Existe un país en el mundo donde desde hace mucho los venezolanos no somos bienvenidos. Ustedes dirán que me quedé corto, que perdí mi tiempo con este artículo, pues lejos de ser un solo país, la verdad es que, en la mayor parte de los países de la región, la migración venezolana hace mucho dejó de ser bienvenida. Nada nuevo bajo el sol: en las buenas se te abren las puertas, en las malas se te cierran. Pero en honor a la verdad, nuestro gentilicio tampoco es que esté libre de manchas y no por fama buscada, sino por mera lógica estadística: un país no puede descomponerse sin que una parte de su sociedad también se pudra. Con una inmigración tan masiva y desordenada como la nuestra, de Venezuela sale de todo; los que nos hacen sentir orgullosos afuera por sus logros, pero también esos que nos hacen sentir vergüenza, esos que salen a hacer lo que también hacían en Venezuela: delinquir.
En ese país reclamar lo que te corresponde puede ser muy peligroso, sobre todo si eres venezolano. Levantar la voz contra los opresores se paga muy caro, de allí que sean cada vez menos quienes se atreven a rebelarse. Pocos están dispuestos a lanzarse en una lucha desigual que siempre termina igual: cárcel, muerte o exilio. Incluso algunos de los vivos parecen haber muerto hace mucho tiempo y lo que vemos en las calles son simplemente sus cuerpos deambular sin rumbo, sin alma, sin porvenir.
En este país los venezolanos han sido privados de todo, hasta de lo más básico. Desde hace años, por ejemplo, millones de venezolanos no saben lo que es recibir agua por tubería, tener 24 horas de electricidad, tener servicios públicos de calidad. Algo tan simple como bañarse en una regadera se convirtió en un privilegio de pocos. A la falta de agua se le suma una larga lista de ausencias y carencias. Una lista que siempre amenaza con crecer para hacerles la vida más miserable a los venezolanos. La destrucción avanza tan rápido que quizás dentro de poco los venezolanos comiencen a extrañar los tiempos cuando cocinaban en leña.
Son millones los venezolanos a quienes también se les niega el derecho a la identidad. De los derechos más esenciales en cualquier país o pretensión de país, es ese que te hace poseedor de una identificación. Un documento que no solo te permite probar quién eres, sino también para garantizarte el derecho de salir y entrar del lugar donde vives cuando gustes. Los venezolanos no tenemos cédula, ni pasaportes y quienes logran obtenerlos deben bajarse antes de la mula con altas cifras en dólares.
El país que peor trata a los venezolanos es precisamente Venezuela, nuestro país. Y en el cual paradójicamente vivimos como extranjeros. Por eso no asombra ver cómo más de cinco millones de venezolanos han dejado Venezuela y han tenido que irse a otras naciones donde no son necesariamente bienvenidos; a sitios tan inhóspitos para la migración venezolana como Trinidad y Tobago. Recuperar el respeto de las otras naciones pasa por recuperar el país; si no lo logramos, millones más seguirán escapando a la tragedia nacional para tener que hacer frente a la tragedia de la xenofobia.
Fuente: Run Run