¿Tendré la posibilidad de regresar a Venezuela, después de tres años de
andar por medio mundo como venezolano itinerante?, Esta pregunta me
abrió la posibilidad de relatar mi propio andar en un exilio voluntario en
la narrativa de una historia que me la cuento a mí mismo basada en la
experiencia vivida, dura, pero también feliz que ha sido iniciar la marcha
itinerante sin destino final, pero ello nos va dejando sin fuerza, expuestos
a un proceso muy difícil que nos fue inducido, producto de unos
resentidos que se apropiaron del país, de nuestras vidas, de nuestro
conocimiento, del patrimonio trabajado por años, de un hábitat que nos
costó media vida construir, tener hijos, criarlos, educarlos, convertirlos
en gente de bien, favorecer sus grados, y finalmente, también ellos verse
afectados y migrar a medio mundo.
Esa pérdida que arrastró cultura, amigos, afectos, paisajes y arraigo en un
país que nos vio nacer, con ancestros de siglos, y que condujo a una
marcha ininterrumpida, voluntaria por la dificultad en el país de
sobrevenir, perder una infraestructura que nos quedó grande, hubo que
liquidarla a valores depreciados, y agotar su producto en el andar por el
mundo dentro de una la línea de tiempo que avanza sin pausa, la
imposibilidad de trabajar de manera satisfactoria e improductiva, y como
si fuera poco, vivir también de manera intermitente en lo que
corresponde a la calidad de vida.
Reconozco que nos hemos expuesto a un proceso complejo, sin
comprenderlo, sujeto a la condición de ser extranjero en un país extraño,
como dice un poeta local, todos somos exiliados de un país
imaginario. El transito ha sido complicado, un país nuevo cada vez que
se vence la permisología lo cual nos obliga a pernoctar en diferentes
locaciones como si fuera una película: Costa Rica, España, Panamá y
Estados Unidos, incluyendo varias veces la estadía en ciudades
diferentes; cobijados por hijos o familiares, incluso por amigos,
obligados a marchar con un magro equipaje y a reposar en lechos
extraños, obligados además por el confinamiento obligatorio de la
pandemia.
En ese país imaginario, algunos emigrantes son exitosos, lograron visas
de permanencia y trabajo, y se transculturizan rápidamente, pero son
infinitamente pocos en relación al masivo éxodo venezolano, el resto,
rogando por visas de permanencia como me ha ocurrido, vencido los
plazos, salidas a otro lugar o país, itinerante por geografías desconocidas
desdibujadas de la experiencia inicial que tuvimos anteriormente cuando
los visitamos como turista, que contrasta y que es bien diferente cuando
hay que sobrevivir en ellos.
Reconozco el éxito de esos pocos emigrantes, claro está, sin considerar
los que se refugian en ellos para disfrutar el botín obtenido por sus malas
prácticas, pero la mayoría a mi juicio, somos incapaces de superar la
sensación de pérdida y la condición de ser deshechos moral y
económicamente lo cual hace producir locuras para mantener una vida
decorosa y dependiente si se tiene suerte, pero en el fondo se tiene la
sensación de pérdida y se potencia el extrañamiento del terruño que nos
hace pensar en la incapacidad de ser superado, Poco a poco desaparece la
esperanza, lo cotidiano se hace presente, esquivo; como decía Thomas
Mann, “, “Sólo somos fantasmas, vivimos deambulando por el país de
los recuerdos”.
Miles de compatriotas llegan a todas partes día por día, en situación
precaria, dejando familias atrás con la inútil esperanza de llevarlos un
después que nunca llegará, viajan con todo y quedan sin nada,
particularmente siento que tenía mucho, pero no tengo nada. Solo esa
condición nos hace poner de lado el pasado privilegiado, y la nostalgia
del país que no fue y no será, luchando contra la depresión, sin poder
compartirla, rumiando en un parque público cuando la fuerza pública lo
permite esgrimiendo el argumento de la pandemia china.
Al final, todo se reduce a la aceptación de la realidad que va mucho más
allá de ser optimista o pesimista, solo se requiere de la fuerza y el
carácter de que vamos a salir adelante con éxito para recuperar el terreno
descomisado por la barbarie y toda acción es poca para lograr echar a los
ocupantes de lo nuestro y salir de esa condición mental de ser nadie en
tierra ajena. Mientras el proceso de desalojo transicional se da, tenemos
que liderar con la realidad de que el año que viene se irán, como ha
pasado año tras año y ya van veintidós, la desesperanza no nos muerda el
alma,
Asimilada la realidad, debemos luchar, revelarnos, y preservarnos
nosotros mismos ante la fatalidad y hacer algo más que escribir y arengar
a la distancia en función de reconstruir y recuperar a un país como
Venezuela, es decir, aplicar lo que aprendimos en la escuela de gerencia
sobre liderazgo, llevar a cuesta el concepto de que para liderar tenemos
que ser líder de nosotros mismos y preservarnos emocional y físicamente
de tal manera que podamos hacer lo necesario por Venezuela y por los
venezolanos.
Hace falta que muchos de nosotros regresemos, a como dé lugar,
estimular el cambio y desarrollar las iniciativas necesarias, pero también
entender que muchos nunca van a regresar, cambiaron su condicion de
vida, pero tambien hará falta que muchos no regresen, para que
contribuyan con el país de muchísimas otras formas y apoyar las
estrategias de un nuevo desarrollo con sus capacidades e inducir la ayuda
internacional. Si no luchamos por rescatar al país, pueden pasar muchos
años más.
No podemos continuar deambulando dejando que el tiempo pase
inmisericorde y lleguemos tarde a la cita de la libertad, es necesario
involúcranos en la lucha y, tomar iniciativas en lugar de limitarnos a
sobrevivir, cargado solo de cuentos y experiencias, pero inevitablemente
desgastados.