lunes, diciembre 23, 2024
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OPINIÓN- Ibsen Martínez: Las protestas de Cuba resuenan en Venezuela

Importantes observadores venezolanos estiman que la dramática ola de protestas que el 11 de julio estremeció sorpresivamente a Cuba afectará al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y es anuncio de inminentes buenas noticias para mi país. Para ellos, el colapso del régimen cubano es inexorable y creará ondas de choque que en el futuro inmediato harán inevitable el retorno de la democracia venezolana. Yo pienso, quizá demasiado lúgubremente, que todo ello es todavía mucho suponer.

¿Cabe esperar alguna incidencia directa de los sucesos cubanos en la política venezolana? Y, por otra parte, ¿habrá algo que la oposición venezolana pueda hacer para acercar el fin de la opresión que los regímenes aliados de Caracas y La Habana ejercen sobre sus pueblos?

Hallar respuestas a estas preguntas exige comprender la naturaleza y el alcance de los vínculos que, en el curso de más veinte años, han estrechado ambos países en los ámbitos económico, político y militar.

En 2012, el año estelar del Convenio Integral de Cooperación suscrito en octubre de 2000 por los desaparecidos Hugo Chávez y Fidel Castro, los subsidios y la inversión directa de Venezuela en Cuba alcanzaron un total de 16.000 millones de dólares, cerca del 12 por ciento del PIB de la isla.

La caída dramática de los precios del crudo en 2015, la corrupción y la ineptitud del régimen de Maduro y los estragos globales de la pandemia han mermado esos montos hasta casi la mitad.

La economía de la isla ha sido duramente afectada por la crisis venezolana y por los efectos negativos de la pandemia sobre el turismo. Sin embargo, aunque hoy vuelvan los ojos hacia Rusia o China, los planificadores del presidente Miguel Díaz-Canel no hallan todavía un socio comercial comparable a lo que ha significado Venezuela para Cuba en la era chavista.

Para Maduro, a su vez, nunca han sido tan importantes como ahora los acuerdos de cooperación militar con Cuba.

Firmados en 2008, estos otorgan a Cuba extremado control político sobre las Fuerzas Armadas Bolivarianas, ponen énfasis en la contrainteligencia, en el asesoramiento y entrenamiento del personal militar, en la presencia de oficiales cubanos en los cuarteles venezolanos y la vigilancia de los mandos venezolanos por los organismos de seguridad del Estado.

El dictador venezolano debe a Cuba gran parte del inconmovible apoyo del sector militar. Esto no es poca cosa si se considera que, desde hace casi veinte años y en más de una ocasión, figuras relevantes de la oposición han apostado sin éxito a que grandes movilizaciones de protesta ciudadana conduzcan a un pronunciamiento militar.

Todo ello explica que, pese al desplome de los precios y la producción del crudo, la honda crisis económica y la emergencia humanitaria venezolana, el flujo de petróleo venezolano destinado a Cuba no se ha interrumpido, aun desafiando las sanciones estadounidenses en vigor desde 2019.

 La crisis política en Cuba sorprende a Venezuela con su población desmembrada por la emergencia migratoria más grave que jamás haya visto nuestro continente, castigada por la pandemia y la incuria de un régimen criminal, abatida por la pobreza y aterrorizada a un tiempo por el hampa y las fuerzas policiales.

Para colmo de males, una colectividad estragada por las penurias y la pandemia mira hoy con indiferencia, cuando no con aborrecimiento, a sus políticos.

La dirigencia opositora venezolana luce desconcertada en su conjunto, ensimismada en su afán de acudir a unas elecciones regionales convocadas, sin ofrecer condiciones razonables para el voto, por un régimen que viola de derechos humanos y políticos. Se suma a ello, la trágica propensión de la oposición venezolana a sobreestimar el alcance de los factores internacionales.

Tratándose de Cuba, la perspectiva inmediata no parece ser el derrumbe del régimen de La Habana seguido indefectiblemente de la debacle del chavismo-madurismo. Es más fácil pensar, al contrario, en que la represión y las violaciones de derechos humanos en ambos países recrudezcan, incluso que sean coordinadas binacionalmente.

Aun suponiendo que las protestas ciudadanas desencadenen en los meses por venir profundos cambios políticos y económicos en Cuba, mucho dependerá del tiempo y del factor humano que logre ponerse a la cabeza del admirable arrojo de los cubanos.

Como señalaba en un tuit el historiador cubano Rafael Rojas, depende también de la vocación ciudadana del descontento cubano y de la actitud de Estados Unidos que, felizmente, ya se manifiesta en sanciones individuales y en facilitar el acceso a internet.

Los adversarios de hoy en nuestra América —lo recordó hace poco Sergio Ramírez, al discurrir sobre su Nicaragua— no son otros sino la dictadura y la democracia. Se avecina un tiempo muy duro en el que las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua echarán el resto.

Para Maduro y Díaz-Canel es mucho lo que está en juego. Son aliados en la tiranía y “vendrán con todo”: extráiganse las consecuencias de ello para el futuro más que inmediato de nuestras dos naciones.

La hora cubana reclama a los políticos venezolanos imbuirse de realista gravedad y poner en juego más que declaraciones de condena a los esbirros y de solidaridad con los manifestantes. Deben ofrecer todo lo que verdaderamente esté a su alcance para arrimar el hombro.

El gobierno interino de Juan Guaidó, por ejemplo, podría elevar en su lista de prioridades el despliegue de su plataforma diplomática, reconocida por decenas de naciones, en un intenso activismo de alto nivel por los derechos humanos y políticos en la isla y acentuar así la presión de los gobiernos del mundo sobre La Habana.

Los venezolanos presenciamos con ansiedad el vuelco, impensable hace solo semanas, que la valentía de los cubanos ha dado a su tragedia, en poblaciones que en los vídeos parecen tan nuestras.

Urge avivar en nuestra gente la noción de que recuperar primero la transparencia del voto y la democracia plena en Venezuela es a la larga ganarla también para Cuba.

Y no al revés.

Fuente: Nytimes

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