El proceso de liberación de Cuba marcado con el hito histórico del 11 de julio no se detendrá hasta que el pueblo cubano tenga “libertad, patria y vida” que resumen las condiciones mínimas para una vida humana. La valentía de los cubanos está mostrando al mundo la situación subhumana en la que viven cerca de 12 millones de seres humanos, presos en su propia patria, sin derechos, con hambre, sin servicios mínimos, sin seguridad, sin condiciones mínimas de salud, sin presente ni futuro.
La realidad objetiva de las condiciones de opresión, sometimiento y miseria del pueblo cubano, recordada al mundo a partir del 11 de julio y los reincidentes “crímenes de lesa humanidad y terrorismo de estado” con los que la dictadura responde hasta ahora el pedido de libertad, han terminado definitivamente con la falacia que llamaron “revolución cubana” y con todos los falsificados éxitos en materia de educación, salud, deporte y organización social. Lo real es un régimen infame y criminal al que ni sus más obsecuentes seguidores tienen argumentos para defender.
El “modelo de la revolución cubana” o “castrismo” se expandió y estableció en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y en Ecuador con Correa, por el aporte del petróleo, dinero y la libertad de Venezuela, que en alta traición a su patria ejecutó Hugo Chávez a partir de 1999. No es concebible el siglo XXI marcado por la expansión dictatorial cubana, sin el aporte, gestión, traición y corrupción de Chávez. La sociedad Castro y Chávez -metodología criminal y recursos- convirtieron el agonizante castrismo de los noventa en el “castrochavismo” del siglo XXI con banderas de populismo bolivariano y socialismo del siglo XXI.
La base metodológica de la dictadura de Cuba es la manipulación sostenida con la corrupción, el miedo y narrativas épicas falsificadas. De esta manera, empezando con Hugo Chávez, siguiendo con Evo Morales, Rafal Correa, Daniel Ortega, Lula da Silva, Nicolás Maduro, Néstor Kirchner y más, a partir de “minorías relativas” construyeron mayorías absolutas, penetraron los sistemas democráticos para destrozarlos y suplantarlos estableciendo dictaduras electoralistas para detentar el poder indefinidamente con careta de cambio y revoluciones.
El respaldo popular inicial de los jefes del socialismo del siglo XXI, que siempre fue menor al 50% de los votantes y mucho menor al 50% de los ciudadanos de sus países, bajó rápidamente y la metodología castrochavista del siglo XXI lo reemplazó con la “institucionalización del fraude electoral”.
El fraude fue reforzado con el método castrista tradicional de persecución, encarcelamiento, exilio de líderes democráticos, asesinato de reputación, control de prensa y la construcción de “oposiciones funcionales” para sostener al régimen con apariencia de democracia.
El “desarrollismo económico” y la “prebenda populista” rindieron resultados efímeros a la sombra del boom de los precios de materias primas, pero los altísimos niveles de corrupción institucionalizada acabaron pronto con la esperanza los pueblos de vivir mejor y tener futuro. Lograron repetir en Venezuela, Nicaragua y Bolivia y las características de crisis y dependencia de Cuba. Venezuela soporta una crisis humanitaria igual o peor que la cubana, Nicaragua con niveles de miseria crecientes como Bolivia que publicitó éxitos económicos falaces y que hoy ya no puede disfrazar el aumento de la pobreza y la destrucción del sistema productivo.
Las dictaduras del socialismo del siglo XXI, Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua han convertido a esos países en insosteniblemente endeudados, han hipotecado las próximas generaciones para producir miseria. Los han convertido en narcoestados y están devastando sus recursos con entreguismo y corrupción. Todos tienen perseguidos, presos y exiliados políticos certificados por entidades internacionales. En todos, la calidad de vida ha caído y la inseguridad ha subido y sus regímenes se mantienen solo por el miedo fundado en la manipulación de la justicia y la fuerza.
No tienen pueblo, no tienen economía y tampoco mitos. En breve tampoco tendrán impunidad.