El libro publicado por Penguin Random House Grupo Editorial narra con una prosa elegante cómo el régimen cubano hundió sus tentáculos en Venezuela hasta controlarlo absolutamente todo. Las notarías y registros. La expedición de cédulas y pasaportes. Las Fuerzas Armadas. Los servicios de inteligencia. El software de PDVSA. Los ministerios. La Rampa 4 de Maiquetía. Lo escribe Diego Maldonado, un pseudónimo que busca proteger la identidad del autor. Pero el texto es mucho más que eso. “La invasión consentida” es la historia del monumental saqueo que hizo el régimen castrista de la enorme riqueza petrolera de Venezuela sin “disparar un tiro”.
El encuentro de 1994 surte un efecto contrario. Marca el génesis de una relación patológica que convirtió a Venezuela en un protectorado de la isla caribeña. Y no fue que Castro hechizó a Chávez cuando se conocieron ese diciembre de 1994. Es que Chávez, con un ego colosal, directamente proporcional al de su anfitrión, ya estaba obnubilado por el modelo cubano desde antes. Cóncavo y convexo. Castro ostentaba los derechos de una patente que su pupilo anhelaba: La receta para coronar su proyecto político de dominación perpetua, cuya eficacia hoy está más clara que nunca. Ambos fallecieron y sus respectivos reinos lucen blindados. Y Chávez, que apenas dos años antes había encabezado una asonada militar y tenía madera de líder -el discurso que dio en la Universidad de La Habana en esa primera visita a la Isla no pasó por alto a los ojos del perspicaz Castro- podía llegar a convertirse en una jugosa chequera, como en efecto ocurrió.
Si se mira en perspectiva quedan claros los intentos que hizo Castro para ponerle las manos a los recursos de Venezuela. Vino en 1959. Betancourt lo vetó. Maldonado cuenta cómo este desaire despertó su cólera. El barbudo fue por la revancha. Le dio oxígeno a la guerrilla (el Partido Comunista de Venezuela había decidido lanzarse a la lucha armada en 1961) y fraguó dos expediciones armadas: La de Tucacas (1966), en la que participó Arnaldo Ochoa, el general que luego sería fusilado por su supuesta participación en el tráfico de drogas y quien -importantísimo dato que rescata Maldonado- permaneció un año de incógnito en Venezuela. Y la otra sería la invasión de Machurucuto (1967). Sobre esta última, Maldonado recoge el testimonio del ex guerrillero Héctor Pérez Marcano: “Fidel nos acompañó, se subió al barco y nos entregó a cada uno un Rolex”. Castro siempre pendiente de todos los detalles. Seduce con la retórica o con un souvenir.
Retomemos el hilo: Betancourt rompió relaciones con la isla en 1961. Un año más tarde, la Organización de los Estados Americanos (OEA) expulsó a Cuba de sus filas bajo el argumento de que el marxismo-leninismo hacía incompatible su presencia dentro del Sistema Interamericano. Castro no tenía mucho margen de maniobra para clavar sus dientes de tiburón blanco en las arcas petroleras. Es bajo el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP) cuando ambos países reanudan relaciones (1974). Cuba, sin embargo, todavía recibía el subsidio de la URSS. El 98% del petróleo que importaba lo suministraba Moscú en generosas condiciones. Ya a finales de los ‘80, cuando toca el segundo período de CAP, el establishment soviético cruje por dentro. Por supuesto: El sabueso y bien informado Castro vino a la toma de posesión de Pérez en 1989. Pero, desde luego, ni Betancourt, su enemigo jurado, ni ningún otro presidente venezolano se dejó timar por el líder de la revolución cubana como sí se dejó Hugo Chávez. Y eso es precisamente lo que “La invasión consentida” demuestra.
II.
