lunes, noviembre 25, 2024
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OPINIÓN- Joaquín Villalobos: Cuba: Defensa y agonía

La estrategia fundamental del régimen cubano de defenderse fuera de sus fronteras ha tenido tres fases que corresponden a cambios en la realidad y en la situación de la izquierda en América Latina: los primeros treinta años con movimientos guerrilleros; a partir de 1990, con partidos políticos, elecciones y gobiernos; y de 2019 a la fecha, con movimientos sociales y violencia de calle.
Durante los sesenta, setenta y ochenta Cuba mantuvo una intensa política de entrenamiento, armamentización, influencia y control sobre los movimientos insurgentes. Mientras hubiera conflictos por todos lados, Cuba estaría segura. Hubo dos excepciones: en Costa Rica porque la democracia evitó que surgieran movimientos armados y en México, aunque hubo guerrillas, Cuba aparentemente no las apoyó por un acuerdo con los gobiernos del PRI. La Habana fue el centro de la actividad revolucionaria y Washington el centro de la actividad contrarrevolucionaria.
En enero de 1966 Fidel Castro fue el anfitrión de la Conferencia Tricontinental de movimientos revolucionarios de Asia, África y Latinoamérica. Asistieron 500 representantes de 82 países. En ese momento el propósito era: luchar por la vía armada contra el colonialismo, el imperialismo y las dictaduras para establecer gobiernos revolucionarios socialistas. La existencia de dictaduras le daba coherencia al plan. Pero no fue fácil controlar a los insurgentes. Las invasiones a Hungría en 1956 y a Checoslovaquia en 1968 generaron rechazo a la Unión Soviética y despertaron simpatías por el maoísmo en la izquierda. Se empezaron a conocer las matanzas de Stalin, pero todavía se desconocían las de Mao. Los debates sobre los proyectos comunistas se trasladaban a los revolucionarios configurando sectas ideológicas de castristas, trotskistas, marxistas-leninistas, maoístas, guevaristas, marxistas cristianos, prosoviéticos, etcétera.
Esta fragmentación afectaba el control de Cuba sobre las guerrillas en función de su defensa. La respuesta fue reclutar militantes, convertirlos en sus agentes, así como infiltrar, dividir y debilitar a los movimientos que Cuba no pudiera controlar. Esto algunas veces trajo choques con la CIA, que estaba haciendo el mismo trabajo pero con intenciones opuestas. Brian Latell exanalista de la CIA, en su libro Castro’s Secrets, cuenta cómo la deserción en 1964 del miembro de los servicios de inteligencia cubanos, Vladimir Rodríguez Lahera, condujo a la captura, interrogatorio y reclutamiento de 120 aspirantes a guerrilleros de una docena de países, entre éstos El Salvador.1

Castro nunca aceptó que Cuba fuera tierra de asilo. No pocos revolucionarios fueron enviados a luchar en condiciones suicidas. El coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, líder de la resistencia a la invasión estadunidense a República Dominicana en 1965, desembarcó en su país en 1973 con un pequeño grupo de guerrilleros y todos fueron aniquilados. Asimismo, el argentino Jorge Masetti, amigo del Che, fundador de Prensa Latina, estableció una guerrilla en Salta, al norte de Argentina, en 1964. Masetti desapareció y algunos de sus combatientes murieron de hambre. El propio Guevara fue parte de las aventuras suicidas que Castro estimulaba para distraer a Estados Unidos.
En los años sesenta Castro intentó repetir su experiencia del foco guerrillero en Guatemala, Nicaragua, Venezuela, Colombia, Perú, Bolivia, Haití, República Dominicana, Brasil y Argentina. También realizó incursiones militares con sus propias tropas. En el año 1959 militares cubanos desembarcaron junto a nacionales de cada país: en Panamá en abril; en República Dominicana y Honduras en junio, y en Haití en agosto. En Venezuela en 1966 Arnaldo Ochoa y quince cubanos desembarcaron en Falcón y en 1967 otros cubanos lo hicieron en Machurucuto. Con el Che en Bolivia hubo dieciséis cubanos que representaban la tercera parte de su guerrilla. En todos estos casos participaron cientos de militares cubanos, algunos murieron, otros huyeron, el resto fueron arrestados y deportados a Cuba.2
En la década de los setenta Castro apoyó, entrenó y armó insurgentes de Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Brasil, Perú, Ecuador, República Dominicana, Argentina, Uruguay, Chile, Puerto Rico e incluso los Panteras Negras de Estados Unidos. Hay tres momentos culminantes con gran involucramiento cubano en esta etapa: los movimientos guerrilleros urbanos en Argentina y Uruguay, la victoria electoral y el derrocamiento de Salvador Allende en Chile (1970-73) y el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua en 1979.
