En qué medida el conocimiento perturba a los pueblos, conmina, por lo menos, a no comprenderlo. Más complicada es la contestación con respecto a los gobernantes, por los convocados al sufragio para elegirles. Acuden al centro electoral convencidos de que “el quehacer politiquero” es un camino no seguro. En la plaza pública al aspirante se le escucha en un “trabalenguas”, “este país está desenladrillado y lo enladrillaré”. “No soy como aquellos que miran el bien donde no existe, considerando bueno algo que no es. No han leído, ni siquiera, a Socrates”. El líder anima, pero mucho más al gritar “haremos del nuestro un país próspero”.
La problemática latinoamericana, en el escenario. Colombia cuestionadora del Acuerdo con una guerrilla narcotraficante y el interés de ver a Uribe en la celda, Ecuador, envestido por Correa desde Bélgica, Bolivia, amenazada por Evo, los mexicanos sin descifrar cómo los conduce AMLO, Argentina, “el granero del mundo”, bajo la dupla Fernandez/Kirchner, Brasil, con Bolsonaro quemando “La Amazonia”, Perú, con estirones económicos, pero con 3 presidentes en 4 años, los chilenos luchando para que Pinera, en un vaporon constituyente, entienda que no le quieren, Paraguay, las fuentes productivas en manos feudales, lo cual describiera Roa Bastos en “Yo el Supremo” y el Uruguay, a pesar de sus logros, se comenta “quien te conoce de cerca sabe tus debilidades”. Finalmente, Venezuela, el retazo del Socialismo del Siglo XXI, que no se sabe qué fue, es y seguirá siendo. No olvidemos el presagio “Esta revolución llegó para quedarse”. Un relativo consuelo, los países africanos más desbastados del mundo.
El comunicador Eulalio Ferrer denunciaba en 1995 “el desprestigio del oficio político”, en el que es más fácil vivir del crédito de las palabras que de dar crédito a ellas, se aprende primero de quién no fiarse y después de quién fiarse, hasta llegar, a menudo, a no fiarse ni de sí mismo, refiriéndose más a la complicidad que a la adhesión y para ser primero hay que hablar de último. En qué medida, tales conductas inciden en la “desintegración social”. Se lee que la democracia no ha evitado volvernos insolidarios, individualistas y poco inclinados a la inclusión de las mayorías: 1. La política “no tiene corazón (Gustavo Le Bon)», 2. En ella “no hay reglas del juego, se acaba con las reglas (Ortega y Gasset)”, 3. «Si las circunstancias lo exigen, hay que cambiarlo todo para que todo siga igual, puerta abierta al cinismo (Tomasi di Lampedusa)”, 4. Michel Rocard, «Las divisiones reales en pocos casos nacen de las ideas, más de ambiciones, nostalgias y segundas intenciones» y 5. «La política está hecha de malabarismos» (Mario Vargas Llosa). También se escucha ¿Cómo es qué en el alfabeto la A va antes y la E después? La contestación de un clericó revolucionario, “En este mundo miserable ¡el que ha es!, y ¡el que no ha no es! Por eso la letra A precede siempre a la letra E”. ¿Será ese nuestro anfiteatro? Humillante la respuesta.
Los pueblos se enguerrillan ante “la malandanza”. Pierden fe, arrinconándose en la supervivencia, creyendo en discursos irreales. Entre ellos, el “socialismo utópico” que postula la intangibilidad de los derechos esenciales, por lo cual sí el poder público les controla distorsionaría “la armonía natural”. El qué hacer, incrementa la angustia. De Caracas cerca de 6 millones ha emigrado al “férreo status del exiliado”. ¿Regresarán o nos iremos otros?
En el ensayo “Civil Disobedience” Henry Thoreau propone “la resistencia individual”, que él mismo alegó en EEUU para no pagar impuestos a un gobierno que mantenía la esclavitud, parando en la cárcel. Tal vez, no falte quién califique desviado al filósofo defensor del “antiestatismo”, primo del “anarquismo”, no obstante, se escribe que inspiró a Gandhi y Luther King. Sus logros, reconocidos.
Los gobiernos son indispensables, pero los hay blandengues y engreídos. La sociedad, fuerza de control de los pueblos, imposible desconocer, pero sí hacerla más eficaz. “Extremas”, las iniciativas radicales.
En el contexto, sí las lecciones del imperio Romano constituyen el alimento de Italia, el mayor laboratorio populista del mundo, con 4 gobiernos en “tres años salvajes”. ¿Se aliviarán sus penas con Mario Draghi? El economista de Yale, Miguel Rodríguez, al enterarse, ha gritado “Se salvó Italia”.
La democracia, mal entendida, es aquella que los que la controlan la hacen repudiable. “No al militarismo”, en muchos aspectos entendida por trogloditas. La monarquía, vivo Franco, cabría preguntarse si hubiese arrastrado a Espana al actual gobierno. ¿No habrá sido ese el temor del coronel Tejero en el 81 y del gentío que le acompañaba? Pareciera diferente a Myanmar, una democracia después de 5 décadas de “gorilismo”. La actuación militar ha sido bienvenida, cuando el soldado apoya al pueblo procurando la libertad. Falencias, en Venezuela. Pero, también, en lo que es lo mismo, “Birmania”, Tasa de pobreza, 58%. ¿Justificación del arbitraje castrense? Habrá alguien que responda?
Discurrir es de teóricos, se costumbre decir. Una repuesta, una pregunta ¿Será posible no fluir como el Amazonas por un cauce complicado? Jonathan Wolf ¿Qué significa qué un Estado es democrático. Existe razón para preferir al gobierno del pueblo o a un dictador benévolo? Interesante, verdad. Las contestaciones, complicadas.
Los latinoamericanos, tenemos la palabra. Llegó la hora de actuar. Pero los de Myanmar, también.
¿Estaremos en guerra y “todos contra todos”?
¿Seremos acaso todavía víctimas de “la gestación”?
Se le ocurrirá a alguien que Bolívar y San Martín, cuanto menos, deberían volver dadas sus capacidades de convicción, pero acompañados de gloriosas espadas. Ambos y ambas, cómo que hacen falta.
La problemática es aguda, pero tanto como la confusión. Izquierda y derecha, en medio del dilema o el último en medio de aquellas. El mal y el bien, compitiendo. Por lo tanto, pareciera plantearse con la seriedad debida:
¿Paz o guerra? descartando que la opción sea “piedra, papel o tijera?