Maldonado ha hurgado en las páginas del Granma (el periódico oficial del Partido Comunista de Cuba). Ha revisado estadísticas oficiales emitidas por la Isla. Ha entrevistado a cubanos en Caracas. O a desertores que han huido a Miami. La mayoría habla bajo nombres ficticios. Ha metido la lupa en la prensa local. Ha revisado los convenios leoninos que Venezuela ha suscrito con Cuba. Leoninos para Venezuela. Lucrativos para Cuba. El autor de “La invasión consentida” ha levantado un riguroso mapa. Los venezolanos hemos visto la sujeción de Caracas hacia La Habana de manera fragmentaria. Y desconocemos los intríngulis, algunos sacados a flote por periodistas venezolanos que han hecho grandes investigaciones y a quienes Maldonado les reconoce su tarea. El gran mérito de Maldonado es que ha compendiado en una novela lo que antes eran capítulos aislados e inconexos. No solo los ha compendiado. Los ha analizado. Ha aportado nuevos elementos. Ha ensamblado las distintas piezas. El resultado: Una gran foto satelital que deja al descubierto el desvalijamiento del que ha sido objeto Venezuela.
Los ejemplos abundan en el libro. Con el chavismo en el poder, Venezuela pasó a ser el primer empleador de cubanos en el exterior. Un “ejército” de más de 220 mil trabajadores al que Cuba incluye bajo el rótulo de “exportación de servicios profesionales”. La cifra, que de por sí es escandalosa, no sería lo grave. Lo grave son los términos de la contratación. El sobreprecio y la explotación son la marca de fábrica de los acuerdos confidenciales. Cuba cobra hasta 13 mil dólares mensuales por un médico. Pero le paga al profesional un máximo de 300 dólares. Se embolsilla el sobrante. De esos 300, el médico solo podrá disponer de 50 dólares. El resto queda depositado en una cuenta en Cuba, de la que sus familiares pueden disponer parcialmente. “La ganancia supera los 150 mil dólares por cabeza anuales”, señala Maldonado. Alto contraste: Hoy, un médico venezolano devenga un salario de 4 dólares.
El autor cita los cálculos que hace el economista Carmelo Mesa-Lago, profesor emérito de la Universidad de Pittsburgh, quien sostiene que en 1999 el intercambio comercial con Cuba (léase bien: Lo que Venezuela pagaba a la Isla a través de distintos rubros, que van desde la entrega de petróleo hasta el pago por servicios profesionales) fue de 912 millones de dólares y agrega que para 2010 el ascenso es astronómico: Llega a 13 mil millones de dólares. Para hacernos una mejor idea de lo que este monto representa, comparémoslo con el nivel de reservas internacionales del que disponía Venezuela al cierre de 2010, que era de 30 mil millones de dólares. Es decir, que el gobierno de Hugo Chávez giró ese año a La Habana el equivalente a más del 42% de nuestras reservas internacionales. Betancourt debió removerse en su tumba con pipa y todo.
“La invasión consentida” le entra a la médula de este asunto. Maldonado hace una aguda acotación: Castro habla de la presencia de médicos cubanos en Venezuela como si se tratase de una ayuda humanitaria cuando en realidad ha cobrado una fortuna por sus servicios. Es lo que decíamos más atrás: El típico golpe de escena. Castro mete las manos en el bolsillo de Chávez, le roba la billetera y encima le hace creer -a él y a quienes se dejan seducir por su manipuladora retórica- que está haciendo una obra de caridad. El líder de la revolución cubana se transmuta en Teresa de Calcuta y su discípulo cae presa de una fascinación que raya en la ceguera del feligrés. A partir de esta relación de dependencia es que tiene lugar el saqueo y el control del régimen cubano de un país que, como recuerda Maldonado, ostenta las mayores reservas petroleras del mundo: Cerca de 300 mil millones de barriles. Castro no es la Madre Teresa. Es un pirata al más puro estilo de Barbanegra: Un bucanero que se apropia del tesoro venezolano y que hunde sus raíces en el aparato del Estado.
III.
Lo curioso -y esta es otra observación aguda que hace Maldonado- es que la colonización ocurrió sin que se disparara un tiro. Se trata de un golpe seco. De una servidumbre voluntaria. Una jugada que le permitirá al Barbanegra cubano, y luego a sus sucesores, hacerse con el control de registros y notarías del país; del sistema de identificación (cédulas y pasaportes); del software de la administración pública; de las redes de fibra óptica; de la selecta Rampa 4 del Aeropuerto de Maiquetía; del aparato de inteligencia, de la represión (Maldonado recuerda que las FAES recibieron entrenamiento de las llamadas “Avispas Negras”, el cuerpo élite de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) de Cuba), y de las FANB. Pero los tentáculos van más allá. El autor advierte que Cuba cuenta con una radiografía del sistema eléctrico nacional, de la industria petrolera y un mapa de las reservas minerales de Venezuela. Y otra acotación que hace Maldonado: Los cubanos, en cambio, no permiten ninguna intromisión en sus asuntos internos. La clásica característica de los regímenes totalitarios ya consolidados: Funcionan como un club de masones, incluso para sus aliados.
