¿Por qué unos encapuchados destruyeron el peaje entre Madrid y Facatativá, bloqueando el acceso a Bogotá? ¿Por qué los bloqueos en la Autopista a Medellín, también al occidente?, ¿y por el norte en Gachancipá y Tocancipá?, ¿y en Soacha y Sibaté por el sur? ¿y al oriente en La Calera y Guasca, y en la vía que conecta a Zipaquirá con Chía y la capital?
¿Son acaso reacciones espontáneas de algunos lugareños? No. Son acciones terroristas, delitos señalados en un mapa para acorralar a Bogotá; y a Cali, donde no hay gasolina ni víveres en las tiendas; y a Medellín, Bucaramanga, Neiva, Tunja y otras capitales.
Ingenuo pensar que es casual semejante ataque combinado. Ya sucedió en Chile en 2019-2020, y en toda Latinoamérica, que va y viene entre la cordura y el socialismo del siglo XXI. Colombia, a pesar de sus problemas, es un símbolo de estabilidad en la región frente al caos de la vecindad… y vaya que le tienen ganas.
No es gratuita la amenaza vociferante de Diosdado: “La guerra a Colombia la hacemos en su territorio”. Es la guerra del narcoterrorismo de izquierda, concebida en el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, apoyada por Maduro desde afuera y liderada desde adentro por Petro, con la izquierda dizque democrática, incluidos los asesinos, secuestradores y reclutadores de niños que hoy están en el Congreso, y sectores políticos que anteponen sus odios e intereses electorales, al cese de la violencia y la búsqueda de consensos.
Que nadie se engañe, es una guerra contra Colombia bajo el modelo de la Revolución Molecular Disipada, del que la izquierda se burla para descalificar la verdad y aplicar su estrategia de la inversión revolucionaria de la realidad, para mostrarle al pueblo lo que les interesa y esconderle lo que no; para convencerlo de que está más mal de lo que realmente está, y para eso la pandemia es ocasión de oro; y de que su gobierno no sirve y, en consecuencia, hay que cambiarlo.
¿Cómo lo hacen? Lo estamos viendo. Cortando el “flujo de normalidad” y haciéndoles la vida imposible a los más pobres que dicen defender; destruyendo la infraestructura de transporte, bloqueando el ingreso de alimentos, atemorizando con saqueos e incendios, y sosteniendo esa violencia, día tras día, hasta el copamiento del Gobierno y la Fuerza Pública.
Por eso acorralan ciudades; destruyen, asaltan, y atacan a la Fuerza Pública, para obligarla a reaccionar y luego incriminarla. Por eso, como movidos con precisión por el titiritero —adivinen quién—, protestan al tiempo los camioneros por los peajes, los taxistas contra la competencia, los maestros contra la alternancia, los estudiantes por todo, y las mingas por el Descubrimiento y la Conquista.
Cuando empezaba a escribir estas líneas, martes 4 de mayo, recibía imágenes de disturbios, de buses vandalizados y de una veintena de CAI destruidos e incendiados, incluso con policías adentro. Eran las 10:30 p.m. y la violencia seguía.
Y la violencia siguió el jueves 6 y el viernes 7, cuando pongo punto final a esta nota, aunque la reforma tributaria se retiró y el ministro renunció. ¿Por qué, si el presidente abrió también el diálogo que exigían, el envalentonado Comité Nacional del Paro persiste en las marchas? ¿Por qué no hay tregua siquiera? ¿Por qué ahora exigen retirar la reforma de la salud, acabar el ESMAD, acuartelar la Policía y hasta un mínimo mensual a diez millones de colombianos?
Porque hay que pedir lo imposible, destruir el progreso, sembrar el odio y matar la esperanza. Esta guerra, queridos lectores, no es ningún chiste.
Fuente: PanamPost