Corría el año 1933, y más concretamente el 24 de julio, cuando en el curso de un mensaje radiado, el presidente Franklin Delano Roosevelt acuñó el término “los primeros cien días”. En el curso de esos primeros 100 días de presidencia, Roosevelt había pasado 76 leyes que pretendían provocar la recuperación de la economía de los Estados Unidos o, tal y como había prometido en su discurso inaugural, devolver a los americanos al trabajo, proteger sus ahorros y crear prosperidad, proporcionar alivio a los enfermos y ancianos y poner sobre sus pies de nuevo a la industria y a la agricultura. Sin duda, el denominado New Deal de Roosevelt perseguía esas finalidades, pero la realidad es que, hoy en día, sabemos que las medidas intervencionistas del presidente no sólo no sacaron a Estados Unidos de la Gran Depresión sino que la prolongaron y, de hecho, la nación no se recuperaría económicamente hasta la Segunda guerra mundial. Roosevelt había copiado – en ocasiones de manera muy servil – las medidas intervencionistas del fascismo italiano, el original, el de Mussolini – y, más allá de los mitos de Hollywood, no funcionaron. De los cien días de Roosevelt, en realidad, sólo quedarían el término que sería después copiado por otros gobernantes en todo el mundo y la constancia irrefutable de que los grandes programas de intervención económica a cargo del estado no son efectivos para la recuperación económica de una nación.
Se acaban de cumplir los primeros cien días de la presidencia de Joe Biden y resulta obligado realizar un balance de ese inicio de la presidencia. En el curso de sus cien primeros días, Biden ha firmado once leyes. Posiblemente, la más relevante ha sido el paquete de ayuda contra el coronavirus por 1.9 trillones de dólares, un clarísimo ejemplo de intervencionismo estatal.
A pesar de haberse manifestado varias veces en contra de las órdenes ejecutivas uniéndolas con la idea de dictadura durante la presidencia de Trump, Biden ha firmado la enorme cifra de 42. Supera así las firmadas por todos sus predecesores sumados hasta George Bush padre. Entre las órdenes ejecutivas se encuentran la revocación de construcción del oleoducto de Keystone XL, la exigencia de llevar mascarillas en recintos federales y la continuación de la prohibición de desahucios mientras dure la epidemia de coronavirus.
Biden ha revertido también 62 acciones llevadas a cabo por el presidente Trump entre las que destacan el regreso al acuerdo de París sobre el clima, la paralización de la salida de Estados Unidos de la Organización mundial de la salud o la detención del muro en la frontera con México. Con todo, quizá lo más significativo es que, en sólo cien días, Biden ha revertido más normas de ejecutivos previos que los tres presidentes anteriores sumados. Quizá no debería sorprender que mientras que el 93 por ciento de los demócratas apoyan la gestión de Biden, sólo piensa lo mismo el 12 por ciento de los republicanos. En otras palabras, los primeros cien días de Biden han acentuado la polarización de la sociedad americana.
Sin duda, otra cifra notable es que ciento cuarenta millones de personas – americanos y extranjeros – han recibido la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus. Esta cifra equivale al 54 por ciento de la población adulta. Noventa y cinco millones, es decir, el 37 por ciento de la población ya ha recibido las dos dosis. Por cierto, vacunas por cuyos posibles resultados negativos las empresas de la Big Pharma no pagarán un solo dólar de indemnización…
En el terreno de la judicatura, Biden ha llevado a cabo la nominación de 11 jueces con rango federal y podría superar holgadamente el centenar ya que hay 77 vacantes que cubrir más otras 27 correspondientes a jueces que se jubilarán en los próximos meses. Todo ello mientras planea el espectro de que varíe el número de jueces del Tribunal supremo para someterlo a sus deseos. Sólo una victoria republicana en el senado el año que viene impediría esos nombramientos.
A lo anterior hay que añadir la creación de un caos innegable y creciente en la frontera con México, la sumisión de los intereses de Estados Unidos a los dictados de la agenda globalista y el anuncio del gasto de trillones de dólares que, a pesar de sus anuncios en contra, van a recaer sobre las clases medias ya que las grandes multinacionales americanas desde hace décadas no tributan en Estados Unidos al haber desplazado su casa matriz al extranjero.
De hecho, la administración Biden ha abandonado la frontera sur enviando una señal al mundo en el sentido de que la frontera está abierta ya que ha suspendido las deportaciones, ha detenido la construcción del muro, ha privado de recursos a las autoridades de inmigración y ha nombrado como máximo responsable a un hispano que se manifestó frontalmente opuesto a la política de Donald Trump en materia de inmigración. Las familias se han visto separadas y los niños, enjaulados, pero las imágenes aterradoras con que los medios de comunicación nos encogieron el alma en la época de Trump, simplemente han desaparecido – a pesar de existir sobradamente – de pantallas y periódicos. Así, de manera nada sorprendente, en el pasado mes de marzo, 19.000 menas o menores no acompañados que llegaron a las fronteras de Estados Unidos gracias a la acción de mafias fueron reducidos a custodia. Es la cifra mayor de la Historia de Estados Unidos.