Para Maldonado, uno de los principales operadores de la penetración castrista en Venezuela es el comandante Ramiro Valdés. El escritor recrea una escena ocurrida en enero de 2009, cuando se cumplieron 50 años de la revolución cubana. Chávez ordenó que se elevara la bandera cubana en el Panteón Nacional, y que permaneciera allí para siempre. Para esa fecha, ya llevaba una década en el poder. Y ha ido a la Isla 24 veces. En ese acto del Panteón está Ramiro Valdés. Un héroe forjado en la épica de la Sierra Maestra. “El oficial pequeño y delgado lleva el uniforme de gala marrón con botones dorados del ejército cubano”, señala Maldonado. Unas semanas antes de esta escena que Maldonado trae a colación, Raúl Castro visitó el país y cerró acuerdos con el gobierno chavista que sumaron más de 2 mil millones de dólares. Después de tan jugoso negocio, la presencia de Valdés en los fastos está más que justificada. Maldonado no pasa por alto que dentro del marco de este convenio figura un ítem asombroso: Cuba será copropietaria de una empresa cuya misión sería “diseñar y manejar los programas informáticos de la industria petrolera venezolana”.
Asombroso, porque los cubanos van a dictar cátedra a una corporación, PDVSA, que todavía en 2005 figuraba como la tercera empresa petrolera más importante del mundo, después de Saudi Aramco, de Arabia Saudita, y la Exxon, de Estados Unidos. Y este es otro de los elementos en los que el autor de “La invasión consentida” pone el acento. Que en la relación La Habana-Caracas pareciera que la primera fuese una superpotencia que maneja tecnología de punta y recursos humanos de gran calificación, y la segunda fuese un pobre país atrasado que necesita -pagando sumas infladas, astronómicas- urgente asesoría en todas las áreas. El país que patentó la Orimulsión y que producía más de 3 millones de barriles de petróleo al día cuando Chávez ascendió al poder, ese paupérrimo país, debía ser guiado por un régimen que tiene a la isla en ruinas. Castro es Gulliver y Venezuela una tierra de pigmeos.
Esto es parte del hábil marketing de Fidel Castro. O de la falta de escrúpulos de su generoso delfín Chávez, quien coronó el milagro de convertir a la Isla en exportadora de crudo. Chávez viste el uniforme del rey Midas. Maldonado comenta que para 2014, y según declaraciones del ministro de Planificación y Economía de Cuba, Marino Murillo, la Isla obtuvo 765 millones de dólares por la reventa de petróleo. Petróleo que Venezuela le mandó a Gulliver. Recordemos que el Gobierno comenzó enviando 53 mil barriles diarios a Cuba (Acuerdo Energético del año 2000), posteriormente aumentó el envío a 92 mil y luego lo incrementó a 115 mil. Así que se entiende cómo pasó el país productor de azúcar a figurar en los mercados internacionales de los hidrocarburos a expensas de su “satélite”.
Maldonado sostiene que la Emergencia Humanitaria Compleja que sacude a Venezuela no es comparable al llamado período especial que experimentó Cuba cuando Moscú le cortó la ayuda económica. “Entre 1990 y 1994, Cuba sufrió una caída del 35% del PIB. La pesadilla en Venezuela es mucho peor: Entre 2013 y 2018, la caída del PIB ha sido de 52% y, aun así, el chavismo sigue subsidiando a la Isla. A medida que la producción de petróleo ha ido disminuyendo, la carga de la cuota cubana se ha hecho cada vez más pesada. En el año 2000, Venezuela extrajo un promedio de 3,45 millones de barriles diarios, 18 años después se ha reducido a 1,9 millones de barriles diarios. Aun así, en marzo de 2019, el gobierno venezolano envió a Cuba 65 mil 520 barriles diarios (según datos de la OPEP), más que en el año 2000, a pesar de que la producción se desplomó ese mes a 960 mil barriles diarios”.