Los Montoneros de Argentina secuestraron en 1975 a los empresarios Juan y Jorge Born que pagaron 60 millones de dólares, el rescate más grande de la historia de las guerrillas latinoamericanas, equivalente a unos 260 millones de dólares actuales. Este dinero llegó a Cuba y fue administrado por los cubanos.3 En noviembre de 1971 Fidel Castro viajó a Chile y permaneció allí veintitrés días. Realizó concentraciones públicas por todo el país. En ese momento había en la izquierda un conflicto entre lucha armada y revolución versus lucha electoral y reformismo. La estadía de Castro fue un sabotaje al proyecto electoral reformista de Allende. Castro quería una guerra y una revolución en Chile, para ello entrenó y armó a miles de chilenos. Esto desencadenó el pánico de los militares, el golpe de Estado y la muerte de Allende en 1973, quien, a diferencia de Guevara, no se rindió a pesar de que le ofrecieron una salida segura.
Muchos de los chilenos que fueron entrenados se convirtieron en oficiales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.4 En los setenta surgieron en México las guerrillas de Lucio Cabañas, Genaro Vázquez y la Liga Comunista 23 de Septiembre. En teoría Cuba no las apoyaba, pero para Fidel el PRI era de derecha.
El evento más destacado de esta década fue la Revolución Sandinista en Nicaragua en julio de 1979 que derrocó al dictador Anastasio Somoza. El componente más importante de esta victoria fue la insurrección popular en Managua y la mayor parte de las ciudades. El segundo componente fue el Frente Sur, en la frontera con Costa Rica. Fidel Castro envió a este Frente a militares cubanos armados con piezas de artillería y ametralladoras antiaéreas cuatro bocas. El Frente Sur no tuvo un avance territorial importante, pero amarró a las tropas élite de Somoza, neutralizó sus medios aéreos e hizo perder tiempo al dictador hasta volverle imposible controlar la insurrección en las ciudades. El primer jefe de la inteligencia sandinista fue un oficial cubano.
La guerra en Centroamérica en los ochenta fue lo más parecido a Vietnam para Latinoamérica. En Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua y Panamá participaron más de 300 000 hombres entre ejércitos, guerrillas y contrarrevolucionarios. En esos años Estados Unidos toleró un genocidio en Guatemala, gobernó El Salvador, ocupó militarmente Honduras, hizo la guerra a Nicaragua y terminó invadiendo Panamá en 1989. La base de Palmerola en Honduras la estableció Reagan en 1981 y se mantiene hasta la fecha. La guerra civil salvadoreña es, después de la Revolución mexicana, la experiencia militar insurgente latinoamericana más desarrollada del siglo XX. Controlamos la tercera parte de un país de apenas 20 000 km2, hicimos más de 10 000 bajas y capturamos más de 3000 prisioneros en combate, incluido el viceministro de Defensa; dimos de baja al principal jefe de las Fuerzas Armadas y a todos sus mandos, tomamos brigadas enteras, combatimos en la capital durante quince días y neutralizamos la fuerza aérea con misiles portátiles tierra-aire. Cuba entrenó cientos de guerrilleros salvadoreños. De mi grupo muchos menos, porque los cubanos destinaban demasiado tiempo al adoctrinamiento ideológico y porque podíamos entrenar en nuestros territorios. Pero el apoyo cubano fue vital en armas, dinero oportuno y entrenamiento de fuerzas especiales, artilleros, francotiradores y operadores de misiles antiaéreos.
