El miércoles 28 de julio, el Día de la Independencia, pudiera comenzar a gobernar Pedro Castillo en Perú. Lógicamente, sentirá «la tentación revolucionaria». Ojalá no sucumba a ella. Fue un final de infarto. Es lo que dice la mayoría de la “Junta Nacional Electoral”, incluido un representante de las universidades privadas. Aparentemente, Castillo le ganó a Keiko Fujimori por unos cuantos miles de votos. En total, más o menos, fueron 16 millones de sufragios. 8 para Castillo y 8 para Keiko, menos los votos con los que supuestamente ganó Castillo. Ni Keiko ni Castillo cometieron fraude. Hubo, sí, pillerías sueltas, como en todas las elecciones, pero nada que suponga un cambio en los resultados generales. Lo dijo la «Organización Nacional de Procesos Electorales (ONPE), la OEA, Rosa María Palacios y Gustavo Gorriti. Lo ha dicho el sursum corda.
Pero no es una división únicamente ideológica. Es también geográfica. Casi todos contra Lima. El norte, no. El sur del país está contra Lima, incluso Arequipa, la segunda ciudad de Perú. La capital mira a España, a Francia, al resto de Europa, a Estados Unidos, a la modernidad. Es cosmopolita. En la capital vive un tercio del país. 65% votó contra Castillo. Es la misma gente que hoy está sacando su dinero del país, comprando oro, cuadros internacionalmente valiosos, diamantes. He visto sacar fortunas en espuelas de gallos de pelea, en relojes de marca y en libros impresos. La imaginación es ilimitada cuando peligra el bolsillo. Por lo pronto, han colapsado los organismos que expenden los pasaportes y los departamentos consulares de las embajadas del Primer Mundo. “No hay animal más cobarde que 1 millón de dólares”, reza el viejo dictum.
También hay una división étnica mucho menos precisa. Los cholos y los indios, grosso modo, están con Castillo acaso porque los pobres lo respaldan y estos suelen ser cholos e indios. A contrario sensu, es difícil encontrar un pituco que no esté con Keiko, pese a tratarse de una candidata no-blanca. Aunque a veces los rasgos y la melanina nos engañan. Los cholos y los indios que han conseguido prosperar y educarse, juegan en primera división –para utilizar una metáfora futbolística– y están también muy preocupados y sacan su dinero del país. En general, la escisión es entre los que luchaban por salvar su futuro y los que estaban empeñados en batallar por los agravios pasados. Ganaron estos últimos.
Obviamente, así no se puede gobernar. Ollanta Humala había sido cooptado para que hiciera la misma “revolución” que tiene Castillo delante, pero se dio cuenta de esa situación y desistió antes de precipitarse al abismo. Naturalmente, Humala no escuchaba los malos consejos de Vladimir Cerrón, que es un perverso “Pepito Grillo” simpatizante de Sendero Luminoso, sino la incomprensible jerigonza del “etnocacerismo” que le proponía su padre, también un ultranacionalista entreverado con ciertas concepciones marxistas. Era fácil desechar las tonterías que decía y optar por los consejos de Nadine Heredia, su avispada mujer.
Es muy importante entender que no existe la bala de plata para matar la pobreza. No hay atajos hacia la riqueza. Como dejó dicho Ian Vásquez, un estudioso del Cato Institute, Perú, en los últimos años, ha vivido la más larga era hacia la prosperidad que ha conocido la historia del país. La única revolución posible ahora mismo en Perú es la honradez administrativa y la decisión de hacer al Estado más eficaz. Si se le poda el amiguismo que impera en las contrataciones, si se invierte sabiamente en educación y sanidad, al cabo de unos años se verán los resultados positivos.
Es muy importante que al frente del Estado haya unas personas decentes que no se dejen tentar por el dinero fácil. Es una vergüenza que Perú sea el país del planeta donde el covid-19 ha dejado más muertos con relación a la población. “Lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible”, decía el torero realista y sabio. Ojalá que Pedro Castillo se dé cuenta de esa verdad incontestable. De lo contrario, durará seis meses en el poder. El Congreso lo depondrá. Lo ha hecho un par de veces. Tiene experiencia. Pero me temo que precipite al país a una guerra civil.