¿Por qué Caracas sigue suministrando oxígeno a La Habana cuando los venezolanos están asfixiados por la debacle económica? Porque Caracas depende de la patente cubana (represión y control de las Fuerzas Armadas) para sostenerse a flote. Con este argumento como telón de fondo, Maldonado establece una interesante comparación entre lo que significaba para la URSS cortar el subsidio que le daba a Cuba y lo que significa para el régimen venezolano. Si bien la subvención de los soviéticos equivalía a 67% del PIB de la Isla (en su mejor momento), el de Venezuela alcanzó el 43,7% del PIB de la Isla en 2012 y bajó a 19% en 2017. Maldonado se basa en las cifras suministradas por Mesa-Lago. Visto así, como bien apunta el autor de “La invasión consentida”, aunque Venezuela suspendiera su ayuda a La Habana, el impacto no sería proporcional al que sufrió la Isla tras el desmoronamiento de la URSS.
Pero aquí viene el punto clave que diferencia el papel que jugaron los rusos -en el contexto de la Guerra Fría- y la posición en la que se encuentra el régimen de Maduro: “Venezuela está muy lejos de la Unión Soviética, aquella federación de 15 repúblicas que producía 11 millones de barriles de petróleo diarios y era la tercera economía del mundo cuando colapsó y Moscú decidió suspender la ayuda económica a los Castro. ‘Ese país relativamente pequeño de la dividida América’, como una vez lo definió Fidel, no puede hacer lo mismo. La revolución bolivariana no puede librarse de la rémora cubana como lo hicieron los rusos. No tiene la supremacía ni la autonomía para hacerlo. Su supervivencia, la de la corporación cívico-militar que domina Venezuela, depende en gran medida de La Habana. No puede soltar la muleta sin caerse”.
El pivote sobre el que se sostiene el régimen son las armas. Ese mismo fusil que Fidel Castro cargaba al hombro cuando se paseó por Caracas pero multiplicado a la enésima potencia. En esto sí es verdad que los cubanos son y han sido verdaderos maestros. Y esta sabiduría a lo Sun Tzu (o más bien a lo KGB) es usada en el seno de las Fuerzas Armadas venezolanas para vigilar los pasos de los oficiales. Maldonado refiere dos testimonios clave en este sentido. Uno, el que brindara a The Washington Post el ex director del Sebin Manuel Cristopher Figuera, quien declaró al diario que Raúl Castro asesora directamente a Maduro. Y el otro, de mucho mayor peso debido al prestigio del que goza su figura al interior de los cuarteles, es el del mayor general Alexis López Ramírez. El alto oficial se desempeñaba como secretario del Consejo de Defensa Nacional (Codena) cuando renunció al cargo debido a que el Gobierno convocó a una Asamblea Constituyente que no acataba las pautas constitucionales. Antes, había sido comandante general del Ejército (2013-2014). López Ramírez llegó a afirmar que “los cubanos hacen el trabajo de los estados mayores (de las Fuerzas Armadas)”. Y también advirtió: “Consciente del riesgo que corro, debo decir lo siguiente: Demasiadas evidencias de torturas y malos tratos al personal militar detenido en la Dgcim (Dirección General de Contrainteligencia Militar). Sin duda que esas prácticas las trajo de vuelta la asesoría cubana”.
IV.
En enero pasado, Nicolás Maduro pasó la raya amarilla de la relación entre Cuba y Venezuela. Propuso públicamente que el embajador de la Isla formara parte del Consejo de Ministros. Esto confirma que aquella frase que pronunciara Hugo Chávez el 16 de octubre de 2007, y citada por Maldonado, no fue dicha como un amago retórico: “Cuba y Venezuela pudiéramos conformar, en un futuro próximo, una confederación, dos repúblicas en una, dos países en uno”. Ya antes, Fidel Castro le había sacado las patas del barro a su pupilo. La mágica carta de las “misiones” permitió a Chávez superar un revés en su popularidad y ganar el referendo revocatorio que se realizó en 2004. La Misión Barrio Adentro (salud) y la Robinson (alfabetización) fueron las primeras que se pusieron en marcha. Ya para 2005, apenas un año después, las Misiones pasaron a ser la principal fuente de ingresos de Cuba. Esto significa que el flujo de dólares inyectados a la Isla vía remesas y el turismo, que antes eran capitales, pasaron a un segundo plano, revela el autor de “La invasión consentida”.