Para Castro la guerra en Centroamérica no fue solidaridad, sino su primera línea de defensa frente a la agresiva política de Reagan contra Cuba, que incluyó un enfrentamiento directo entre tropas cubanas y estadunidenses cuando Reagan invadió la isla de Granada en octubre de 1983. Esto explica por qué Fidel mantuvo tanto interés en hablar conmigo. Su papel fue fundamental para unir a los grupos insurgentes y conseguirnos armas en Vietnam, Alemania Oriental y otros países. Éstas llegaban a Nicaragua y desde allí las trasladábamos a El Salvador. No hacen falta más detalles para destacar la importancia de la intervención cubana que fue reconocida públicamente por Castro, incluso con expresiones de admiración hacia los guerrilleros salvadoreños.
 
Desde finales de 1991 hasta inicios del nuevo siglo, Cuba vivió una situación muy difícil al terminar el subsidio soviético. En esos años, su estrategia de defensa en Latinoamérica tuvo una fase ofensiva cuya prioridad fueron los partidos, las elecciones y los gobiernos; y una fase defensiva que empieza en el año 2019, donde el principal interés han sido los movimientos populares y las protestas violentas de calle.
Cuando terminó la Unión Soviética, Fidel Castro creó lo que llamó “período especial”, un plan para evitar que el hambre de los cubanos lo derrumbara. Simultáneamente inventó el apartheid económico con inversiones de capitalistas extranjeros en hoteles y turismo. Los países comunistas se habían vuelto capitalistas, la democracia y los derechos humanos habían avanzado en Latinoamérica, los partidos de izquierda pudieron participar en elecciones libres. El apoyo a las guerrillas perdió sentido, lo principal en ese momento era tener un instrumento para influir sobre los partidos de izquierda que pronto serían gobiernos. Fue entonces cuando Fidel Castro junto con Lula da Silva fundaron en 1990 el Foro de São Paulo (FSP).
En esa fase, el paso más importante de Fidel fue “consagrar” a Hugo Chávez como revolucionario en 1994. Cuando éste se convirtió en presidente en 1999, inventó la Revolución Bolivariana y ocupó política, militar y económicamente Venezuela con miles de cubanos que incluían doctores, militares, profesores, policías, burócratas, entrenadores deportivos e instructores políticos. El extraordinario libro de Diego G. Maldonado La invasión consentida define la ocupación como la “sumisión voluntaria de una nación rica”5 a un país pobre en quiebra. Para evitar lo ocurrido en Chile, Fidel transformó las Fuerzas Armadas venezolanas al redefinir su doctrina, modificar su organización territorial, alentar el cambio de armamento y reorganizar la policía y la inteligencia. Entrenó oficiales, cooptó jefes y reclutó e infiltró agentes. En Venezuela, del 2015 a la fecha, la inteligencia cubana ha desbaratado catorce conspiraciones de militares patriotas y la Operación Gedeón, que fue dirigida por mercenarios.
Según las propias fuentes cubanas, hasta 2015 habían pasado por Venezuela 219 321 cubanos6 y, en 2019, Raúl Castro dijo que en ese momento había 23 000 apoyando a Maduro. Esto es la mitad de los que mantuvieron en la guerra de Angola. No creo que exista gobierno en el mundo que tenga desplegado tanto personal en otro país, a menos que se trate de una ocupación militar. Ni las misiones de la ONU son tan numerosas. Hay que ser muy ingenuo para creer que son misiones solidarias. Los cubanos que estaban en Granada eran unos “albañiles” que se convirtieron en militares al llegar los marines. El régimen cubano necesitaba el petróleo y el dinero de Venezuela desesperadamente. Para el 2007, gracias al subsidio venezolano, Cuba logró salir de la hambruna. Los regímenes cubano y venezolano son mutuamente dependientes: si uno se acaba, el otro también.
