Allí está el mismo Leviatán de Hobbes, que surgiendo como experiencia artificial necesaria y hasta neutral para que los hombres confiasen parte de sus libertades a un ente capaz de asegurárselas, al término y como Estado, su sustrato lo fue siempre de orden moral. A esa civitas – Commonwealth – la describe como al animal o máquina que es, visto su funcionamiento, a la vez previene que en todo caso ha de servir a la naturaleza del ser humano y a partir de esta derivar los derechos esenciales que debe tutelar.
La cuestión es que llegando a la estación el tren de la historia, que reúne a las dos o tres últimas generaciones y disponiéndose a avanzar hacia otro tramo intergeneracional bajando a una y subiendo a otra, tras el campanazo del virus chino (¿2019-2049?) la enseñanza que busca dejarse, como parece, es aprender a renunciar a la libertad. Desde ya se acelera la sumisión, mientras nos entrenamos agachando nuestras cabezas sobre los artefactos digitales. Entre tanto la nave que es el Planeta o la Pachamama se cuida a sí misma, con nuestras «distancias sociales», y la gobernanza de la inteligencia artificial, que todo lo reduce, incluidas nuestras emociones, a datos y algoritmos, se ocupa de saciarnos, como rebaño irracional en un establo.
Así como paulistas o socialistas del siglo XXI ocultan las vergüenzas de sus deconstrucciones éticas (Odebrecht; los vínculos con el narcotráfico y el terrorismo; la destrucción de la boutique democrática latinoamericana: Venezuela; la grosera corrupción de sus epígonos, quienes dicen ser víctimas de guerras híbridas) y se rebautizan de poblanos «progresistas», los socialdemócratas y algunos centristas de ocasión, rindiendo sus banderas, se les aproximan y agachados.
No ven más salida que transar, para, antes que convivir, sobrevivir bajo la corrección política que estiman de inevitable. La guerra que les ha sido agonal parece pedirles abaratar las exquisites de la moral democrática. Cansados, se bastan con que haya elecciones, así sea para escoger entre la misma democracia y el gobierno de las dictaduras del siglo XXI – a las que se morigera titulándolas de “autoritarismos electivos”, incluso sabiéndose que están coludidas con la criminalidad trasnacional organizada, transformada en actor político al que se le recibe sin pudor y con honores en los parlamentos.
El abaratamiento democrático es lo único que explica que neomarxistas de factura paulista o poblana igualmente hayan arriado sus banderas nacionalistas y mal vistas como resabios del fascismo – bolivarianismo, martinismo, sandinismo – para sumarse al distinto ecosistema que emerge: la gobernanza digital y el ecologismo profundo. Hasta se han entendido con las narrativas del Gran Reinicio, que promueve el capitalismo desregulado y globalista. A este y a los recién llegados, como el PSOE, nada les cuesta entenderse con Rusia y China. Todos a uno celebran la derrota cultural de Occidente. Las ataduras oscurantistas o hipotecas éticas o racionales o trascendentales que ven propias de los cultores del Estado constitucional y democrático de Derecho, les resultan demasiado costosas, por lo visto.
En fin, bastará que se realicen elecciones y sean observadas en la región, sin pedírsele peras al olmo – Pedro Castillo acepta ser observado en Perú y el error de los Ortega-Murillo fue negarse a ello, provocando la ira de los observadores. La democracia del siglo XXI, para el progresismo globalista es únicamente respeto de la voluntad ciudadana, incluso la arbitraria, que decide democráticamente irse hasta el Infierno sin seguir por los caminos de Dante.
Entiendo a la luz de lo anterior y sólo así, que columnistas de fuste como Andrés Oppenheimer se quejen de que el inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, no haya invitado a su coloquio acerca de la democracia al autócrata de El Salvador. Esperan con buenos ojos que el déspota venezolano, Nicolás Maduro, se redima. Ven como errores, aquí sí, que se haya invitado al autoritario gobernante de Filipinas por homofóbico, por perseguir con ferocidad al narcotráfico, que sería la consecuencia de deudas sociales insatisfechas y no crimen que merezca ser vetado dentro de la arena ciudadana; o que USA pretenda seguir a la cabeza del decálogo de la libertad. La corrección, en efecto, admite todo, pero no tanto como la renuncia a mitos y complejos coloniales, pues en ellos se justifican los autoritarismos y el progresismo. Castro dixit.
Fuente: Diario las Américas