Maldonado apela a una imagen graciosa: Fidel Castro pasó a ser un gran headhunter. Él mismo convertido en una empresa transnacional. Uno llega a imaginar que tiene un pacto secreto con el capitalismo salvaje. El caudillo lo resuelve y lo provee todo. Médicos, enfermeros, medicinas, equipos, choferes. Amplio espectro. Y, desde luego, a un costo elevadísimo, pero vendiéndose como si prestara a Venezuela una ayuda humanitaria, que es lo que a Maldonado le llama la atención. Y no solo él: Chávez también lo vendía así. Fidel Castro ya no entra por Machurucuto. No tiene ninguna necesidad. “Es una incursión de seda”, resalta Maldonado. Y así, se va ocupando de todo. De la sala situacional de Miraflores, que manejan los cubanos. Del anillo de seguridad del presidente Chávez. De su salud, que pasó a ser un factor geopolítico cuando el líder enfermó de cáncer. ¿Cómo se habría resuelto el tema de la sucesión en Venezuela si la salud de Chávez no hubiese estado en manos de Cuba? Incógnita que queda para vagas elucubraciones.
¿Por qué y a cambio de qué Venezuela se convertiría en un satélite voluntario de Cuba? “La invasión consentida” escruta en este aspecto crucial. La patente. Maldonado lo explica magistralmente: “Lo que para la oposición es un sometimiento inaceptable, para Hugo Chávez es, en cambio, la mejor alianza, una que lo fortalece y le garantiza ganancias políticas. Pocas veces en la historia la afinidad entre dos líderes ha coincidido en el plano político y en el personal de manera tan profunda (…) Gracias a Castro -un espejo en el que le gusta reflejarse-, el presidente venezolano aprende lecciones invalorables para neutralizar a sus enemigos, perpetuarse en el poder y mantener el control social. ‘Fidel es para mí un padre, un compañero, un maestro de estrategia perfecta’, señaló en 2005. Es un ejemplar de su misma especie: Audaz y carismático, narcisista y autoritario, amante de la confrontación y los discursos interminables, mediático y machista. Chávez podía pasar en cuestión de segundos de la arrogancia a la humildad, y de la falsa modestia -‘Yo soy un humilde soldado’- al mesianismo -‘Yo no soy yo. Yo soy el pueblo”-.
Esta obsesión por el poder es lo que hace que Chávez caiga rendido a los pies de La Habana. Y que ocurran cosas inauditas. Que Castro se convierta en el tótem. Que los cubanos colonicen todo. Que pasen a ser los pedagogos. Los que están llamados a alfabetizar. A alfabetizar en un país que en el Trienio, cuando recién se salía del gomecismo, adelantó un exitoso programa con instructores locales y de la mano del libro “Abajo Cadenas”, editado por José Agustín Catalá. A alfabetizar a un país que vio nacer a Andrés Bello. Y no es que el plan, en sí mismo, fuese cuestionable. Lo cuestionable es que en Venezuela había recursos para hacer frente a esta cruzada. El punto es que detrás de esta fachada benevolente se urdía el adoctrinamiento de tufo cubanoide, además del desaguadero de fondos públicos. La ceguera de Chávez y sus correligionarios fue tal que, según recoge Maldonado, Cuba exportó a Venezuela personal para que enseñara a los nativos a cultivar el campo. Es decir, que antes de que reventara el Zumaque en 1914 no hubo pasado.
Maldonado refiere que los cubanos prestaron asesoría en rubros en los que Venezuela tenía experiencia reconocida. Ejemplo: El cacao. “Venezuela fue el primer exportador mundial de este producto durante la época colonial y se encuentra entre los 23 países exportadores de cacao fino, reconocidos por la Organización Internacional del Cacao, con sede en Londres, un cuadro donde no figura la Isla. Entre 2006 y 2007, el país no sólo tenía granos de mayor calidad sino que producía mucho más que Cuba cuando el gobierno de Chávez trajo a un grupo de trabajadores de la “estación de Investigaciones de Café y Cacao de Baracoa” para que hicieran un “diagnóstico in situ” de las condiciones en las que se encontraba el cultivo. En 2007, la producción nacional fue de 18 mil 911 toneladas. La de Cuba, mil 379 toneladas”, aclara Maldonado. Data dura para certificar hasta qué punto la subordinación hacia Cuba supuso -y supone- una afrenta para Venezuela.