Con Chávez gobernando, Castro organizó la Alianza Bolivariana de los Pueblos (ALBA) y con el dinero venezolano inventó y financió Telesur, Unasur y a partidos de izquierda en todas partes. Para el 2009 la izquierda gobernaba en Venezuela, Ecuador, El Salvador, Honduras, Paraguay, Bolivia, Chile, Argentina, Uruguay y tenía influencia en Perú. La izquierda se volvió hegemónica, controló la OEA y levantó la exclusión de Cuba. El financiamiento venezolano a Podemos creó problemas de gobernabilidad en España. Al morir Hugo Chávez en el 2013, Castro escogió a Nicolás Maduro, el hombre más leal a Cuba, para que presidiera Venezuela. Es obvio que ni Chávez ni los actuales dirigentes venezolanos tenían suficiente cabeza para parir la estrategia descrita. Ésta resultó de la genialidad perversa de Castro. Su palabra era sagrada, todos le consultaban todo y murió en el 2016 como el Santo Padre de la extrema izquierda.
En diciembre del 2015 los chavistas perdieron las elecciones parlamentarias, resultado de la implosión de un modelo económico que había despilfarrado más de un millón de millones de dólares, quebrado la producción petrolera y expropiado y destruido miles de empresas industriales, comerciales y financieras. El chavismo perdió la mayoría en las calles y en las urnas. En democracia se pueden perder elecciones con un leve aumento de la inflación, pero el chavismo estaba mucho peor. Luego de dieciocho años de excesos estaba políticamente agotado y con el país en quiebra; podía convertirse en una fuerte oposición, pero ya no podía ganar un gobierno más en elecciones libres. En ese momento las relaciones de Venezuela con Europa y Latinoamérica eran normales y Estados Unidos seguía siendo su principal cliente. Maduro desconoció el poder del Parlamento, rechazó un referéndum revocatorio e incumplió acuerdos negociados frente al Vaticano en el 2016.
Fue así como en abril de 2017 ocurrieron en Venezuela las protestas más prolongadas, sostenidas y numerosas en la historia de Latinoamérica. Cuatro meses de lucha que dejaron más de cien muertos. Se intentaron negociaciones en República Dominicana, pero de nuevo el gobierno rechazó acordar elecciones libres. La crisis económica se transformó en emergencia humanitaria, empezaron a emigrar millones de venezolanos y, en ese contexto, aparecieron las sanciones y el aislamiento internacional a Maduro.
La explicación de la resistencia de Maduro es clara en la lógica que venimos exponiendo: si él perdía el poder, el régimen cubano también lo perdería. Para evitar esto, la democracia en Venezuela debía darse por terminada. Y no sólo allí. En marzo de 2018 la reducción de los subsidios venezolanos a Nicaragua generó en ese país una explosión social tan potente y prolongada como la de Venezuela, pero fue sofocada con una represión más brutal que la de la antigua dictadura de Somoza: centenares de presos y más de 400 muertos.
Cuba, Venezuela y Nicaragua conformaron para ese momento un eje de dictaduras que coordinaban su defensa e intentaban sumar a Bolivia al grupo. Camino a esa alianza, Evo Morales impuso ilegalmente su candidatura y realizó un fraude electoral, pero, al no contar con las Fuerzas Armadas, perdió el poder. Sin embargo, hizo una violenta resistencia que dejó decenas de muertos. El eje de las dictaduras se quedó sin Bolivia, pero éste es ahora un país dividido que podría vivir en conflicto permanente.
En la segunda década del 2000, la izquierda empezó a perder gobiernos en Latinoamérica y con ello el control de la OEA. Estados Unidos sancionó fuertemente a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Europa aplicó sanciones a Maduro y a Ortega, pero no a Cuba, que es el verdadero centro de gravedad del conflicto que se está gestando en el continente. Latinoamérica se ha quedado en las condenas diplomáticas y no se atreve a presionar a Cuba.
 
Fidel Castro decía que en los momentos críticos había que resistir y esperar. Eso hizo en el “período especial” en 1991: resistió hasta que apareció Chávez. Con el debilitamiento de Maduro y la salida del poder de gobiernos aliados, el régimen cubano reconoció que enfrentaba un gran peligro y pasó entonces a una fase defensiva, pero siempre con acciones ofensivas fuera de sus fronteras exacerbando conflictos y desestabilizando a otros países. En condiciones normales Maduro, Ortega y Morales deberían haber dejado el poder y pasado a ser oposiciones fuertes con opción de recuperarlo. Su resistencia no responde a una lógica normal, actúan coordinados por interés propio, pero necesitan defender a Cuba, porque creen que la pérdida del referente moral e ideológico podría debilitarlos políticamente.
