Sábado 03 de septiembre, mientras la prensa celebraba la llegada del mes aniversario de Cochabamba, el Gobierno boliviano empezó una segunda ola de detenciones contra los miembros de la Resistencia Juvenil Cochala –la agrupación que defendió la ciudad de los ataques masistas en 2019–.
Lo llamativo de las detenciones fue la forma. Ya que tumbaron puertas de ingreso, ni respetaron a los habitantes de la casa, dos niños entre ellos. Ese método de represión sólo tiene un nombre: dictadura.
Pero ¿cómo Bolivia –que en los 90s había alcanzado una madurez política y democrática– acabó presa de una narcodictadura?
Primero, porque sufrió el ataque de la izquierda internacional reorganizada en el Foro de Sao Paulo. Segundo, porque varios políticos oportunistas decidieron negociar con el diablo, Carlos Mesa y Jorge Quiroga, por ejemplo. Sin embargo, mejor analicemos los detalles.
A finales de 1989 comenzó el derrumbe del comunismo en Europa Oriental y en la Unión Soviética. Parecía que el socialismo real –como se le llamó– era sólo un mal recuerdo. Fue entonces cuando Francis Fukuyama se atrevió a lanzar su tesis sobre el «Fin de la historia». Alegando que la lucha de las ideologías había finalizado, dando lugar a que la democracia y el libre mercado se declaren triunfadores definitivos. Por ende, se quedarían entre nosotros por los siglos de los siglos.
Pero las izquierdas latinoamericanas no pensaban como el profesor Fukuyama. Puesto que Fidel Castro decidió, junto con el sindicalista brasileño Lula da Silva, lanzar una plataforma política para reorganizar el socialismo en la región y, de esa manera, sustituir el subsidio soviético.
Los marxistas tuvieron que dejar su clásico discurso de la lucha de clases, para reemplazarlo por indigenismo, feminismo, ambientalismo y una idealización romántica de la lucha por la hoja de coca. Es este último elemento el que tomó Pablo Stefanoni para convertir a un iletrado Evo Morales en el paladín de la defensa de la coca y la lucha por la «liberación» de los pueblos indígenas –vericuetos semánticos para dotar un aire revolucionario al tráfico de cocaína–.
Justamente, fue Evo Morales, en compañía de otros revoltosos, quien a finales de los años 90 le declaró la guerra al Estado boliviano. Contienda que tuvo en la caída de Gonzalo Sánchez de Lozada su triunfo final, aunque ya antes había causado muertes en Cochabamba con la denominada Guerra del agua de año 2000 y la Guerra de la coca de 2002.
Pero la caída de Sánchez de Lozada no hubiera sido posible sin un actor importante: Carlos Mesa, que en ese momento fungía como vicepresidente de la República.
Consta en los archivos de la prensa boliviana que el 10 de octubre de 2003 Evo Morales difundía una carta que decía: «Sucesión Constitucional ya ¡Carlos Mesa presidente!». Según el líder cocalero esto debía hacerse para evitar el «entierro de la democracia», aunque él y sus aliados eran los verdaderos enemigos de la institucionalidad democrática.
La propuesto funcionó. Puesto que se activo la fase intensiva de la insurrección. Y si algo dio impulso al plan para tumbar al gringo, término despectivo usado por Morales y otros insurrectos, fue la actitud de Carlos Mesa de desmarcarse del gobierno y posicionarse como figura del recambio –una vil mentira para debilitar a Sánchez de Lozada–.
Con un ejecutivo debilitado, una ciudad de La Paz totalmente asediada, y unas Fuerzas Armadas incapaces de garantizar su seguridad, Sánchez de Lozada presentó su renuncia el 17 de octubre de 2003. El Foro de Sao Paulo había tomado Bolivia, su segunda conquista después de Venezuela.
Desde el inicio de su gestión, Carlos Mesa proclamó que el suyo sería un «gobierno de ciudadanos». No obstante, sólo fue el títere que necesitaba Evo Morales para llevar a cabo la agenda de octubre. Y es que los nuevos detentadores del poder establecieron como objetivos de la triunfante conspiración: la convocatoria a asamblea constituyente, la nacionalización de hidrocarburos, la persecución al gobierno derrocado, borrar a los partidos políticos y el antiimperialismo –aunque ellos mismos se sometían al imperio del castrochavismo–.
Pero quien juega con fuego siempre se quema. Por eso, una vez promulgada la ley 2631 de Reforma de la Constitución Política del Estado el 20 de febrero de 2004, Evo Morales se preparó para derrocar a Mesa y adelantar elecciones presidenciales. El plan resultó un éxito, pues en diciembre de 2005 Evo ganaba las elecciones generales.
Evo Morales, como primer acto de su gobierno, promulgó la ley 3464, de 6 de marzo de 2006, convocando a la Asamblea Constituyente. Esta ley de convocatoria contiene disposiciones que también fueron violadas. Por ejemplo: El Art. 6 estableció su sede en Sucre la capital de la República, pero trasladaron su sala de sesiones a un cuartel y –luego de la masacre de La Calancha ejecutada en Sucre por Evo Morales– la Asamblea terminó en la ciudad de Oruro. El Art. 24 estableció la duración de la Constituyente en «un periodo de sesiones continuo e ininterrumpido no menor a seis meses ni mayor a un año calendario a partir de su instalación», y pasado el año no había aprobado nada. Por lo tanto, había cesado en su competencia. El Art. 25 establecía que «la Constituyente aprobará el texto de la Nueva Constitución con dos tercios de votos». Empero el nuevo texto terminó siendo redactado clandestinamente y aprobado por el Congreso Nacional, ignorando el de la Constituyente.
Sin embargo, todas esas violaciones fueron posibles gracias a dos aliados de la «oposición»: Jorge Quiroga y Samuel Doria Medina ¿Razones para ese actuar? Puede que jamás las sepamos.
Con todos esos antecedentes, era más que obvio que el cocalero no iba a aceptar los resultados del referéndum del 21 de febrero de 2016, y que iba a manipular la justicia para su reelección en 2019 –aunque posteriormente, producto de un inmenso fraude, tuvo que renunciar–.
Tristemente, el gobierno de Jeanine Añez se encontró con la pandemia del COVID y la corrupción de varios de sus ministros. Debilidades que fueron usadas por el MAS para el retorno al poder.
Como vemos, Evo Morales no necesita estar cerca de David Choquehuanca (actual vicepresidente de Bolivia y uno de los rivales internos del jefazo cocalero). Puesto que Jorge Quiroga, Samuel Doria Medina y Carlos Mesa son sus mejores aliados.
¡Bolivia, cómo dueles!
Fuente: PanamPost