“Cuba se insertó en la economía venezolana como si fuera una potencia mundial”. El autor de “La invasión consentida” lo dice en una frase. Y cita más ejemplos. Otro: El de pretender dar lecciones a Venezuela en materia siderúrgica. En 2005, Chávez y Castro establecieron una alianza en esta área. Maldonado no lanza adjetivos ofensivos. Simplemente se remite a los hechos. Recuerda que la obsoleta industria cubana había estado paralizada el año anterior porque no contaba con materia prima y que Venezuela era dueña del tercer complejo de la región andina: Sidor, que, para ese 2005, produjo 3,9 millones de toneladas métricas, una cifra a la que Cuba no le llegaba ni por los tobillos. Maldonado señala que en 2007 la producción de la Isla fue apenas de 163 mil 400 toneladas. Ya sabemos cuál ha sido el desenlace: Luego de ser estatizada, Sidor está en ruinas. La producción de 2016 a duras penas llegó a 0,31 millones de toneladas.
Los cubanos sabelotodo también metieron sus manos en el proyecto del Gran Ferrocarril de Los Llanos, para cuyo primer tramo (Tinaco-Anaco), Chávez destinó 800 millones de dólares. Se supone que esa parte estaría concluida en 2010. Esto es lo que señala Maldonado: “El gobierno venezolano también escogió a Cuba para ayudarlo a desarrollar el sistema ferroviario nacional como si la Isla, con sus viejos trenes destartalados, fuera una referencia en la materia. En 2006 Chávez decretó la creación de la empresa mixta para la Infraestructura Ferroviaria Latinoamericana, S.A. (Ferrolasa) con la cubana Solcar, de la Unión de Ferrocarriles de Cuba (49%). Se hizo el movimiento de tierra, el talud para los durmientes, viviendas para los ingenieros, pero en 2018, 800 millones de dólares después, el proyecto estaba completamente abandonado. Nada se movía en esa vía excepto unas vacas lánguidas”.
V.
También están allí para adoctrinar. Maldonado cita este comentario: “La cubana Marta Moreno Cruz, profesora de la Escuela de Trabajadores Sociales de Cojimar, recordaba con orgullo su participación en un vasto programa de adoctrinamiento político diseñado por Fidel Castro. El plan para formar cuadros leales a la Revolución bolivariana y, por tanto, al castrismo había comenzado a gestarse en el vientre cubano semanas antes. Había prisa y los primeros cursos se improvisaron para presentarle a Hugo Chávez una primera camada de activistas durante su visita a la Isla el 29 de junio de ese año. El grupo, moldeado por profesores antillanos, sería bautizado con el nombre de Frente Francisco de Miranda (FFM). Moreno contó los detalles a un medio oficial: ‘Ésta es una de las tareas más importantes que he realizado en mi vida, por la trascendencia y el reto impuesto, porque hubo una necesidad de formar a esos alumnos en 45 días. Además, nos vimos en la obligación de impartir asignaturas nunca dadas por ninguno de nuestros profesores, como son Derecho Venezolano y Pensamiento Bolivariano”.
El atrevimiento llega a esos extremos. ¿Qué puede saber un instructor exprés (no hablamos de un historiador) del pensamiento del Libertador? Eso ocurrió en un país donde un intelectual de la talla de Germán Carrera Damas escribió El culto a Bolívar. O donde otro grande, Elías Pino Iturrieta, escribió “El divino Bolívar”. Pero no. En la narrativa que La Habana le vende a Chávez es necesaria una nueva catequización. Un adoctrinamiento tapa amarilla. Y el negocio. Siempre el negocio. Entre 2003 y 2006, según Maldonado, que se basa en cifras oficiales, Venezuela destinó 12 mil 930 millones de dólares para las Misiones. ¿Tenemos una idea de lo que esto significa? Es aproximadamente el 45% de lo que sumaba la deuda externa del país cuando Hugo Chávez llegó al poder. Esta hemorragia de dinero marca el contraste entre lo que pasó a ser la Isla y lo que dejó de ser Venezuela. Maldonado cita unas declaraciones en las que Chávez señala que, según la CEPAL, Cuba logró un crecimiento de 12,5% para 2006 en tanto que el de Venezuela fue de 10,3%. En un pasaje del libro, el escritor lo resume con una imagen: El pez chico se come al grande.