El trío Cuba, Venezuela y Nicaragua no sólo debe resistir, necesita desestabilizar otros países, mientras espera que la izquierda recupere poder o que Donald Trump pierda las elecciones en Estados Unidos. Suponen que esto les permitiría seguir gobernando. Al cambiar el contexto Cuba cambió estrategia, la división de las FARC y el atentado terrorista que mató 22 cadetes de policía en Bogotá son acciones promovidas por Cuba y Venezuela para destruir el proceso de paz en Colombia. Por las graves implicaciones internacionales es imposible que éstas fueran decisiones autónomas.
El FSP estaba debilitado porque los partidos miembros habían perdido elecciones, pero fue resucitado con una nueva composición. En el 2019 convocó a sindicalistas, movimientos de indígenas, ecologistas, afrodescendientes, campesinos, estudiantes, islamistas radicales, feministas y a la comunidad LGTB de Estados Unidos, Latinoamérica, Europa, Medio Oriente, África y Asia. La Habana y Caracas fueron sede de muchos eventos con miles de participantes. Allí se decidió que las organizaciones sociales serían el instrumento; la violencia callejera, el medio; la lucha contra el neoliberalismo y el imperialismo, la bandera; y la defensa de Cuba, Venezuela y Nicaragua, el objetivo. Cuba estaría al mando, Venezuela pondría el dinero y cada país los muertos. En ese contexto Maduro anunció la violencia hablando de “Brisa Bolivariana”. En este plan Cuba asumió bajo perfil para evitar rupturas de relaciones y pérdida de embajadas. Éstas son sólo centros de coordinación con los extremistas, porque Cuba ni vende ni compra nada.
Pero el FSP es ahora una ensalada de intereses y posiciones incoherentes. Los extremistas iraníes y Hezbollah deben juntarse con sus enemigos: las feministas y la comunidad LGBT. Los trabajadores deben exigir salarios dignos al neoliberalismo, pero apoyar que Cuba pague 15 dólares al mes. Deben exigir respeto a los derechos humanos, pero callar los muertos, los presos y las torturas en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Deben luchar por el comunismo en sus países, pero apoyar el capitalismo salvaje de China y el de los oligarcas rusos. Deben luchar contra el racismo en Estados Unidos, pero olvidar los campos de concentración en China y la ejecución de homosexuales en Irán. En la nueva realidad, la extrema izquierda perdió la ventaja moral que tuvo cuando enfrentaba dictaduras militares de derecha. A pesar de esto, Cuba decidió que sus creyentes debían pasar de la lucha revolucionaria al vandalismo callejero porque sólo la violencia generaría hechos mediáticos y políticos suficientemente potentes para su defensa.
Señalar a Cuba como la causa de los conflictos sería teoría conspirativa. Las protestas en Colombia, Ecuador y Chile en el 2019 tenían causas reales, justas y legítimas. Las mayorías se movilizaron pacíficamente por demandas internas, pero la violencia fue responsabilidad de minorías subordinadas a factores externos. El vandalismo fue premeditado, organizado, artificial, movido por intereses externos y no encaja con la forma en que evoluciona una protesta de calle. Aprendí sobre esto durante la década que precedió a la guerra civil en mi país; mi primera acción revolucionaria fue romper a pedradas los vidrios de una patrulla policial, después de que éstos habían masacrado gente a balazos.
Hay en la calle dos tipos de violencia: la espontánea y la organizada. La primera es esencialmente reactiva, nunca premeditada. Una protesta que es reprimida con uso desproporcional de la fuerza puede provocar violencia espontánea de los manifestantes. Con el tiempo, esa violencia espontánea puede transitar a violencia organizada si la represión es brutal y persistente. Por ejemplo, en Venezuela y Nicaragua lo masivo y pacífico duró muchos días hasta que los jóvenes se hartaron por los muertos y empezaron a responder con piedras, bombas molotov y a organizarse en pequeños grupos.
