No haría escándalo mayúsculo si no fuese por ser como lo es Joseph Borrell el Canciller europeo y el promotor de un acto de desprecio e inaudita discriminación contra los venezolanos. Todavía más cuanto que, la Unión Europea, mal representada y desacatada por este burócrata, surge para preservar el patrimonio intelectual que encuentra su mejor síntesis remota en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales. Es poseedora ella, por ende, de un carisma histórico irrenunciable, relegitimado tras el Holocausto a partir de 1949, a saber, conjurar a los “ideólogos del terror” y “la supremacía de unos pueblos sobre los demás”.
Si cabe la comparación, que se vuelve ofensiva luego del despropósito, como órgano del sistema que lo ha designado, Borrell, tanto como Luis Almagro, son los responsables de la seguridad democrática y la preservación de los derechos humanos a ambos lados del universo atlántico. Pero la diferencia insalvable es que Borrell no sirve a los principios. Jamás lo ha hecho; que sí lo hace Almagro a diario y por ello mismo optó por soportar el enojo de su amigo entrañable, el presidente uruguayo Pepe Mujica, quien le criticara por eso, por tener principios y no transarlos en el albañal de la corrupción política.
Ayer protestaba Borrell como ministro de exteriores español las sanciones impuestas por USA contra la genocida dictadura cubana. Hoy, fiel mandadero de José Luis Rodríguez Zapatero, cancerbero del inframundo de Maduro en Venezuela, prefiere servirle a uno y a otro como cagatintas que purifica las aguas turbias cada vez que ocurren simulaciones electorales bajo los gobiernos que controla el Foro de São Paulo.
Que diga el Alto Representante europeo que Venezuela no es Suiza; que mal se puede pretender que en aquella se realicen elecciones libres pulcras como en cualquier cantón helvético, revela su mala pasta de «socio listo» del siglo XXI. Regurgita sus excrecencias sobre las memorias de Konrad Adenauer, Robert Schuman, Winston Churchill, Alcide de Gasperi, padres modernos del europeísmo y de su ética humanista de la libertad.
Los pares de Borrell y él prefieren ahogarse en sus deslaves de bajeza y prepotencia. Miran a un lado cuando los suyos maridan el ejercicio del poder con la criminalidad transnacional y el narcotráfico. Creen todos, eso sí, que nuestros pueblos son indignos de la democracia. Y olvidan, sobre todo el diplomático español, que Venezuela era ya una nación democrática cuando su patria, España, para salir de la larga y ominosa dictadura franquista, copia como modelo al muy venezolano Pacto de Puntofijo.
El agravio y trato discriminatorio proferido con desdeño inútil por Joseph Borrell no debe olvidarse, menos eliminarse de la crónica histórica. No ha de quedar en la impunidad. Ello está vedado, como también el permanecer en silencio, sobre todo quienes alguna vez han o hemos sido depositarios de la confianza de su nueva víctima, el pueblo venezolano, que desfallece y agoniza en diáspora hacia adentro y hacia afuera.
Adolf Hitler tiene a su causahabiente, a su discípulo adelantado, en el Alto Representante de la Unión Europea. En su hora, aquel dijo a los judíos lo que este, cambiando lo cambiable, piensa de los venezolanos: “que busquen sus derechos humanos allá donde pertenecen”. ¿Por qué no te callas, Borrell?