sábado, septiembre 7, 2024
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OPINIÓN- Guillermo Lousteau: ¿Casualidad o lecciones para aprender?

Alrededor de 1970, se hizo una encuesta en un grupo de high schools de los Estados Unidos, sobre el sentido ético de los jóvenes estudiantes. La encuesta tomaba como base la ética kantiana y sus exigencias.
El resultado de la encuesta decía que las mujeres tenían mucho menor preocupación ética los varones, y así se consideró durante mucho tiempo.
Pero en 1982, Carol Gilligan publicó “In a different voice”, planteando el error de esa imagen. No era, sostenía, que las mujeres tuvieran una menor preocupación ética que los hombres, sino que existía una “ética femenina” diferente y que esos valores eran los que sostenían las mujeres. Para Gilligan, las mujeres razonan de modo diferente a los hombres acerca de las cuestiones morales, y sostiene que es falsa la creencia en la inferioridad o deficiencia del razonamiento moral femenino.
La ética kantiana planteaba como valiosa la actitud de indiferencia del sujeto en cuestión a la relación en cuestión. Así, le atribuía más valor a quien frente a una situación de peligro de dos personas dejaba de lado la cercanía afectiva a una de ellas en beneficio de la otra. Actitud que no ocurría cuando el sujeto en cuestión era femenino y de allí, la consideración de que su valoración ética era inferior.
En el siglo XX surgieron dos movimientos conformados por mujeres: las Damas de Blanco, en Cuba, y las Madres de la Plaza de Mayo, en Argentina. Ninguna de las dos organizaciones perseguía fines políticos ni tampoco intentaban derrocar a sus gobiernos. Pese a tener signos ideológicos opuestos, la única preocupación de las integrantes de ambas instituciones era la seguridad y libertad de sus “seres queridos”, a quienes intentaban proteger.
En el año 2008, contigua a mi oficina en la Florida International University, tenía la suya Judith Stiehm, profesora de Ciencia Política y que había sido vicepresidente académica de la Universidad por varios años. Aparte de la teoría política, Stiehm se ocupaba de la situación de las mujeres en las relaciones entre civiles y militares, y había servido como profesora visitante en el US Army Peacekeeping Institute y en el Strategic Studies Institute en Carlisle Barracks y, especialmente, como Profesora Visitante Distinguida en la Academia de la Fuerza Aérea de los EEUU.
Casi todas sus publicaciones estaban vinculadas a las Fuerzas Armadas: Nonviolent Power: Active and Passive Resistence (1972); Bring Me Men and Women: Mandate Change in the US Air Force Academy (1981); Arms and the Enlisted Woman (1989), It’s Our Military Tool: Women and the US Military (1996); The US Army War College: Military Education in a Democracy (2002) y Champions for Peace: Women Winners of The Nobel Prize for Peace (2006)
La profesora Stiehm cumplió además tareas en el Comité Asesor de Defensa de la Mujer en el Ejército y en la Comisión de las Naciones Unidas para el Adelanto de la Mujer y la Unidad de Educación del Departamento de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de las Naciones Unidas. Además, fue llamada como Testigo Experto ante el Comité de Servicios Armados del Senado, es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores y le han otorgado la Medalla al Servicio Civil Distinguido del Ejército de EEUU.
En su libro sobre las ganadoras del Premio Nobel a la Paz, Stiehm nos recuerda que las mujeres han sido fundamentales para crear una comprensión de la paz, lo difícil que es lograr la paz y lo que se necesita para promover un cambio pacífico.
Antes de dejar mi cargo en la Universidad, la profesora Stiehm fue encomendada por el Pentágono para realizar un estudio sobre los cambios que las mujeres podrían significar en la conducción de las Fuerzas Armadas. No he visto el resultado de ese estudio, pero el solo hecho de que hubiese sido encomendado da una imagen de cuán fuerte podría ser ese cambio.
Este antecedente me sirve como introducción para señalar que, en la pandemia que estamos sufriendo, hay varios países que se han destacado en su performance. Entre ellos, Finlandia marcha a la cabeza, a la par que hace tres años encabeza la lista de países con más felicidad. Sanna Marin, de 35 años, es la primer ministro del país, y Finlandia uno de los países que más mujeres tienen en funciones de gobierno.
Por su parte, Angela Merkel se ha convertido en un líder mundial indiscutido y su manejo de la pandemia contrasta con sus colegas de EEUU, Brasil, Inglaterra y otros países en entredicho.
¿Casualidad o lecciones para aprender?
Fuente: Notiar
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