En términos económicos, la política seguida por Biden es, ciertamente, la suma de medidas contrarias a la adoptada por Trump lo que, previsiblemente, tendrá pésimas consecuencias y significa que el regreso al Acuerdo de París sobre el clima le costará a Estados Unidos en torno a tres millones de empleos a la vez que miles de trabajadores del oleoducto Keystone se verán en la calle. De manera bien significativa, Biden ha mantenido más reuniones sobre cambio climático con Rusia y China que con los congresistas republicanos.
Todavía más significativo es el anuncio de que las emisiones de CO2 se habrán reducido un 52 por cien para el final de la década, una afirmación que, de convertirse en realidad, implicaría asestar un golpe colosal al sistema de producción de los Estados Unidos.
No menos inquietante es el paquete de infraestructuras anunciado por Biden del que sólo el 7 por ciento va realmente a infraestructuras. La propuesta presidencial puede destruir doscientos mil empleos productivos; limitará, sin duda, la capacidad de la economía americana para crear riqueza y reducirá los salarios.
Igualmente negativo será el efecto en el empleo de la subida de impuestos a las empresas anunciado por Biden en diversas ocasiones. En los dos próximos años, cabe esperar la pérdida de dos millones de empleos sólo a causa de esta medida.
Estos golpes a la economía productiva van de la mano de la creación de una creciente economía dependiente de la intervención estatal, algo nada sorprendente en un político intervencionista como Biden al que jamás nadie que sepa de lo que habla podría calificar como centrista salvo que el único punto de referencia sea un partido demócrata cada vez más desplazado hacia posiciones socialistas. Dentro de ese terreno se encuentra no sólo el paquete de 1.9 trillones de dólares contra el coronavirus sino también la propuesta de dar tres mil dólares al año por hijo a las familias necesitadas.
Finalmente, Biden ha decidido aprovechar las tensiones raciales para cortejar a las minorías negra e hispana lo mismo sumándose a la versión mediática de la muerte de George Floyd, que amenazando con purgar la policía o anunciando nuevas subvenciones públicas.
Los más optimistas consideraron a Joe Biden un presidente de transición que ayudaría a reducir las tensiones políticas de los últimos años, que se agudizaron con Barack Obama y que los medios se empeñaron en atribuir a Donald Trump. La realidad está demostrando sobradamente que ese juicio, lo creyeran o no los que lo expusieron, no puede estar más lejos a la verdad. Desde el inicio, y a pesar de su tono inseguro y aburrido, Biden está empujando un programa de acentuado radicalismo político y económico que supera con mucho, a decir verdad, muchísimo, el ya defendido por Obama y que implica no sólo una radical transformación de la sociedad americana sino su claro sometimiento a la agenda globalista.
Basta comparar los objetivos de la agenda 2030 con la política de los primeros cien días de Biden para darse cuenta de los innegables paralelos.
Como señala la Agenda 2030, Biden va a empujar la fantasía climática hasta sus últimas consecuencias lo que para Estados Unidos significa un golpe económico considerable y la destrucción de millones de empleos productivos.
Como señala la Agenda 2030, Biden ya está potenciando el aumento de la inmigración ilegal en unas cifras sin precedentes.
Como señala la Agenda 2030, Biden se ha apresurado a impulsar la ideología de género en terrenos como las acciones públicas en favor de los transgénero, la cesión ante las presiones del lobby gay o el respaldo a organizaciones que han convertido el aborto en masa en un lucrativo negocio como es el caso de Planned Parenthood.
Como señala la Agenda 2030, la separación de poderes se convertirá en especialmente precaria gracias a la política de intervención en la judicatura que ambiciona Biden.
Como señala la Agenda 2030, Biden está impulsando un mayor gasto público que se financiará con el dinero de los impuestos y con la deuda de una manera que empobrecerá especialmente a las clases medias.
Como señala la Agenda 2030, Biden está dando pasos que, a finales de esta década, podrían más que lamentablemente traducirse en que Estados Unidos no sea ya la primera potencia mundial superada por una China que ha ido aprendiendo las reglas del capitalismo con innegable aprovechamiento.
Todo esto acontecerá en paralelo al aumento de los empleos no productivos, vinculados a la acción intervencionista del estado y pagados con impuestos; al crecimiento de las tensiones raciales que se utilizan como manera de mantener movilizado a favor del partido demócrata a un sector del electorado y a una destrucción de empleo productivos que afectará a millones de americanos. Es incluso posible que, tras la derrota de Afganistán y la no más victoriosa situación en Iraq, Biden arrastre a Estados Unidos a un nuevo conflicto bélico para satisfacción de los intereses de lo que persona tan poco sospechosa como el general Eisenhower denominó el complejo militar-industrial.
Todo ello, por supuesto, sobre el telón de fondo de una transformación social que convertiría a la sociedad más dinámica de Occidente en una nación sometida totalmente a los objetivos de la agenda globalista y con enormes masas de población subvencionada y mantenida con el esfuerzo de unas clases medias cada vez más empobrecidas por las subidas de impuestos y el intervencionismo estatal.
Este panorama se percibe ya con claridad en los primeros cien días de Biden aunque también debe reconocerse que existe razón para la esperanza. Por ejemplo, por que la inseguridad en la calle sea tan palpable a causa de la agitación racial, esa agitación racial que el partido demócrata no deja de atizar de la manera más demagógica, que en las elecciones de mid term, el senado pase a ser controlado por los republicanos y buena parte del programa de Biden se vea detenido para bien no sólo de los Estados Unidos sino del mundo entero.
Fuente: INT Democratic