En un post anterior, presenté las conclusiones de un estudio sobre la viabilidad de la Democracia en el mundo, que analiza 107 países en una medición de 50 años. Sus resultados son inapelables: La Democracia es insostenible para países con ingreso per capita inferior a $6.500 dólares anuales. Siendo que el ingreso per capita de hoy es de $260 dólares anuales, solo cabe una conclusion. ¿Hay que decirla?
Si de la Economía saltamos a la Historia, podremos ver con toda claridad de qué manera la Democracia ha sido una coartada para destruir la República y someter el país a su descuartizamiento territorial a manos de grupos criminales y potencias extranjeras. La República de Venezuela hoy no existe.
Sin embargo, muchos creen en el mito de la Democracia como instrumento para revertir esta situación. La agenda politica nacional, chavista y opositora, apoyada por la Comunidad Internacional, predica la convocatoria a elecciones como condición sine qua non para legitimar el mandato del Presidente y poder ir hacia una situación menos conflictiva. Lo que discuten chavismo y oposición es la manera cómo habría de realizarse ese proceso electoral, no qué hacer después para reconstruir a Venezuela. La estrategia chavista ya la conocemos, luego de 21 años de destrucción comparable a una guerra civil. Por otro lado, el «Plan Pais» de la oposición es una fórmula para pedir prestado 150 mil millones de dólares, no es para transformar a Venezuela en Corea del Sur, Taiwan o Dinamarca. Es para transformarla en Venezuela antes de 1999.
Los venezolanos que compran ese billete creen ingenuamente que las elecciones son una fórmula o ideología para reconstruir la República. Se equivocan; tan sólo es una forma de administrar el poder, seleccionando a ganadores y perdedores. No cambia las ideologías ni transforma a Claudio Fermin en Lee Kuan Yew, a Henrique Capriles en Konrad Adenauer o a Nicolas Maduro en Deng Xiaoping.
La Democracia venezolana es un espejismo, un mito inoculado por élites políticas interesadas en mantener la gente votando para distraerla, no sea que a alguien se le ocurra la mala idea de exigir responsabilidades, esa cosa que los gringos llaman «accountability» y que ha mantenido la democracia real en los Estados Unidos por 250 años. Si algo nos muestra nuestra historia de poco más de medio siglo «democrático» es que las elecciones han terminado por dar el mandato a partidos politicos que cuya calidad de gobierno ha ido devaluándose al ritmo del bolivar. Y los únicos presos son el chino de RECADI y los que han exigido responsabilidades, es decir, presos politicos.
Unas elecciones con todas las garantías terminarían por hacer elegir a quienes en su cabeza tienen la idea de aplicar el socialismo, duro o blando, que nos ha llevado al fracaso. Elecciones limpias, sucias o solamente percudidas no restablecerían la institucionalidad republicana devaluada durante más de medio siglo, obra y gracia del socialismo ideológico que predomina en nuestras elites políticas desde hace más de medio siglo. Para entenderlo, hay que contar la historia desde 1961, no desde 1999.
Venezuela perdió su estructura republicana, si es que alguna vez llegó a tenerla, el 23 de enero de 1961, fecha en que fue sancionada la constitución que regiría hasta 1999, base del sistema de Punto Fijo. Ese mismo día fue suspendido el derecho a la libertad económica. No duró ni 24 horas el capitalismo en Venezuela.
La suspensión de la garantía económica dio por origen todo un entramado socialista de controles oficiales sobre precios, tasas de interés, licencias de exportación, permisos para producir y crear empresas, Nota 2, aranceles, y un gigantesco compendio de regulaciones absurdas que hicieron multimillonarios a algunos y empobrecieron al país, o hicieron abortar la Suiza, Estonia, Noruega o Singapur que pudimos ser. ¿Cómo olvidar los vividores que, disfrazados de empresarios, solicitaban aquel «Bono a las Exportaciones», llenando contenedores de piedras, para beneficiarse del subsidio? ¿Acaso olvidamos a RECADI de Lusinchi, y la OTAC de Caldera II, abuelos del CADIVI chavista, ahora trasmutado en CENCOEX y SIMADI madurista?