 
La violencia organizada supone que la represión se volvió mortal y cotidiana y esto exige un nivel de organización similar al de una guerra, requiere mando y control, coordinación entre grupos y medios para la defensa. En 1980, en Guatemala, los militares incendiaron la embajada de España porque unos campesinos que protestaban por la represión se habían refugiado allí: 37 personas murieron calcinadas incluido personal de la embajada. En 1979, en una de las numerosas masacres, los militares salvadoreños mantuvieron cercados a los manifestantes en una iglesia del centro capitalino durante varios días. Veintiún cadáveres quedaron enterrados en el interior de la iglesia. El entierro de san Arnulfo Romero fue atacado con francotiradores. Finalmente decidimos que grupos de autodefensa protegieran las protestas, pero en Centroamérica, a pesar de la salvaje represión, ni el saqueo ni el vandalismo tomaron fuerza. Cuando la represión es letal no hay tiempo para pensar en saqueos.
En el 2019, en los casos de Ecuador, Colombia y Chile no hubo represión letal que justificara la violencia. Esta no fue espontánea, lo masivo fue simultáneo con lo violento, no fue reactiva sino organizada, premeditada y dirigida. En Chile incendiaron puestos policiales y penetraron a instalaciones militares. Evidentemente buscaban que hubiera numerosas víctimas. Los extremistas provocaron la muerte de quince personas con los incendios, más del doble de los seis atribuidos a los policías.7 No hay explicación política racional al nivel de vandalismo en Chile. Los daños alcanzaron 4500 millones de dólares, incluyeron la destrucción de 70 de las 136 estaciones de metro, centenares de comercios, hoteles, estaciones de policía y hasta iglesias de valor histórico. De mis tiempos de guerrillero, sin haber recibido nunca instrucción militar, recuerdo cuánto nos costó aprender a derribar torres conductoras de energía. En Chile destruyeron locomotoras de acero en ataques sincronizados. Esto requiere instrucción, medios, planeación y mando centralizado. Ni durante la insurrección contra Somoza en Managua ni cuando los guerrilleros salvadoreños combatimos durante quince días en la capital hubo un nivel de destrucción siquiera cercano a lo que ocurrió en Chile.
 
Cuba es la dictadura más prolongada de la historia, pero la tragedia de los cubanos pareciera importar a pocos. El mar y los tiburones les impiden escapar en masa como los venezolanos y esto los ha convertido en víctimas de segunda clase olvidadas por el mundo. El régimen es un bandido que con el tiempo se volvió socialmente aceptable para académicos, intelectuales, actores, políticos, millonarios y turistas. Cada uno por distintas razones: arqueología política, excentricidad, inversiones sin sindicatos, burocracias corruptibles por nada, prostitución barata, drogas, etcétera. La mitología revolucionaria convirtió a los disidentes en gusanos y a los que viven en la isla en hormigas de laboratorio de creencias fallidas.
Ahora los cubanos se dividen en dos grupos: los que tienen fula (dólares) y los que no tienen. Es decir, que quienes tienen parientes “gusanos” viviendo en Yuma (Estados Unidos) viven mejor que el resto de los cubanos. Todo en la isla es ficción: el peso, los salarios, la educación, la salud y hasta el embargo. Estados Unidos es el quinto socio comercial de Cuba y el primer suministrador de alimentos de un país que debería ser potencia agrícola. Cuba importa azúcar porque ya no es capaz de producir ni para su propio consumo. Hasta los dirigentes viven en la ficción. Vicente Botín, en su libro Los funerales de Castro, proporciona una lista de parientes de altos dirigentes que viven bien en el exterior y pueden entrar y salir cuando quieren.8 Esta lista incluye a los hijos de Ramiro Valdés y Juan Almeida, comandantes y héroes de la Revolución compañeros de Fidel. Botín cuenta de “Ubre Blanca”, la vaca mágica del experimento de Fidel Castro que fracasó, así como fracasó la mayoría de los desatinos visionarios del comandante, entre ellos los planes arroceros, el plan fresa, el café caturra, las granjas de faisanes, las plantaciones de bambú, la presa Paso Seco, la zafra de los 10 millones o la producción de quesos que superaría a la de Francia.9 Fui testigo de ocurrencias con calamares o de meter percas del Nilo en los lagos de Nicaragua.
