domingo, noviembre 17, 2024
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OPINIÓN-Danilo Arbilla: ¡Ay, Nicaragua, Nicaragüita!

Nuevamente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y su Relatoría Especial para la Libertad de Expresión denuncian y “expresan preocupación por nuevas amenazas legales a la libertad de expresión y medidas indirectas contra medios y periodistas en Nicaragua”.

Daniel Ortega, el codictador, utiliza mecanismos “traperos” para acabar con la prensa y los medios independientes del sufrido país centroamericano. Hace funcionar al fisco, envía inspectores que rápidamente encuentran elementos y faltas –si es necesario son “plantadas”– para sancionar a los medios y aplicar abultadísimas multas y embargos como está pasando con los canales de TV 12 y 10. La CIDH lo denuncia y la dupla Ortega-Murillo alza los hombros. Sigue tan campante.

Utilizan a los jueces para condenar y callar a periodistas. En particular cuando éstos destapan casos de corrupción. En la Nicaragua orteguista, denunciar casos de corrupción de los adláteres amigos, o socios del matrimonio parece que se considera un crimen especialmente agravado. También estos casos los denuncia la CIDH y la Relatoría. Y la dupla mandamás alza los hombres. ¿Y qué? Responden.

Y no dejan títere con cabeza. Van contra las ONG con una propuesta sobre Regulación de Agentes Extranjeros. Es curioso cómo estas organizaciones (ONG) tan activas en los países democráticos, tan críticas hasta en el detalle de los gobiernos democráticos, no sienten –salvo que estén en el juego– que con ese bombardeo puede allanarle el paso a regímenes como los de Nicolás Maduro en Venezuela, o de Ortega en Nicaragua. Y estos son bien groseros, los “registran” o directamente los echan.

Como se sabía y se advirtió desde el principio, la pandemia sumaría otros males, además de los propios, como el de servir de pantalla para muchos gobiernos autoritarios, que aprovecharían la distracción noticiosa para acentuar la represión y el hostigamiento a los disidentes, a los opositores y con particular saña a la prensa independiente, y así seguir enriqueciéndose sin la molestia de investigaciones periodísticas o jueces que no aceptan órdenes. Nicaragua, Venezuela y Argentina son elocuentes ejemplos. También están los Trump y los Bolsonaro. Pero en estos casos hay elecciones libres y ya se da casi como un hecho que Trump no será reelecto (si llega a ganar será un gran papelón e inmenso fracaso para las firmas encuestadoras y la gran mayoría de los medios de los EEUU). En cuanto a Bolsonaro, parecería que contrariamente a lo que se dice, se lee o se informa, los brasileños no están tan desconformes.

Precisamente de ese tema –el de elecciones libres– en Nicaragua ni hablar. Hace mucho ya que eso brilla por su ausencia y de nada sirven los simulacros para taparlo. A Ortega y Murillo no les importa: enancados en la pandemia marchan hacia las elecciones del año venidero, seguros, por ahora, de que no habrá opositores en serio ni prensa libre que pueda informar. Se comenta que Maduro se muere de la envidia. Y sus razones tiene: con Ortega las organizaciones internacionales y las democracias occidentales son mucho más condescendientes que con Venezuela.

Muchos se preguntan cuándo Bachelet va a darse una vuelta por allí. La expresidenta chilena, comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, podría asomarse por Nicaragua y, en una de esas, “pescar” que se está fraguando una nueva estafa electoral en un país donde no hay libertad de prensa y se mata y tortura y hasta es posible que se cometan crímenes de lesa humanidad.

La OEA, a su vez, deberá ajustar la marcación para que el régimen orteguiano no se salga con las suyas como hasta ahora, sin que nadie diga ni haga nada por los nicarangüenses. Fidel Castro, en su momento, entre otros consejos, le recomendó a Ortega que no hiciera elecciones. El poder no se rifa. Pero no le hizo caso y lo rifó. Vuelto al poder, lo sigue al pie de la letra. Realiza una especie de caricaturas electorales pero solo para “cumplir” con la Carta Democrática Interamericana. Todo «pour la galierie», pero no suelta el poder.

Y lo peor es que se lo permiten, y todos alzan los hombros y miran para otro lado.

Fuente: Diario las Américas

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