El mega estado creado en 1974, por obra y gracia de la nacionalización petrolera, consolidó el país cultural y económicamente socialista que somos desde entonces, no desde 1999. Para muestra, basta con refrescar la memoria histórica un poco. Veamos lo que dijo el Presidente CAP I, en su discurso de nacionalización petrolera en 1975. Aquí van un fragmento revelador:
«La Nación entera comparte este gran momento. Como jefe del Estado soy el afortunado intérprete y ejecutor de esta voluntad de todo el pueblo de Venezuela. América Latina y todos los países víctimas del totalitarismo económico de las grandes naciones industrializadas, nos acompañan y celebran con nosotros este paso de audacia y serena responsabilidad. Porque está enmarcado dentro de la coyuntura histórica de las reivindicaciones fundamentales del Tercer Mundo.»
Es decir, un discurso no muy lejano del perfil de país víctima de un complot internacional liderado por los EEUU y otros grandes poderes del capitalismo mundial pintado por Hugo Chavez, en su podio de orador ante la Asamblea General de la ONU, al decir aquella frase procera y sesuda: «Aquí huele a azufre» (refiriéndoselo a George Bush, hijo, quien había estado en ese lugar un día antes).
Eramos el país del único e insólito «antifiltro» impuesto por el gobierno, que hacia ver una transmisión en colores extraterrestres, porque las televisores a color podían establecer una peligrosa distinción entre ricos y pobres (como si no la había ya, visible para todos, en el anillo de miseria de todas las ciudades del país). Era el país del uniforme escolar idéntico para todos, porque era inaceptable que los escolares pudieran distinguir el colegio donde estudiaban, unos de niños bien y otros no tanto. Y mientras esto se hacia, el país cada vez era más desigual, más corrupto y más ignorante, para desesperación de los Betancourt, Perez Alfonzo, y Uslar.
Todo esto se hizo mientras la Nación entera celebraba con bombos y platillos su «liderazgo democrático» en la región, que buscaba exportar hacia Centroamérica (recuérdese el Grupo de Contadora, que fue liderado por Venezuela); criticando las dictaduras del Cono Sur y en mucho menor grado, Cuba y Nicaragua. Todo un país filo socialista (para ser exactos, social demócrata, que es lo mismo, pero con buenos modales).
Por tanto, aquellos polvos trajeron estos lodos. Fue en la Democracia de Punto Fijo que perdimos la República. Todo en medio de un gran carnaval democrático, no lo dudemos. Candidatos nunca faltaron, elecciones sobraron.
Después de todo, ¿quién puede negar que si algo trajo el chavismo fue una aceleración de lo que teníamos antes? El traidor Chavez claramente vio que podia construir su tinglado totalitario y destruir la República, arropando su régimen en el mismo manto democrático, esta vez «participativo». Para ello, en vez de elecciones cada cinco años, multiplicó la dosis a elecciones cada año. Y el país se tragó ese burro con enjalma. Hasta el sol de hoy.
Por eso, su llegada al poder en 1999 no puede verse como una «ruptura» sino como una «continuación» de la debacle institucional que ya veníamos caminando, sólo que a pasos más acelerados y más socialistas. Los cambios de nombre de país y escudo -por inspiración de la hija de Chavez- únicamente hicieron del país descosido que ya teníamos, un pais bananero (pero sin bananos).
¿O es que ya se nos olvidó por qué estamos aquí?
La reconstrucción de la república pasa por instaurar un sistema capitalista productivo capaz de hacer sostenible económicamente su andamiaje institucional. En otras palabras, un sistema que permita pagar una estructura de Estado capaz de proveer la Nación de bienes públicos. Pero si nos atenemos a lo dicho por Adam Przeworski, al comienzo de este post, surge la pregunta: ¿Cómo hacemos para alcanzar los $6.500 dólares por habitante al año que necesitamos para hacer viable una Democracia?
Esto obliga a considerar seriamente la dictadura republicana como alternativa. A eso dedicaré mi próximo post.