Chávez no solo despilfarró los cuantiosos ingresos petroleros. Es que, además, endeudó al país con tal de cortejar a La Habana. Por ejemplo: Pidió un crédito de 70 millones de dólares a China para instalar un cable submarino que iría desde Venezuela hasta Cuba. Una investigación llevada a cabo por la ONG Transparencia Venezuela señala que los gobiernos de Chávez y Maduro recibieron cerca de 68 mil millones de dólares del país asiático. ¿Y qué proporción de esos fondos fueron a parar a las arcas de la Isla? No se sabe. “La invasión consentida” da cuenta, también, de cómo Chávez disponía del patrimonio nacional como si los objetos allí incluidos fuesen de su propiedad. Así, cuando Fidel Castro cumplió 80 años, el pupilo le regaló una taza que perteneció a Napoleón Bonaparte, y que era atesorada por Bolívar, y una daga que también fue propiedad del Libertador. El cortejo para no perder el uso de la patente se realiza en distintas esferas.
Pero Cuba ha dado sus estocadas. Maldonado precisa que Caracas invirtió 136 millones de dólares en la reactivación de la Refinería Cienfuegos y que la Isla se quedó con la participación venezolana en 2017 para saldar la deuda que el país arrastraba. “La confiscación se convierte en toda una metáfora de la relación entre los dos países”, escribe el autor de “La invasión consentida”. Esto, sin embargo, es un problema menor si seguimos considerando el tema de la patente. Esa patente, por ejemplo, hizo que Chávez asignara a los cubanos la llamada Misión Identidad, que, junto con Barrio Adentro y otros programas, resultó capital para que ganara el revocatorio de 2004. Detrás de la cedulación de 3,4 millones de venezolanos y la inscripción de casi un millón de nuevos votantes, estaba un equipo de informáticos cubanos dirigidos por Ramiro Valdés.
¿Y quién es Ramiro Valdés? Maldonado resume así su hoja de vida: Fue compañero de Castro en el asalto al Cuartel Moncada y quien organizó los servicios de inteligencia de Cuba en los años ‘60. Según el autor de “La invasión consentida”, Valdés sería el artífice de la penetración cubana a través de los informáticos. “El Ministerio de Interior trabajó con un equipo de informáticos cubanos, dirigidos por el comandante Ramiro Valdés, entonces presidente de la estatal Copextel. No se trató de una asesoría puntual. Los hombres de Valdés llegaron entre 2003 y 2004 para quedarse en Venezuela. Sin licitación alguna, Chávez encargó a Copextel la modernización de la Oficina de Identificación, los contratos para los nuevos documentos de los venezolanos (cédulas de identidad y pasaportes) y la reestructuración del Sistema de Registros y Notarías, a pesar de que Cuba no contaba con la tecnología necesaria”.
Maldonado recoge el testimonio de un cubano que formó parte del grupo: “El primer día de trabajo nos llevaron al piso cuatro de la Onidex [Oficina Nacional de Identificación y Extranjería], donde estaba el Departamento de Informática. Nunca antes habíamos visto servidores así”. Boris se quedó boquiabierto. No estaba en Silicon Valley. Los servidores así eran comunes en América Latina. Pero en ese momento, a comienzos de 2004, no había nada similar en Cuba, el país con el Internet más lento de América Latina y uno de los más atrasados en materia de tecnología”. El escritor hace una acotación que, de nuevo, pone de relieve la improvisación de quien se vendía como una superpotencia: “Aquellos aprendices, los mejores de su curso, estaban allí para hacer algo que no habían hecho nunca: Diseñar un programa de computación, bajo la dirección de Lavandero, un ingeniero eléctrico de 59 años, con una larga trayectoria académica en Cuba. El propósito era agilizar la emisión de documentos (…). La Onidex, dependiente del Ministerio de Interior y Justicia, fue el conejillo de indias”.
