamentario la anterior auto elección de Nicolás Maduro de 2018, sigue sin resolverse el gran obstáculo que impide la ruptura del círculo vicioso de maldades que ya duran veinte años en Venezuela. Se trata de la mendacidad constitucional, de la trampa del nominalismo, la huida intelectual o el autismo ante eventos que se consideran fatales.
En su lúcida crónica sobre el fascismo como régimen de la mentira [Il fascismo come regime della menzogna, 2014] recuerda Piero Calamandrei (1889-1956) que “hay que hacer de todo para que la viscosa intoxicación no nos atrape: se necesita mantenerla bajo la vista, aprender a reconocerla en todas sus imposturas”. Precisa, al efecto, que se le hizo exigente a sus compatriotas pasados veinte años como los nuestros y una vez alcanzada la libertad, verse a diario en el espejo de la realidad que atrapara sus mentes. Entendieron que les quedaba pendiente lo más importante, “la guerra de liberación en lo más profundo de las conciencias”, aprender a servirle a la verdad.
Lo que permanece y evita que los cubanos y las demás víctimas de su narco-satrapía, los venezolanos, nicaragüenses, ecuatorianos y bolivianos podamos zafarnos de las desgracias que nos mantienen inmovilizados, es, justamente, esa difusa sensación de sentirnos exilados dentro de nuestras propias patrias y a la vez vivir como esclavos de una forma de dominación peor a las conocidas colonizaciones que reseñan nuestras historias de independencia. Se trata de la “dualidad moral”.
¿A que me refiero con esto?
Una vez como fenece el orden constitucional venezolano, sobre todo su simulación durante los años del gobierno de Hugo Chávez (1999-2012), luego de que sus causahabientes lo tirasen definitivamente por la borda para que Nicolás Maduro asumiese inconstitucionalmente y por órdenes cubanas el poder – tenía prohibido ser presidente interino y luego candidato – el mismo régimen hoy lo desempolva; lo esgrime a conveniencia y lo enrostra al pueblo venezolano y a sus actores políticos con cinismo para inhibirlos en sus luchas por la libertad.
Como mayoría dentro de la Asamblea Nacional, los diputados de la bancada opositora al cártel narco-madurista imperante declararon la muerte del Estado de Derecho y la democracia. Invocaron el artículo 333 de la Constitución, alcanzaron el apoyo de la OEA y de más de 60 gobiernos, y dieron vida a un Estatuto constitucional provisorio para reconstituir a la república progresivamente, con flexibilidad en sus lapsos. E inexplicablemente o explicándose ello dado el contexto del comentado “régimen de la mentira”, como dos caras de una misma moneda este y aquellos deciden girar alrededor del provocado “circo electoral” – así lo llama Allan Brewer Carías – reeditando para ello las disposiciones de una Constitución que ha desaparecido materialmente, la de 1999.
Unos lo hacen para elegir espuriamente diputados que habrían terminado su período constitucional y así permanecer en el ejercicio de una usurpación constitucional para siempre. Otros, para preguntarle al pueblo, entre tanto, si desean o no que Maduro y los suyos hagan de las suyas para siempre.
El autor al que apelo describe este fenómeno de dualidad esquizofrénica, aludiendo a “la existencia de un orden que se concreta en leyes, y otro oficioso, que se concreta en prácticas ilegales” legalizadas, creándose una suerte de «vicariedad» recíproca. Es el mundo de la “ficción constitucional”, propia de esos regímenes perversos que a la vez que estimulan la creación de “consensos” fingidos y alrededor de realidades engañosas: “trucos insidiosos para domesticar las resistencias”, no hace más que impedir la formación de conciencias y una conciencia crítica dentro de una población atrapada por “la mentira”.
La mentira se vuelve fisiología del poder y es más dañina, como lo precisa el eximio jurista italiano, que “las dictaduras tradicionales, que sin medios términos y sin máscaras al menos tienen el mérito de la sinceridad”.
Italia se salva de su “tormenta china” pasados sus veinte años. Transcurrirán muchas más décadas de recomposición para deslastrarse. Aún hoy se mira en el espejo de lo sufrido y observa que al término logró encontrar una salida, pero sólo cuando decidió ir encuentro de la verdad, conjurar la mendacidad y curarse de los esquemas de hipoteca intelectual establecidos.
Sólo alcanzaron contener la esquizofrenia quienes vivían bajo «cuarentena»: trabajadores sufrientes, sacerdotes, universitarios, intelectuales, periodistas quienes forjaban narrativas para fracturar el autismo y sacar a las mentes de su inercia, como los encarcelados políticos; inmunes todos al contagio del fraude que se ceba y sobrepone a las necesidades materiales de quienes padecen, al culto de los egoísmos y la asfixia de la razón iluminada o práctica a través de la propaganda y las encuestas.
“La mentira política – dice en suma Calamandrei – que se puede expresar en la corrupción y degeneración dentro de esos sistemas” que depredan a la dignidad humana, “es el instrumento normal y fisiológico” del poder que sólo se mira en el poder. Su totalitarismo reside, exactamente, en que nadie puede escapar a sus efectos, como ocurre en Venezuela, en Cuba, en Nicaragua, y paremos de contar.
“Es algo más turbio que la ilegalidad” – así la ficción y acaso la ofensa de llamar al pueblo para que se exprese en el momento en que agoniza – pues se trata de “simulación de la legalidad, el engaño legalmente organizado, a la legalidad”. Es la “legalidad adulterada”, la “ilegalidad legalizada”, “el fraude constitucional” totalizante.