¿Por qué Ucrania sí y por qué Venezuela no?.
También ante el mundo, se da otro hecho que demanda -y necesita- atención y apoyo internacional. El Caribe, en donde cada día ahora se engendran nuevos y eventuales formas de accionar al mejor estilo ruso, y en donde Rusia es un invitado de honor en muchos de tales sistemas de control y ejercicio del poder, también requiere observación y tratamiento evaluatorio.
Bastaría con identificar a los músicos de dicho concierto, para familiarizarse con las modalidades del ritmo en el que, por otra parte, también intervienen las voces adicionales de China, Irán, y tienen contrato abierto Siria y Corea del Norte.
Sin duda alguna, se hace impostergable una solución inmediata a cargo de esos árbitros internacionales a la grave situación conflictiva que está incendiando y sembrando de terror y vicios al continente americano.
Es verdad, Venezuela posee un potencial cuantioso de reservas naturales sumamente importantes y de interés mundial que, por valor de exportación, le permitirían al país recuperarse económica y socialmente. Y, entre otros motivos, es por lo que no es posible ni permisible que se hagan presentes comisionados del extranjero, para, a la vez que desestiman -por interés o ignorancia- la trágica situación que vive el país, procuran negociar con el régimen que usurpa y danza a espaldas de los venezolanos.
En nombre de esos mismos venezolanos, se recurre al oculto procedimiento de la negociación del gran potencial de recursos, en detrimento de una población desgastada y atemorizada, aun cuando, día a día, procura encontrar alternativas que alivien su obligatoria lucha por la reconquista de su país. De una reconquista que conforman la necesidad de vivir en un ambiente de paz, de libertad y de progreso.
Tales componentes de la reconquista de Venezuela no es posible alcanzarlos a partir de silenciosos e improcedentes negocios comerciales energéticos, en condiciones donde se baraja un toma y dame con el uso de un producto manchado de sangre. Y en el que tan sólo funcionaría como un cargamento de oxígeno para quienes necesitan que la actual fiesta de sufrimiento se mantenga inmodificable, mientras administran sus alternativas adicionales por excelencia: tiempo y recursos.
Desde luego, lo que realmente se necesita para alcanzar una solución de fondo, tampoco sería un simple proceso electoral para elegir a un Presidente que surja de las ventajas que les ofrezca un Consejo Nacional Electoral y un Tribunal Supremo de Justicia regido, controlado y dominado por el régimen. Es eso que se ha estado exponiendo actualmente, previo y dominante gusto de quien decide cuándo, cómo, qué día y a qué hora será la escogencia. Mejor dicho, el nuevo fracaso político anticipadamente ya descrito y evidenciado con lo expuesto.
Venezuela, erradamente, ha sido un país PRESIDENCIALISTA, PARTIDOCRATICO Y CENTRALISTA. Eso ha hecho posible -y permitido- que los necesarios partidos políticos que deben existir en toda democracia, se convirtieran en simples FRANQUICIAS ELECTORALES que, al día de hoy, han perdido toda credibilidad.
Superar dicho vicio no registra solución alguna a partir del nombramiento de un Presidente todopoderoso, apoyado por uno o un grupito de partidos desprestigiados. Eso obligaría a meter al país en un torbellino electoral controlado y plagado de ambiciones, pujas personales, problemas y protestas sociales, aupados por la o las «Oposiciones» de turno y mal intencionadas. O quizás también dirigidas desde el «Foro de Sao Paulo», el «Socialismo del Siglo XXI», o a expensas de un accionar militar de dudoso origen y desenvolvimiento.
El país necesita evolucionar a partir de la fundamentación que se apoye en un verdadero proyecto de REFUNDACION, y con propósitos que permitan su total reorganización y recuperación con participación de toda la SOCIEDAD CIVIL. De esa necesaria expresión integrada en una Asamblea Nacional Constituyente (ANC) que la conformen las mejores mentes, experiencias y honestidad de la sociedad.
Dicha Asamblea tiene que aprobar la autonomía regional, la descentralización y la municipalización del país, además de fomentar y fijar el concepto «Ciudadano», y permitir que los impuestos cobrados en los Estados y Municipios queden donde fueron recaudados para que administren sus propios recursos sin depender del poder central.
Caracas no es Venezuela. Todas las regiones tienen que tener el derecho de desarrollarse y administrarse autónomamente. Hay que establecer la doble vuelta electoral, reponer el Congreso bicameral, limitar el poder y funciones del Presidente, restablecer la autonomía de los poderes públicos, el respeto a la propiedad privada, la libertad económica, reglamentar la fundación y funcionamiento de los partidos políticos, además de garantizar la independencia del Banco Central de Venezuela. De igual manera, de regionalizar los servicios públicos, la educación, el sistema judicial y otras tantas reformas necesarias. Y de hacerlo con base en el serio propósito de que todas esas acciones se darían para bien de la sociedad.
Hay que repetir y advertir que una elección PRESIDENCIAL bajo el control del régimen, se perdería inevitablemente por producirse ante un Tribunal Supremo de Justicia sumiso.
Quedando en lo mismo, y sin poder lograr los cambios, al país, definitivamente, hay que REFUNDARLO. La vigente CONSTITUCION tiene todos los elementos en su articulado para desarrollar este proyecto, que comprende: UN PROCESO NACIONAL CONSTITUYENTE, tal y como se señala en sus artículos 5, 347, 348, 349.
Convocando a la celebración de un proceso electoral SIN LA INTERVENCIÓN del CNE ni del TSJ y nombrando un nuevo e independiente Tribunal Electoral, como de un Trbunal Supremo de Justicia, sin duda alguna, todo el proceso debe ser debidamente apoyado y supervisado por la Organización de las Naciones Unidas y de la Organización de Estados Americanos, garantizando pulcritud, además del apoyo al único proyecto transparente, constitucional y conciliador.
La Iglesia Católica, organización que goza de credibilidad en el país, recomendó y respalda la REFUNDACION del país. Sus palabras conforman una manifestación de respaldo moral, a las que, como expresan quienes las citan continuamente, se asumen por ser serias y ser «palabras de Dios«.