Oficialmente no existe una economía de mercado, pero hay un gran mercado negro en el que se encuentra de todo. Estos productos son robados de almacenes del gobierno con cadenas de corrupción que involucran a muchos funcionarios y trabajadores. Conocí de un ministro que aceptó una propina de 500 dólares y durante la guerra había funcionarios del partido que pedían a los salvadoreños productos estadunidenses. La mayor aspiración de los jóvenes es vivir en Estados Unidos, el enemigo mortal del castrismo. El régimen se sostiene por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Existen en cada cuadra y su trabajo es fomentar el miedo a partir de que todos vigilen a todos. Alemania Oriental fue la matriz del modelo de seguridad cubano. Tony Judt en su libro Postguerra dice que la burocracia policial alemana tenía: 85 000 empleados, 60 000 colaboradores, 110 000 confidentes regulares y 500 000 a tiempo parcial. Seis millones de alemanes que correspondían a la tercera parte de la población tenían expedientes. En comparación la Gestapo nazi sólo contaba con 15 000 personas para toda Alemania.10 El Partido Comunista de Cuba tiene más de un millón de militantes que representan el 10 % de la población y los CDR están integrados por varios millones. Nada de esto es voluntario, porque en Cuba vivir fuera del sistema es morir.
Sin embargo, ahora los CDR se han vuelto igualmente corruptos, quieren dólares, consumir y huir al Imperio. Algunos ilusos, que jamás soportarían vivir en Cuba, creen que el régimen sobrevive porque tiene apoyo popular. Trujillo, Pinochet y el genocida Ríos Montt también tenían apoyo. Carolina Cox, izquierdista chilena procubana, hizo público su desengaño al quedar varada en La Habana por la pandemia. Cox describe en un video la ausencia de productos de higiene, la escasez de agua, las plagas en el hotel, el bloqueo al internet, etcétera.11
En 1987 se hubiera pensado que el derrumbe soviético era una ilusión, tres años después terminó. Quienes nacieron después de terminada la Unión Soviética tienen ahora treinta años, Raúl Castro tiene 89 y Ramiro Valdés 88. El “imperialismo yanki” como enemigo es ahora retórica de ancianos. Como en la desaparecida Unión Soviética, los nuevos dirigentes cubanos no dicen lo que piensan, ni piensan lo que dicen. En el 2009 el vicepresidente Carlos Lage y el ministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque fueron destituidos luego de ser filmados secretamente burlándose de Castro. El cambio generacional es la mayor amenaza a la burocracia comunista. El régimen teme replicar el modelo chino porque esto implicaría aceptar inversión externa en todos los sectores, permitir cubanos ricos y, lo más difícil, asumir la reunificación de la Cuba rica de la Florida con la Cuba pobre de la isla.
En política es fundamental conocer el tamaño de la fiera que enfrentamos y el contexto que la parió. El modelo político, social, económico y diplomático de Cuba parte de su credo marxista, pero también de autodefinirse como un Estado en guerra y sus planes han estado en función de su defensa frente a Estados Unidos. Esto tiene bases reales en su historia pasada y reciente con la invasión de bahía de Cochinos en 1961, en la guerra contrarrevolucionaria en la sierra del Escambray, en las operaciones terroristas que han sufrido, en los intentos de atentados a Fidel Castro, en su involucramiento en la guerra de Angola para responder a una demanda soviética y en la crisis de los misiles de 1963, el momento en que el mundo ha estado más cerca de una hecatombe nuclear.