Un proyecto que Maldonado destaca es el de la elaboración de cédulas electrónicas. Cuba no contaba con la tecnología ni con la experticia en esa área. Le dieron el contrato. Con un pago adelantado: 14, 5 millones de dólares. El pago iba dirigido a la empresa Albet. Hubo un error: Los cubanos no compraron el equipo que se requería para imprimir la información del documento en las tarjetas de policarbonato. “El coche no tenía ruedas”, suelta Maldonado. Todavía los venezolanos no cuentan con cédulas electrónicas. Pero los cubanos sí cuentan con identificación biométrica desde 2014. Y así con todo. Cuba también asesoró a Venezuela en materia eléctrica. Maldonado destaca el hecho de que pese a que Venezuela contaba con la tercera mayor hidroeléctrica del mundo y personal altamente calificado, gastara millones de dólares en pagos a los cubanos, quienes, ironiza el escritor, nunca habían visto una central hidroeléctrica y terminaron haciendo mantenimiento al Guri. Maldonado hace historia comparada: Aclara que mientras La Habana está “espléndidamente iluminada”, gracias al financiamiento de Chávez vía Bandes, Caracas está a oscuras. Caracas… y buena parte de Venezuela.
VII.
Hay pasajes del libro que uno tiene que volver a leer porque pareciera que lo que se dice es irreal. No es posible tanto despilfarro. Pero sí. Cuba llegó a vender a Venezuela un central azucarero que era chatarra. Y no a precio normal. No a precio de oportunidad. Con sobreprecio. Un ingenio nuevo (incluida la instalación) costaba 50 millones de dólares. El precio que fijaron los cubanos: 95 millones de dólares. Casi el doble por un central obsoleto. Por si fuera poco, el propio Fidel Castro, en ocasiones, se encargaba de negociar productos para luego venderlos a Venezuela. Distintos rubros: Tomógrafos, aparatos de resonancia magnética nuclear, mesas de telecomando para urología, ultrasonidos, angiógrafos de neurología y de cardiología, polígrafos, cámaras gamma, rayos X y monitores no invasivos y desfibriladores. Maldonado, en un arrebato anglo, degrada al héroe de la Sierra Maestra y lo llama trader.
¿Y el capítulo de los cerdos? De antología. Maldonado se basa en una nota escrita por la periodista Sebastiana Barráez para recrear la historia. Los animales fueron de La Habana a Canadá y de Canadá los trasladaron a su destino final: Venezuela. El mecanismo es el clásico caso de triangulación. Los cerdos llegaron a la empresa Porcinos del Alba. En apariencia, Venezuela le compraba los cerdos a Canadá, pero en la trastienda estaba Cuba, que hizo un dineral como bróker. ¿Y lo que le dieron al Frente Francisco de Miranda para preparar cuadros que defendieran la revolución bolivariana? En 2015, Maduro le adjudicó 47,6 millones de dólares. La cifra del 2017 es más abultada: Mil 527 millones de dólares. “La invasión consentida” repara en el hecho de que Nicolás Maduro habría estudiado en la Escuela de Formación Política “Ñico López” de La Habana, brazo ideológico del Partido Comunista de Cuba, a mediados de los ‘80. Este dato -precisa Maldonado- se mantuvo reservado hasta que un condiscípulo de Maduro lo hiciera público.
La tarea de los cubanos era garantizar que Chávez se mantuviera en el poder. Siete años después de la muerte del líder, La Habana sigue mostrando eficacia en el uso de la patente. El heredero al trono se mantiene allí. Y continúa, como su predecesor, enviando ayuda a Cuba. Garantizado: 55 mil barriles diarios. Si multiplicamos esa cifra por el precio promedio de 30 dólares, tendremos que el salvavidas que el Gobierno le lanza a Cuba supone más de 600 millones de dólares al año. Solo por este concepto. ¿Cuál es el animal más depredador que existe? Es que, en realidad, y como queda claro, la relación entre Cuba y Venezuela es una relación simbiótica. Maldonado lo sostiene en distintos pasajes del libro. ¿Depredador? Cuba hizo lo que le dejaron hacer. “La invasión consentida” es la prueba irrefutable.
Fuente: La Gran Aldea