Cuba es el único país latinoamericano que ha necesitado llevar seguimiento de lo que pasa en nuestro continente y el mundo. Sólo hay dos salas situacionales globales en América, una en Washington y otra en La Habana. El régimen no hace elecciones, pero conoce cómo funcionan y hace proyecciones sobre los resultados de éstas en Estados Unidos, Europa y Latinoamérica. Necesita prever si éstas afectarán o no su sobrevivencia. Sus servicios de inteligencia superan en capacidad, experiencia y cobertura a cualquier país latinoamericano, compiten con la CIA, el Mosad o el MI6. Cuando Cuba fue aislada del continente, fortaleció su diplomacia en África, Asia y el Caribe, logró el apoyo de muchos países y ganó posiciones en Naciones Unidas. Ha reclutado agentes en la izquierda y sabe manipular académicos, intelectuales, religiosos y políticos para integrarlos a sus redes, muchas veces sin que se den cuenta. Utilizan el sexo para chantaje, reclutamiento o inducción de posiciones políticas y saben realizar operaciones de todo tipo fuera de sus fronteras.
Jorge Masetti, hijo del guerrillero amigo del Che que murió en 1964, dedica cuatro capítulos de su libro El furor y el delirio a las operaciones encubiertas en México. Masetti se convirtió en un importante agente de los servicios cubanos y se describe a sí mismo como “hijo de la Revolución”. Las ejecuciones del general Ochoa y Tony de la Guardia lo hicieron romper con Cuba. Su testimonio revela que las actividades en México incluyeron ayuda a narcotraficantes colombianos y a diferentes grupos guerrilleros latinoamericanos para operaciones en territorio mexicano, que iban desde asaltos a bancos hasta joyerías. Cuenta además que la valija diplomática cubana se utilizaba para introducir armas o mover el dinero de las operaciones. Entre éstas menciona la recepción y traslado a Cuba de cuatro millones de dólares, fruto de un asalto de los Macheteros de Puerto Rico a un depósito de Wells Fargo en Connecticut en 1983. Masetti destaca que las operaciones encubiertas derivaron en “bandidaje revolucionario” y se extendieron a otros países del continente.12 En México suelen ocurrir secuestros de empresarios que no tienen explicación en la delincuencia local. Es difícil saber hasta dónde llega la actividad de las embajadas cubanas en su tarea de conspirar contra los gobiernos.
Dice también Masetti que uno de los objetivos que se planteaba el régimen era “hacer de la cordillera de los Andes la Sierra Maestra de América Latina”;13 recuerdo que Fidel siempre decía que una guerra allí se tragaría cientos de miles de hombres. Los políticos latinoamericanos y estadunidenses han cambiado en varias generaciones. Cuba tiene abundante experiencia acumulada y muchos de sus funcionarios han permanecido décadas en sus cargos. No hay capital del continente donde la inteligencia cubana no tenga agentes activos. Defenderse desestabilizando a otros es parte esencial de su política exterior y esto no es un invento cubano. Yuri Bezmenov, desertor de la KGB, decía que el 50 % de la actividad de la inteligencia soviética se concentraba en “subversión ideológica” y desestabilización de sus enemigos.14 Esta doctrina sigue vigente, basta recordar la injerencia rusa en la última elección estadunidense.
El artículo de Orlov que enojó a Fidel Castro en 1989 decía que Cuba es un “Estado militarizado” y sigue siéndolo. Esa afirmación da sentido a todo lo planteado sobre su estrategia de defensa. A esto agrego mi propia vivencia que describo con un viejo refrán que dice: “Si digo que la burra es parda, es porque tengo los pelos en la mano”.
Durante décadas ser de izquierda ha implicado no criticar al régimen cubano, aceptar que éste actúa por solidaridad y tenerle gratitud. Pero la verdad no hay nada que agradecerle, al contrario: ha instrumentalizado y sacrificado a las izquierdas nacionales por su propio interés. La muerte de Allende y la destrucción de Venezuela son algunas de las evidencias irrefutables. Nada ayuda más a las derechas que tener un competidor estúpido. Uno de mis objetivos en este ensayo es provocar a la izquierda para que deje de creer que el cielo existe, abandone la defensa de lo que no funciona, mande al infierno la religión marxista y a todos sus santos, y regrese a la tierra.
Fuente: Nexos

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